Esta historia se conoce por el diario que algunos vecinos rescataron de entre lo poco que quedó del incendio en la casa del viejo. Así lo llamaban en el barrio, el viejo. Es que no se daba con nadie, un hombre ya mayor, callado, que hacía sus compras en forma metódica y el resto del día permanecía en su casa de dos plantas en cierta esquina de Villa Urquiza donde ahora se levanta un local comercial. Pero en aquel entonces la casa del viejo era una descascarada construcción de las primeras que tuvo el barrio, cuando todavía era un gran descampado surcado por calles de tierra.
Se sabía que años atrás había sido profesor y ejerció hasta que se jubiló y ya no salió más de su casa. Nunca se le vio recibir visitas. Visitaba asiduamente la biblioteca de la estación Coghlan de donde traía prestados muchos libros y los devolvía con suma rapidez.
Nadie prestaba demasiada atención a sus movimientos hasta que fue la noche del incendio. Los vecinos de enfrente se percataron del fuego pero era ya tarde: las llamas habían roto los vidrios y toda la casa ardió como una gran antorcha. Hubo que tirarla abajo, se alcanzaron a rescatar algunas cosas de la planta baja, pero el viejo nunca más apareció. Fue un verdadero misterio.
Y el diario.
El diario yo no lo tuve en mis manos pero conozco gente que sí me aseguró que lo hojeó y llegó a leer algunos párrafos, aunque, según me dijeron, la letra era bastante ilegible.
La profesión del viejo estaba relacionada con las matemáticas. Topografía o algo así. Sabía mucho de números. Era una especie de genio. Y como todos los genios, se debe haber vuelto un poco loco. Porque su diario estaba plagado de cuentas y fórmulas y comentarios relacionados con cálculos complejísimos que sólo él entendería. Más que diario eso parecía un cuaderno de trabajo.
El único que dijo leer todo lo que se pudo leer del diario fue un tal Sánchez, el presidente del club donde el viejo alguna vez había sido socio y con quien tuvo una pelea hacía ya años. Eso lo alejó definitivamente del círculo de amigos que supo tener. Este Sánchez habló conmigo y me contó con bastantes detalles lo que los papeles decían.
Todo habría comenzado un mes antes del incendio, con una supuesta pesadilla que tuvo el viejo y que lo dejó perplejo. Fue a raíz de colocar la cama con unos tacos en las dos patas de los pies, para descansar mejor sus piernas doloridas por problemas de circulación. El viejo supuso que la posición de la cama indujo de alguna manera el sueño que tuvo esa noche. Entonces comenzó a hacer estudios matemáticos y cálculos extraños que lo llevaron a buscar más información en libros de Ciencias Ocultas.
Aparentemente los sueños continuaron y el viejo seguía experimentando con la posición de la cama. Escribía que según los grados de inclinación eran las características de las pesadillas y a mayor amplitud de ángulo mayor la vividez de los sueños. El diario registró detalles de las visiones que el viejo decía tener durante la noche, que iba in crescendo como así también el grado de obsesión por su trabajo. Y su locura.
Las últimas anotaciones corresponden a la última noche antes del incendio. El viejo aseguraba que los sueños adquirirían tangibilidad, que las visiones se tornarían concretas si lograba hallar el resultado de no sé qué fórmula. Pero, en un aparente destello de lucidez, escribió que lo que estaba experimentando era toda una locura y en algún punto debía detenerse porque "podría resultar muy peligroso". Así, textualmente, este señor me citó la última nota del viejo. Fue la noche misma del incendio.
Dijeron los bomberos, los que trabajaron después de que el fuego se extinguió, que todo comenzó en la habitación, en el piso de alto, justo debajo de la cama. Y que la cama estaba, muy extrañamente, en posición casi vertical, sostenida por un intrincado sistema de cuerdas y poleas, con la cabecera apuntando hacia abajo.
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