Capítulo 2. Rosquillas.

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Decorar los pequeños Muffins lo tenía absorto; su mirada clavada en el panecillo era penetrante y los movimientos de su muñeca al colocar delicados puntos de crema batida eran precisos.

—¡Vaya! Cada vez te quedan mejor— le elogió Marcus, el ayudante de cocina; justo cuando todos estuvieron decorados.

El hombre de cabello castaño se apartó de la bandeja para admirar su trabajo, —¿eso crees?

—Por supuesto; no cabe duda que eres el jefe— le sonrió.

—No seas lambiscón— Patricia, la chica responsable del mostrador intervino.

—De lo único que me puedes acusar es de ser sincero— se defendió Marcus.

—¡Uy, sí!

—¿Insinúas que el trabajo de Leonel no es bueno?— frunció el ceño.

—Estás tergiversando las cosas— imitó el gesto facial de Marcus y se cruzó de brazos.

—Basta ya— interrumpió el mismo Leonel, —debo irme— se quitó el delantal, el cual Patricia aceptó para después colgarlo en la percha; —le llevaré a Alex un poco de comida y luego iré por Nathy.

—Claro, jefe— dijeron los dos empleados al unísono, luego se miraron entre ellos y se dedicaron muecas de falso desprecio por su no planeada sincronización en el diálogo. Leonel rió, esos dos eran bastante graciosos. Tomó su casco que se hallaba detrás del mostrador, al igual que el recipiente de comida que minutos antes había preparado y salió del local dispuesto a subir a su motocicleta.

Leonel Castille no había tenido un pasado muy feliz, fue el hijo menor de una madre soltera, la cual había falleció cuando él ni siquiera comenzaba a ir a la preparatoria; desde entonces su hermano mayor fue su sustento. De esa manera, con el apoyo de su hermano, se decidió por las artes culinarias, pero cuando faltaba menos de un año para que terminara la preciada carrera la vida decidió ponerle una prueba más al arrebatarle a su único hermano, quien sufrió un accidente automovilístico cuando viajaba con su joven esposa y familia. Al principio se derrumbó, pero entonces su amigo Alexander Vila, el muchacho que había conocido en la biblioteca pública cuando comenzaba a estudiar le animó a continuar lo poco que le faltaba para concluir sus estudios, aquellos que su hermano había apoyado. Ahora, cinco años más tarde, Leonel tenía un pequeño negocio propio, donde hacía postres y hacía poco le había anexado una barra de ensaladas, eso a petición de Alex quien decía que debía ofrecer bocadillos saludables. Y no solo el negocio había sido su gran logro, sino que poseía una cálida y bonita casa con un verde jardín, un pequeño auto y ahora una motocicleta. Algunos pensarían que eran demasiadas cosas logradas por alguien tan joven, pero él tenía claros sus objetivos y responsabilidades, aquellas que recayeron sobre él cuando su hermano partió.

Aparcó la moto en el cajón correspondiente, y bajó de un salto; entró al edificio y se dirigió al ascensor. Una vez dentro del cubículo de metal se quitó el casco, lo colocó bajo su brazo y sacudió su cabello castaño para acomodarlo mejor.

El timbre sonó, al abrirse las puertas caminó directo al apartamento de su amigo y tocó con los nudillos.

—¡Hola! ¿Interrumpo algo?— saludó Leonel al encontrarse con su amigo aún vistiendo sus elegantes pijamas; Alexander había regresado tarde del hospital y su atuendo a esa hora no era algo extraño, pero aún así quiso saber si Thomas estaba por allí.

Alex rió, —no, adelante— se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—Bueno— se encogió de hombros después de cerrar la puerta tras de sí, —es mejor preguntar, no quiero llevarme una sorpresa de nuevo.

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