15 de marzo de 1977, aquella fecha en la que su madre le había otorgado la vida, y a la vez la había engendrado para acabar conociendo él mundo en el qué hoy se encontraba, rodeada de conocidos observándola con fingida emoción mientras la luz de las velas de seguro no le favorecían. El día daba lugar a su cumpleaños número once, en el cual todos sus compañeros, vecinos y familiares se encontraban en el mismo espacio qué ella. A la mayoría no les había intercambiado siquiera un hola, pero su madre, tan beneficiosa y amable no quiso dejar torta de más para ésa noche en la nevera.
—¡Qué los cumplas muy feliz mí pequeña Cloe!— Bárbaro, estupendo. Jamás sabría qué cara colocar a la hora del qué los cumplas feliz. Tampoco descubriría por que la Tía Rita dejaba crecer el pelo dentro de su nariz, ni él por qué Sebastián, hijo de la mejor amiga de su madre se había convertido en su mejor amigo.
La fiesta había continuado con globos, y canciones, lo éxitos redundantes del momento.
Las sonrisas en los rostros de todas las personas allí dentro no se podían asemejar a la de ella. Internamente, desde que había practicamente nacido, esperaba que cada cumpleaños su padre se apareciera por aquella puerta, cargando sólo su presencia. Había deseado aquello con toda su alma. Aún lo deseaba, y cada vela soplada era un deseo relacionado a él.
Y ya a sus once años, la esperanza cada día se hacía más y más fuerte.
Su madre, una mujer dura y estricta, jamás había revelado el paradero de su padre. Ni siquiera le había otorgado el derecho de conocer su nombre.
― ¡Cloe! Ven a jugar con Timoty y Jam, serás la mancha – los gritos de su mejor amigo resonaron en su mente, y de una sola sacudida de cabeza, aparto todos los pensamientos de su cabeza, decidida a no arruinar otro de sus cumpleaños, se dirigió hacia sus amigos, evitando a toda costa volver a replantarse frente a su madre con las ganas de que por lo menos, reconsiderara que en su cumpleaños número once, le diera la oportunidad de saber de quién era el hombre que le había dado las hermosas ganas de cantar.
― Sólo seré la mancha, si en el pelo pelito eres tú – Recalcó, acomodando su vestido mientras se acercaba a todos sus invitados, entre ellos el alto y morocho Sebastián.
*
Ya era toda una mujer. Su largo y esbelto cuerpo se reflejaba en ropa interior frente el espejo, sintiendose una desgraciada, tomó con cansancio el corto vestido a bolados color esmeralda. Su cabello naturalmente de color cereza resalto en contraste con su pálida piel. Sus grandes ojos cafés reflejaban lo miserable que se sentía en su cumpleaños número catorce.
― Cielo los invitados... Oh – Su madre se adentró en su habitación, con la mirada de una madre orgullosa. Cloe la observó acercarse por el reflejo del espejo frente a ella. La vió observandola con emoción. – Eres la mujercita más hermosa, ¿lo sabes... verdad? – Comenzó a arreglar pequeñas arrugas del vestido, mientras hablaba. Cloe no pudo resistirlo más.
― Sólo sé que no se quién me ha dado la hermosa suerte de estar aquí, plantada frente a ti, con un espantoso vestido sólo para impresionar a tus malditos amigos. Sin saber por qué razón mi cabello es diferente al de las demás chicas, ni por qué me siento tan miserable todos los festejos de mis cumpleaños. ¡Nunca te has detenido a ver lo derrumbado que se encuentra tu alrededor!. Finjes llevar una vida perfecta, pero dios sabe que sólo eres una pobre mujer intentando escapar de la realidad. – Cloe no vió venir el cachetazo que dejó ardiendo sus mejillas cómo si una cuchilla afilada hubiera intentado cortarla. Sus ojos inmediatamente se humedecieron, y la imagen borrosa de su madre escabullendose rápidamente de su habitación, fue la visión suficiente para derrumbarse sobre sí, cayendo sobre sus pies, y escupiendo todo el llanto que hbaía estado reclamando hacía ya tiempo por salir.
― Sí tan miserable te sientes, y sabes lo doloroso que es sentirse así, no se lo hagas sentir a alguien más. – La voz de su madre se coló por detrás de la puerta.
No se sentía miserable, el problema era que ya no sentía nada. Su alma parecía haberse esfumado de su cuerpo. En ése mismo instante, supo que su padre jamás la escucharía cantar.
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Cántame para poder dormir
RomanceRegla mental nº1: Dejar que hablen. Sí de todas formas, ellos nunca definirán quién soy.