Desde que tengo memoria estoy buscando mi lugar soñado, en donde no haya nadie molestándome, en donde pueda sonreír sin fingirlo, en donde pueda ser libre.
Se dice que lugares así sólo existen en sueños, pero no, para mí no. Todos tenemos un lugar en el mundo, sólo que no nos proponemos a buscarlo. Yo lo encontré, fui feliz, pero al descubrir la verdad fue una pesadilla.
Era una noche fría cuando me fui de casa. Llovía como si nunca fuese a parar y se escuchaban a las ranas cantando por más agua de la que ya había. Encapuchada y con mi mochila rosa llena de recursos, los cuales me iban a ayudar a sobrevivir en mi búsqueda, salí sin hacer ningún ruido que pueda despertar a todos.
Miro mi reloj. Las tres y cuarto de la mañana y todavía había autos en la calle. Caminé sin un rumbo fijo, tengo la suerte de que viva en un lugar en medio de la nada ya que siempre se encuentran los mejores lugares.
Hacía mucho frío, demasiado para ser otoño. Calculé unos cinco grados pero iba bajando a medida que el tiempo pasaba.
Caminé unas dos horas más hasta que encontré una especie de cueva. Entro y saco mi manta de siempre, blanca con corazones rosas, y una pequeña almohada de la mochila. Me acuesto y apareció la "piel de gallina". El piso estaba helado. Me enrollo en mi manta como si fuera una oruga en su capullo como cuando está en el proceso de metamorfosis.
Abro mis ojos lentamente. Paró de llover y estaba soleado. No con un calor que te queres meter bajo la ducha fría, pero mejor que ayer a la noche estaba. Guardo todo en la mochila y salgo. Veo mi reloj, marca las once menos cuarto de la mañana. Sigo caminando para conseguir mi objetivo.
La supervivencia iba a ser más o menos fácil, ya tenía todo pensado. En unos minutos más o menos voy a estar pasando por una bicicletería, voy a alquilar una bicicleta para no tener que hacer mucho esfuerzo con mis piernas. Luego de eso me voy a fijar si hay alguna ciudad un poco cerca, que no sea en la que vivo ahora, para poder cambiarme el nombre así mi familia no me puede localizar y el hombre de la bicicleta tampoco. Conseguiré un trabajo en algún lugar y ganaré plata para poder contratar a unos albañiles para que me hagan una casa pequeña en mi lugar soñado, mientras la construyen yo voy a vivir en una carpa, voy a comprar alimentos no perecederos y que no se tengan que cocinar, o hacerme una amiga allí y cocinarme ahí. Cuando esté lista la casa voy a conseguir un trabajo más serio y voy a cambiar la bicicleta así si la buscan o algo no la identifiquen. Me voy a casar, o eso espero, y voy a tener hijos. Cuando ya esté todo listo le voy a contar a mi familia para que vean que puedo vivir sola, manejarme sola. Ya terminé mis estudios, ya sean del colegio o la universidad, pero están tan apegados a mí que no me quieren dejar ni salir a la calle sola.
Después de varios kilómetros recorridos lo encontré. Mi lugar soñado. Sabía que era ése, lo sentía. No tenía cercado y ninguna casa cerca, así que no debía ser de nadie. Era hermoso. Un pastizal verde puro como los que se ven en las películas, y muchos girasoles. A unos diez metros un pequeño bosque, los árboles eran blancos, era de abedul. Me bajé de la bicicleta y entré con ella a un costado, un olor hermoso. Cerré mis ojos y me dejé ser llevada por el sonido de la naturaleza. Era estratégicamente perfecto. Había un pueblo a unos pocos kilómetros de ahí y... ¡Un lago! ¡Un enorme lago! ¿Cómo no lo había visto? Tiré la bicicleta y corrí hacia él. Me mojé la cara, era agua sumamente limpia. Sonreí y era una sonrisa de verdad.
Escucho una voz dentro de mi cabeza que dice. "quédate con nosotros, Lia, no te vayas". Miré para todos lados y no había nadie, completamente sola.
Ignoré aquella voz y me imaginé cómo iba a ser con la casa. Tenía pensado una casa chiquita, con paredes blancas y techo rojo. Dos habitaciones, un baño y una cocina. Ya quería empezar.
Pasaron las horas, las semanas, los meses y los años. Las estaciones iban cambiando y cada vez estaba más cerca de cumplir mi objetivo. A la casa sólo le faltaba pintarla de afuera y ya estaba lista. Estaba felizmente casada y con una hermosa hija. Trabajaba como maestra en la escuela privada del pueblo y era feliz. ¡No paraba de decir esa palabra! ¡Feliz! ¡Estoy más que feliz!
Aquellas voces. Las seguí escuchando por un tiempo. Unos meses desde que me había mudado aquí.
No me pude comunicar con mi familia. Cuando fui a la casa no estaban, se habían ido. Me angustié ese día porque no vi papeles de "se busca" con mi cara en ella, ¿no me habían buscado? Esa preguntaba rondaba por mi cabeza y se quedó ahí hasta que fui vieja.
Eso sí, era sumamente extraño lo rápido que pasó el tiempo, de un día a otro la casa ya estaba echa y yo ya estaba instalada. Además, mi vida era muy perfecta. Sin peleas, sin problemas económicos, sin gritos ni nada. Era una vida rara pero a la vez hermosa.
Una noche fría y con una gran tormenta, salgo de mi casa. Eran las tres y cuarto de la mañana.
Y ahí fue cuando todas las piezas encajaron en mi cabeza. Descubrí la cruel verdad, pero soy feliz.
"Lia Flores murió el tres de febrero de 1993. La encontraron adentro de una cueva a unos kilómetros de su casa. Murió de una hipotermia. Aquella noche queda en el recuero de sus familiares. Aquella noche lluviosa y fría que hacían cinco grados, su amada hija murió en sus sueños."

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Historias cortas para matar el tiempo.
Разное¿Te aburrís? Yo también, así que escribo esto para alejarnos del aburrimiento.