I
El graznido de un cuervo, posado en el alféizar de la ventana, provocó que Alberto diera un respingo. Se giró asustado y tras comprobar que no era más que un pájaro, siguió observando el póster que tenía en sus manos. Era muy antiguo y sobre un fondo de color amarillo, unas letras rojas destacaban sobre él con la leyenda "El señor Galanda y Martino". En el centro del cartel, aparecía un hombre bien parecido de unos cuarenta años aproximadamente, peinado con brillantina, bigote fino y sonrisa amplia. Vestía un traje de color negro, y bajo él llevaba un chaleco de color rojo y un pañuelo blanco que sobresalía del cuello. Sentado en el regazo del hombre, había un muñeco de madera vestido exactamente igual que él. Sus ojos muertos y enormes eran de color azul cielo y sus mejillas sonrosadas contrastaban con el blanco impoluto de su rostro.
Alberto entrecerró los ojos para poder leer mejor y comprobó que el cartel anunciaba una gira de El señor Galanda y Martino por toda Argentina en el año 1942. El chico resopló. Habían pasado más de setenta años desde que ese cartel se había impreso ¿Y su tío abuelo había muerto hacía tan sólo dos semanas? Debía de ser viejísimo.
El chico dejó el cartel con cuidado sobre una de las cajas polvorientas que se acumulaban en el sótano y sacó la lengua al cuervo que seguía observándole con sus ojillos negros a través de la ventana. El cuervo graznó una vez más y alzó el vuelo.
Alberto se limpió las manos sucias de polvo en su pantalón corto de color caqui y echó un último vistazo a la lóbrega estancia. Debía de medir más de veinte metros cuadrados y estaba todo lleno de cajas embaladas y restos de muebles rotos. Patas de sillas, mesas partidas por la mitad, un armario sin puertas... El único mueble que parecía seguir en pie era un chifonier de color caoba y aspecto decimonónico que estaba justo debajo de la escalera que llevaba al primer piso de la casa. En cuanto su madre lo vio, rogó a su padre para que pudieran llevárselo a casa y restaurarlo. Alberto tenía once años y no sabía demasiado del amor pero estaba seguro de que su madre se había enamorado a primera vista de esa especie de cómoda antigua.
Su padre le había dicho que si encontraba alguna cosa que le gustase, podría cogerla y llevársela con él pero aunque estuvo rebuscando en algunas cajas en busca de algo divertido (pistolas, sellos antiguos, libros), lo único que encontró fue el poster de su tío abuelo. No, de su tío bisabuelo, si es que tal palabra existía. Eduardo Galanda era el tío abuelo de su padre, Héctor que justo había cumplido los cuarenta años el pasado marzo. Su hermana Anabel y él, le regalaron a su padre un álbum de fotos familiares, rememorando sus cuarenta años de vida. A Alberto le pareció un regalo muy cutre, y aunque su hermana le dijo que era un recuerdo muy bonito y a su padre le había encantado, al muchacho le quedó la espina de no haberle podido comprar un regalo mejor a su progenitor.
Obedeciendo a un impulso que el mismo desconocía, agarró de nuevo el cartel, lo enrolló y se lo metió en el bolsillo. A papá le gustaban mucho las cosas antiguas, sobre todo si se trataban de libros, y puede que le hiciera ilusión ver un poster viejo en el que su tío abuelo anunciaba su espectáculo. Papá no le había contado que el tío abuelo (o tío bisabuelo) Eduardo era ventrílocuo ni que hubiera realizado una gira por Argentina, quizás ni el mismo lo supiera.
Sonrió satisfecho de sí mismo y se alegró de que cuando bajó al sótano, se le hubiera caído esa moneda de un euro, que rodó hasta los pies del chifonier sin cajones. Bajo las patas de éste, sirviendo de apoyo, estaba el cartel. Milagrosamente no se había roto y se conservaba en bastante buen estado. Tan sólo olía a humedad y un olor que no logró identificar pero que su mente traducía en "olor a viejo". Naturalmente que olía a viejo, el tío Eduardo debería tener más de cien años cuando murió. Alberto subió las escaleras pensando en si el llegaría a vivir tantos años como él. Confiaba en vivir doscientos años por lo menos, tenía muchas cosas por hacer.
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Sonrisa de madera
HorrorLas casas viejas saben guardar bien los secretos familiares. El pequeño Alberto encuentra en el sótano de su tío abuelo un viejo cártel en el que aparece un siniestro muñeco de ventrílocuo. ¿Conservará todavía su tío el muñeco en alguna parte? ¿Y po...