El retratista de sombras
Las gotas violáceas, que caían del pincel que había sobre la mesa, habían formado ya un pequeño charco en la raída alfombra persa del comedor. Montones de lienzos se apilaban en distintas partes de la habitación dándole un pintoresco aire caótico. Difícilmente podía llegar a verse el primer encanto que había tenido el piso cuando fue comprado, bajo las decenas de botes de pintura, bocetos y demás artilugios artísticos que llenaban el suelo. Por aquel entonces, Edward acababa de llevar sus primeros cuadros a las galerías con éxito, y una vivienda de tales dimensiones y con increíbles vistas de la ciudad le pareció como poco, un lugar digno donde crear sus obras. Pero claro, eso había sucedido ya hacía casi dos años y ahora pasaba por un duro periodo de sequía creativa. Se ahogaba entre las llamadas de su agente y demás magnates para recalcar las fechas de entrega.
Cada día que pasaba se hacía más insoportable y frustrante la idea de no poder acabar sus cuadros. Siempre empezaba bien, los bocetos y las ideas eran buenas. Pero cuando llegaba al final, no terminaban de convencerle ninguno. A todos les faltaba algo especial, carecían de la vida propia que quería expresar en sus obras.
Los gritos, audibles en todo el bloque de viviendas, estaban llenos de la ira y agonía del artista. Era como la quinta vez que su agente le llamaba ya esta mañana, y así, era imposible trabajar, pero el viejo tipo de traje caro no parecía comprenderlo. Así que colgó el teléfono y lo arrojó contra el lustroso sofá de la salita.
Pasos largos, sonoros y repetitivos como el tic-tac de un reloj, de un lado a otro de la habitación, era lo más que su nerviosismo le dejaba hacer. El fantástico cuadro en el que había estado trabajando las últimas semanas descansaba sobre el caballete, con la luz de la mañana bañando sus tonalidades. Lo miró, la rabia más infinita se posó en su mente con una pesada y devastadora ola de calor. ¿Cómo podía ser qué aquello que tanto amaba hacer le estuviera hundiendo la vida?
Agarró unas de las piezas de metal que tenía encajado un lápiz, formando una especie de rudo compás, y se dispuso a rasgar la pintura con toda la fuerza que tubo, con toda la rabia, las llamadas de sus agentes, la frustración de meses guiando su mano. Pero sin saber cómo, la pieza no cortó la pintura, sino que el artista totalmente sorprendido se precipitó al interior del cuadro, sumiéndose en una angustiosa caída.
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El retratista de sombras
FantasyFrustración, dolor, sensación de vacío... son los sentimientos de un artista que ha perdido su inspiración. Quién le diría a este joven innovador que aquello que más ansiaba estaba en su interior. Una historia llena de sorpresas, acción, amor y giro...