La ninfa Anima y el soldado Valentino

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Hace cientos de años, en un bosque Italiano cerca de Roma vivía una ninfa llamada Anima. Anima tenía tez blanca que parecía porcelana y cabello castaño a trazos violetas y ondulado, vestía un vestido que se iba ampliando a la vez que llegaba al suelo formando una cola de color violeta. En la parte sur de Roma vivía un joven soldado llamado Valentino que fue encomendado a una misión a las afueras de Roma. Valentino era un joven, como previamente quedó dicho, de cabello rubio oscuro, y rizado, en una melena. Ojos verdes como esmeraldas, todas las mujeres lo deseaban para sí, pero este no cedía tan fácilmente. En el bosque, Anima se sentaba en los nenúfares de las lagunas próximas al bosque a tocar su flauta y dar sueño a todo ser vivo que oyese muy de cerca su música. En la expedición Valentino se desvía de su campamento en busca de relajación, cuando empieza a sonar una dulce melodía que vibraba en sus oídos. Valentino comenzó a seguir aquel dulce sonido, a medida que se iba acercando le iba dando una sensación algo extraña para él, algo que simulaba el sueño, pero no terminaba por quedarse dormido. Finalmente llegó a un pequeño lago donde encontró una preciosa ninfa, la cual no abrió los ojos en toda la noche que tocó aquella hipnotizante melodía. A la noche siguiente, allí la volvió a ver sentada en el nenúfar. Pero esta vez se encontraba meditando, con la mirada perdida en el reflejo de la luna sobre el agua cristalina del lago, donde de repente se formaron unas ondas, por lo que miró el rostro de la ninfa, la cual estaba llorando. Al ver las lágrimas bañando su pálido rostro, como el pavimento en los días de lluvia, se le rompió el corazón y decidió acercarse a preguntarle lo que le ocurría. Valentino al intentar acercarse a ella se detuvo pensando que ella podría ser tan solo un producto de su imaginación, por lo que decidió retroceder. Valentino, al hacerlo, produjo el crujido de unas ramas y hojas secas, por lo que llamó la atención de la ninfa, la cual giró su triste rostro de ojos apagados hacia él. Anima se enamoró de Valentino al instante de ver sus alegres ojos esmeraldas, lo que hizo que le dedicara una sonrisa. Ambos se empezaron a acercar mutuamente, uno al otro, cuando se acercaron lo suficiente Valentino besó a Anima y unos segundos después acercó su mano a la de ella, haciendo que esta separara sus labios y su mano de la de este y ambos se pusieron colorados cual tomate al sol. Y en un abrir y cerrar de ojos Anima ya no estaba, había desaparecido.

Pasaron años, y Valentino no conseguía olvidar a Anima, ni aquel mágico encuentro. Un día recibe una carta escrita con polvo de estrella. Entonces, al abrir la carta, empieza a oler un perfume que le recuerda a ella. En la carta ponía que tenía que ir al lago donde se encontraron por primera vez, a media noche.

Allí fue, a media noche, esa misma noche estaba ella cantando una preciosa canción en un idioma desconocido para él. Se acercó a ella para saludarla, pero cuando iba a tocarla se detuvo, ya que sabía que mientras cantaba o tocaba su flauta creaba un campo de fuerza que al envolverla, la protegía de cualquier fuerza externa. Esperó a que finalizara su canto y abriese sus ojos violetas. Una vez que abrió los ojos, se encontró con Valentino ante ella. Se levantó para saludarle y todo ocurrió como aquella noche, que quedó sellada por los árboles de la zona años atrás. La ninfa le dio su nombre a Valentino. Al querer estar con ella por siempre, fue a la hechicera más cercana de la zona a pedirle que le convirtiese en un dios o algo similar, solo para estar con su querida dama. Valentino tras muchos ruegos a la hechicera y ofrendas a la misma, aceptó. Le convirtió en el nuevo dios del amor. Le contó todo lo transcurrido a su amada y estuvieron juntos por siempre en aquel lago.


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