Capítulo 1

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No estaba segura de si aquello que me impedía ver la carretera con claridad eran las lágrimas permanentes en mis ojos últimamente, que las gafas de sol tras las que me había escondido durante todo el día estuviesen sucias o el hecho de que la noche fuese inminente, aunque lo más probable es que fuese una combinación de las tres.

No sabía a dónde me dirigía, lo único conocido para mí en ese momento era que me iba, que me iba y que mi familia había muerto, que me iba y que estaba sola, que me iba sola... Con estos pensamientos no hacía más que aumentar un estado poco apropiado en la carretera y provocar un accidente no aliviaría mi dolor, yo tengo que vivir por ellos, tengo que vivir la vida que un gilipollas borracho conduciendo en sentido contrario no les ha permitido vivir a mis padres y mi hermana. Así, detuve mi pequeño Ford Fiesta del 98 en el arcén con un sonoro gruñido del motor al apagarse, producto de los años y de haber pasado por 3 dueños distintos. Me quité las gafas y enjugué mis lágrimas, pasé los dedos por mi sucio y enredado cabello castaño a modo de peine y, visto que sería imposible domarlo hoy, lo recogí en una coleta, me llevé las manos a la cara y cerré los ojos con el fin de tranquilizarme o con el fin de desaparecer, ya no lo sé.

Cuando volví a abrir los ojos no supe calcular cuánto tiempo había pasado, tan solo percibía un regusto amargo en la boca y un ligero entumecimiento en mis piernas, según mi reloj eran las 10 de la noche, por lo que había estado una hora y media parada en el arcén de una carretera de Dios sabe dónde y puede que hasta con las puertas del coche sin bloquear, espera... Sí, con el coche abierto a todo aquel que quisiese entrar, estupen...

- ¡Buenos días, pensaba que no ibas a despertarte nunca!

La sangre se congeló en mis venas, me quedé paralizada de tal modo que tan sólo pude girar el cuello en busca de la procedencia de esa voz aguda y despreocupada, la voz aguda y despreocupada de alguien que se había colado en mi coche mientras yo dormía.

- Chica, creo que no soy tan feo como para dejarte pálida - insistió la voz al ver que no contestaba. Era un niño de unos diez años con el pelo rubio y las mejillas sonrosadas, me miraba con curiosidad a través de unos ojos verdes almendrados y con una sonrisa pícara de medio lado como la que tenía mi hermana, cuando sonreía de ese modo sabía de sobra que no tramaba nada bueno.

Sin articular palabra cogí mi bolso y salí disparada de mi viejo coche, corriendo como nunca lo había hecho, como si el gélido aire cortando la suave piel de mi rostro pudiese borrar todo lo que un día había sido mi vida para no sentir más dolor, como si ese aire pudiese despertarme de una pesadilla en la que lo perdía todo y tenía alucinaciones con niños de mejillas sonrosadas. Finalmente, la oscuridad y la irregularidad del suelo que pisaba me hicieron tropezar cayendo de bruces al pavimento y raspándome la cara y las manos con el rugoso asfalto. Sin embargo, no sentí más dolor sino una inmensa ola de impotencia que entrecortaba mi respiración y hacía resbalar las lágrimas una vez más por mi rostro. No tenía fuerzas para más así que tumbada aún en el asfalto me dejé ir, dejé que todas las lágrimas que me quedaban brotasen de mis ojos como si de una fuente de vida se tratase, grité, golpeé el asfalto con los puños arañándome los nudillos, pregunté por qué a mí y no obtuve ninguna respuesta... No sentía nada salvo dolor, frustración y un tremendo sueño, quizás dormir un rato más me vendría bien y este asfalto estaba empezando a parecerme bastante cómodo...

- No pienso esperar otra vez a que te despiertes. - Ahí estaba de nuevo esa voz aguda acompañada de su sonrisa pícara.

- Desaparece de mi vista, no eres más que una alucinación producto del estrés y el sueño, ¿o me vas a decir que tus padres te han abandonado, te has perdido o algo por el estilo?

El niño se acercó más a donde me encontraba, ahora incorporada, y me dio una bofetada con una fuerza y una rapidez difíciles de prever. Ahora su sonrisa se hizo aún más amplia.

- ¿Haría esto una alucinación? - sonreía satisfecho, realmente le divertía la situación: yo demasiado confusa, agotada e inestable emocionalmente como para hacer frente a cualquiera, por pequeño que fuese, con la mejilla roja y dolorida y la boca abierta de par en par sorprendida por el descaro de Don Mejillas Sonrosadas.

- Está bien, está bien. - dije aún con la mejilla dolorida - ¿Qué quieres? ¿Te has perdido?

- ¿Qué quieres tú? - mantenía su sonrisa de medio lado.

- ¿Cómo que qué quiero yo? Eres tú el que ha venido a mí, se ha colado en mi coche y encima tiene la desfachatez de soltarme una bofetada ¿Dónde están tus padres? ¿Estás solo? Venga, te acercaré en coche a tu casa, tan solo tienes que indicarme dónde vives.

- No he venido hasta aquí por mí, sino por ti, necesitas ayuda. - esta vez su sonrisa había desaparecido y sus ojos perdieron parte del brillo que inicialmente poseían. Ahora su joven rostro inspiraba una confianza y seriedad como pocos adultos habían logrado transmitirme en mis veinte años de vida, realmente parecía que quería ayudarme.

- Te lo agradezco de verdad pero no pareces pasar de los diez años y seguro que tienes a alguien esperándote en casa con la cena sobre la mesa.

- Nadie me espera, tengo todo el tiempo del mundo para ti. -algo en su semblante infundió en mí una seguridad absurda para tan solo dos minutos de charla, su sonrisa de medio lado volvió pero esta vez me fiaba de esa sonrisa. Sus facciones dulces y a la vez traviesas me transmitían la certeza de que me escucharía. Quizás fuese el sentimiento de derrota creciente en mi interior, el cansancio o la necesidad de tener a alguien a mi lado lo que impulsaba las palabras a salir de mi boca y contarle a este niño todo lo que había reprimido en los últimos días, mi cabeza me decía que se me había ido la olla si pensaba que un niño de diez años quería escuchar mi historia, pero mi corazón empujaba cada vez con más fuerzas para deshacer el nudo en mi garganta y sacar a la luz aquello que me hacía tanto daño, mi corazón quería gritar a los cuatro vientos su historia, pero sobre todo quería que alguien le escuchase.

Como si de un volcán en erupción se tratase, las palabras brotaron de mi boca llevando consigo todo el sufrimiento padecido, todo ello bajo la atenta mirada de ojos verdes de Don Mejillas Sonrosadas, como si formase parte de mi vida desde hace mucho tiempo, como si fuese parte de mi familia. Empecé por el principio, por quién era la joven rota por dentro a la que estaba escuchando:

-Mi nombre es Alejandra, o Alex, como prefieras. Vivía con mis padres y mi hermana de 12 años en una casita en el pequeño pueblo de Luarca. Estudio Comercio desde hace tres años, más por la presión de mi padre por ser la primera de la familia con título universitario que porque realmente me guste. Aunque al final me he acostumbrado a ello, lo que verdaderamente me apasiona es la fotografía. - recordé con nostalgia las tardes con mi hermana enseñándola a utilizar mi cámara y explorando nuevos rincones que fotografiar - Mi vida era la típica vida de una joven universitaria; estudiaba, salía con mis amigos de vez en cuando, pasaba el rato con mi familia,... Hasta que un desafortunado accidente truncó mi existencia llevando consigo a mis seres más queridos.

Así fue como narré mis últimos días a Don Mejillas Sonrosadas, desde el accidente hasta el funeral de esta tarde, pasando por la agonía de intentar reconocer los cadáveres de mi familia calcinados por el fuego provocado por el accidente. Desde cómo me sentí cuando me dieron la noticia hasta cómo me siento en estos momentos, pasando por el odio que he llegado a experimentar por todas aquellas personas con sus obligados y falsos: "lo siento", "estamos a tu lado", "¡ha sido una tragedia y eres tan joven!",... Pero todo esto ya no importaba, no existía nada que pudiese hacer para volver atrás en el tiempo y evitar que mi familia condujese hasta Oviedo para comprar un vestido nuevo a mi hermana. Lo que realmente importaba ahora es que estaba sintiendo la soledad en cada célula de mi cuerpo, una soledad que me marcaría de ahora en adelante porque no tenía a nadie. No tenía familia cercana conocida y mucho menos amigos que quisiesen ocuparse de una joven de veinte años hecha y derecha, tampoco quería poner a nadie en un compromiso pidiendo una ayuda que, aunque quizás en algún momento necesitase, no quería necesitar. Me había convertido en huérfana a los veinte años y me sentía vacía, creo que no existía mejor forma de describir mi vida ahora mismo.

Terminé mi monólogo con un profundo suspiro y los ojos secos al fin. Sentía que me había quitado de encima un peso inmenso y aunque mi pena no era menor sí lo eran mi impotencia y mi ansiedad, todo gracias a un niño de ojos verdes almendrados y mejillas sonrosadas que, fuera de todo lo común para alguien de su edad, contestó con su ya característica sonrisa de medio lado:

- Alex, hoy comienza tu nueva vida, bienvenida.

Punto ceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora