El Primer Hombre (minicuento 1)

11 1 0
                                    

El primer Hombre llegó con el amanecer. La luz del cielo aclaraba de a poco y los ojos del Hombre poco a poco veían. Había tanto que ver que el Hombre no sabía a dónde mirar primero. Los árboles lo atraían con el lento movimiento de su follaje, pero el pasto se extendía hasta tan lejos que no podía evitar mirarlo. También veía el mar, muy a lo lejos, porque en ese entonces es sabido que casi no había nada en el aire, ni polvo ni luces ni nada, con suerte un puñado de aire, así que se podía ver hasta muy lejos.
Es más, había tanto que le llamaba la atención que el Hombre se sintió sobrecogido. El sol se le hacía demasiado brillante, le quemaba los ojos.
Corrió hacia el bosque para no mirar los campos ni el mar ni el cielo. Mirar poco y mirar más oscuro. Adentro se sintió más seguro, así que caminó sin rumbo y sin perderse, porque cuando no vienes desde nada y no vas a ningún lado, no puedes perderte de ninguna manera.
En ese entonces el Hombre no sabía que existían los días, ni los atardeceres, ni las noches, sólo sabía del día, el momento en que el sol estaba en el cielo. Creía que a partir de ahora el sol sería más y más brillante con el tiempo o por lo menos quedaría así como está.
Por eso, después de varias horas en el bosque caminando y mirando de a poco cada vez más, cuando el sol empezó a bajar en la primera tarde, el primer Hombre se dio cuenta que todo se hacía más oscuro y asustado de la oscuridad que salía de ningún lado y se fue corriendo fuera del límite de los árboles a ver que le pasaba al cielo.
Es su travesía había subido sin querer un enorme cerro que casi parecía montaña. Al momento de salir, desde la altura que estaba, podía ver todo el mundo a sus pies, desde lejos hasta más lejos aún, todo siendo pequeño y distante, sin dejar de ser presente. De repente el mar no le pareció tan grande y los campos parecían hasta tranquilos. El sol seguía bajando y teñía al universo con un tinte rojo. El desierto era intrigante, los hielos y las nieves se veían divertidos. El primer Hombre estaba intrigado y su miedo se disipó bastante, pero seguía ahí como una unas seguridad persistente.
El primer atardecer fue el más bonito de todos los atardeceres en la historia.
El primer anochecer fascinó al primer Hombre, pero empezó a sentir miedo al ver que todo quedaba oculto en sombras. Como toda la vida era nueva, la luna era nueva también y no estaba visible aún, apenas parecía una mancha más oscura. Temió de la noche hasta que mirando al cielo vio las estrellas salir, al principio unas, tímidamente, luego más y más. Eran tantas, cientos, miles, millones, galaxias enteras que alegraban el cielo nocturno. La primera noche era tan bella que el primer Hombre se sintió maravillado y sereno, infinito y pequeño y por una vez, dejó de temer.


MisceláneoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora