Capítulo 8

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Después de terminar de almorzar, Mike me dice que hoy me llevará al gimnasio. Según él, necesito entrenar para saber defenderme, aunque lo que no sabe es que ya sé defenderme bastante bien. Sin embargo, no le digo nada. Más bien, quiero poner a prueba su paciencia conmigo, además de que tengo curiosidad por ver qué tipo de rutina de entrenamiento sigue para conseguir ese cuerpo de boxeador tan impresionante.

De camino al gimnasio, paramos en una tienda de deportes. Me compra unas zapatillas, un sujetador deportivo y un pantalón corto, ya que mi atuendo no es precisamente el más adecuado para hacer ejercicio. No me apetece ir al penthouse, así que decido hacerme una cola alta con una goma del pelo mientras él conduce mi coche. Por cierto, es la primera vez que dejo que alguien más conduzca mi coche. Mi primo se enfadaría mucho si llegara a enterarse. Mientras conduce, yo me cambio en la parte trasera del coche, no quiero distraerlo ni causar un accidente.

Al llegar, Mike me presenta a varias personas del gimnasio, cuyos nombres no logro recordar. No me molesta en absoluto que las pocas mujeres que hay lo miren con admiración. Es normal, después de todo. Lleva una camiseta blanca con una bandera dividida en el centro: la mitad es la de Estados Unidos y la otra mitad la del Reino Unido. El pantalón de chándal rojo y la gorra que le regalé completan su atuendo. Siempre se la pone antes de entrenar, según él, porque le trae suerte. Nació en Londres, aunque su acento apenas se nota, al igual que yo. De hecho, nací allí también, lo que nos da algo en común. Tal vez lo conocí en Londres y simplemente no lo recuerdo.

— Leah, te presento a mi buen amigo Nathan —dice Mike mientras me señala, luego se gira hacia su amigo—. Y ella es mi novia.

Nathan sonríe y asiente, midiendo casi lo mismo que Mike, con ojos oscuros y músculos tan grandes que, a primera vista, parecen incluso más definidos que los de mi chico. A pesar de eso, estoy segura de que Mike boxea mejor que él. Nathan lleva una musculosa roja y pantalones negros, su cabello corto y oscuro y tiene un tatuaje en el antebrazo derecho. Siempre me ha fascinado cómo muchos boxeadores tienen tatuajes en los brazos, el pecho o la espalda. Es algo que parece casi obligatorio en su mundo, pero no sé si tiene algún significado especial.

Después de la breve presentación, comenzamos con los estiramientos. Mike me guía en cómo calentar los músculos para evitar cualquier lesión. Con cada movimiento, me explica la postura correcta, cómo debo colocar los brazos y la forma de golpear. Aunque lo hago mal deliberadamente, con la esperanza de incomodarlo un poco, nunca pierde la calma. Solo frunce el ceño y, sin perder la paciencia, me vuelve a explicar todo desde el principio.

— Ya estoy lista. Quiero pelear contra ti —le digo con una sonrisa traviesa.

Mike se ríe, pero cuando ve mi rostro serio, la sonrisa se le borra lentamente, como si de repente se diera cuenta de que estoy hablando en serio.

— No estás lista, te falta mucho por aprender —dice, negando con la cabeza.

Le tiendo la mano con una expresión decidida, enarcando una ceja. Mike ya debería saber que cuando quiero algo, lo consigo. Una mujer tiene sus métodos para conseguir lo que quiere. Al final, suspira y me pasa un par de guantes. Saca unas vendas de su bolso deportivo y empieza a vendarme las manos, ajustando los guantes con cuidado alrededor de mis muñecas. Hace lo mismo con sus propias manos antes de caminar hacia el ring en el centro del gimnasio.

Con una sonrisa traviesa, me coge de la cintura y me levanta, dejándome entrar primero en el ring. Espero a que suba, y en cuanto lo hace, le saco la lengua juguetonamente. Él sonríe y niega con la cabeza.

— Intentaré no darte fuerte —dice mientras hace crujir los huesos de su cuello.

Levanto la mano y le saco el dedo de en medio, viendo cómo empieza a saltar en su sitio y lanzar rápidos puñetazos al aire. Es impresionante cómo se mueve, ágil y rápido, lo cual no me sorprende en lo más mínimo, considerando lo bueno que es en lo que hace.

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