Miro mi reloj mientras compruebo mi pulso. Estoy a más de mil kilómetros del suelo y ese pensamiento no hace más que aumentar mis ganas de vomitar.
Tengo los dedos clavados en el respaldo del suave asiento azul, la señora que está sentada a mi lado no deja de mirarme con una sonrisa de superioridad pero no me interesa; estoy aterrada. Comienzo a contar Missisipis, como me enseñaron cuando era pequeña: Un Missisipi, dos Missipis, tres Missisipis.
La mirada burlona de la señora no hace más que aumentar mis nervios, por lo que me decido a mirarle los pies. Lleva unas medias de nylon transparentes de color negro y unos tacones bajos mostaza, por el tamaño de sus piernas puedo decir que es muy pequeña, como una niña de diez años. Subo la mirada y por su rostro parece tener estar rondando los setenta años. Lleva una falda pencil algo menos apretada de lo usual y una blusa blanca que contiene miles pequeñas flores de un tono rosa pastel. Vuelvo a posar la mirada en mis manos mientras trato de relajarlas.
Para distraerme, comienzo a pensar en como estará mi familia en estos momentos. Dejé a mi madre al borde del llanto y a mi padre furioso. Los adoró y moriría por ellos, pero no podía aguantar más. Durante los últimos seis meses hicieron todo lo posible para que abandonara la idea de ir a la NYU y decidir entrar en una universidad local. Damon, mi hermano, ni siquiera fue a despedirme al aeropuerto y eso hace que cierta ira comience a expandirse por mi pecho.
Comienzo a sentir un nudo en la garganta mientras agarro una botella de agua del carrito de la azafata. Suelto una mano del asiento y me agarro aún más fuerte con la otra. Pongo la botella entre las piernas y la aprieto mientras que con la mano que tengo libre desenrosco la tapa.
Siento el agua correr por mi esófago y eso me calma un poco. Después de unos minutos puedo soltar ambas manos del asiento y sacar la portátil y mis cascos del bolso de mano.
Cuando prendo la portátil, observo la foto mía y de Karen que puse de fondo de pantalla hace más de seis meses. En ella ambas aparecemos sonriendo y comienzo a preguntarme como es que nunca note el contraste que había entre nosotras. Yo, con mi cabello turquesa y piel ligeramente tostada, mientras que ella era castaña rojiza y de piel tan blanca como la porcelana. En aquella foto no aparecemos especialmente guapas, pero teníamos un brillo en los ojos que reflejaba una felicidad pura.
Vuelvo a sentir a mis lágrimas batallando por tocar mis mejillas y me apresuro a recoger la botella del suelo, tomo un buen chorro de agua y antes de que me de cuenta, la botella está vacía.
Ahora mismo no puedo permitirme pensar en ella, no cuando aún siento como si mi corazón fuera a explotar de mi pecho y el dolor me fuera a matar. No puedo permitirme pensar que ya han pasado tres semanas desde su muerte y que nunca la volveré a ver. No puedo.
Apago la portátil y la vuelvo a poner en mi bolso. Saco mi mp4 y le conecto los cascos. Miro por la ventanilla del avión mientras que recuesto mi cabeza en ella, aunque se que mi cuello estará hecho mierda al día siguiente. Después de un buen rato, me dejo llevar por la melodía de Better de Kodaline y poco a poco, me quedo dormida.
ESTÁS LEYENDO
Nunca es demasiado tarde
RomanceCon tan sólo diecisiete años, Lena siente que su mundo se está derrumbando. Su padre y su madre están atravesando un juicio por el divorcio, su hermano mayor no deja de salir con más y más chicas y su mejor amiga se acaba de suicidar gracias a un e...