Prólogo.

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El suave crema de la alfombra se mezclaba con el carmesí de la sangre que absorbía poco a poco. Una mujer de ojos color miel respiraba entrecortadamente y se quejaba de a ratos. El profundo y punzante corte que tenía en su espalda le ardía mucho.

A su lado, agachado, un hombre mayor jugaba con una navaja que goteaba sangre. En su rostro se dibujaba una macabra y divertida sonrisa. Rio un poco y se acercó al oído de la mujer.

—Me sorprende que tu estúpida hija haya escapado de mis garras. —Chasqueó la lengua, disgustado —Que asquerosos ojos tiene. Verdes y honestos, como los de su padre. Bueno, él está más que enterrado, eso ya no importa —Volvió a reír.

—A diferencia de ti, ella si tiene cerebro... —La mujer lograba soltar algunas frases con una quejumbrosa voz. La vista se le nublaba al haber perdido tanta sangre.

— ¡Aun muriendo tienes las fuerzas para responderme! —Gruñó él —Da igual. Sabes que no podrá escapar de mí, terminará enterrada al igual que su padre.

—Te llevas mucha fe, ¡maldito! —Los ojos de la mujer se empaparon de lágrimas —Sabía que algo te traías entre manos con tu sospechosa amabilidad. Terminaste destruyendo todo lo que poseía por un capricho sin sentido. Pagaras con tu vida algún día, oye mis palabras.

— ¡Já!, no abras tu sucia boca para insultarme, perra —El hombre dio vuelta la navaja. Se regocijo al escuchar el desesperado grito de la mujer, luego de apuñalarle con firmeza por segunda vez —Deberías darte cuenta de la situación en la que estás.

— ¡Me da igual en la situación que esté! —Gritó y tosió. Supo que le quedaba muy poco tiempo —Ten por seguro... esos ojos te llevarán a la desgracia... esos ojos serán los que acaben con todo lo que algún día me atormentó...

—Sueñas demasiado. No eres más que una pobre mujer que decidió huir de sus problemas —Se levantó y dio una gran risotada antes de alejarse de la mujer. Debía huir pronto y atrapar a la pequeña niña — ¡Me voy! Tu hija de seguro estará sorprendida de verme tras ella. No debe haber ido demasiado lejos con sus cortas piernecitas... tengo el hermoso deseo de romperlas con mis manos.

El hombre abandonó la habitación, dejando sola a la mujer moribunda. Ella se sentía vacía, desesperada. Su vida iba a llegar a su fin en cualquier momento y ya no podría ver a su hija crecer tan fuerte como lo esperó algún día dentro de sus tantos pensamientos.

Sintió una distante voz en su mente que le hizo estremecer. Cerró los ojos para oírla con más claridad. No, no podía ser, creyó escuchar la voz de su difunto amado, llamándola desde algún lugar recóndito. Abrió los ojos nuevamente, empleando sus últimas fuerzas. Sonrió con una gran felicidad. Frente a ella un joven de cabellos color fuego le sonreía y observaba con sus expresivas pupilas verdosas.

Esos fueron los últimos segundos de vida que ella tuvo, antes de quedarse inmóvil entre su sangre, con una mueca de felicidad al ver a su amado una vez más.


Green Eyes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora