RENACER

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Desde que era una niña nunca me gustó vivir. Era duro y cansado, era difícil. Nadie a mi alrededor me trataba bien. Nunca tuve amigos, sólo había niños que me pegaban, me insultaban, me humillaban. A los adultos nunca parecí importarles. Mis padres murieron cuando yo era aún una niña, sólo tenía seis años; y desde entonces, mi vida ha sido demasiado parecida a un infierno. No les recuerdo apenas, solamente que mi padre era albino, como yo, y que mi madre tenía el pelo negro como el ébano y largo, largo hasta la cintura, al igual que papá. Ellos nunca me atendieron demasiado, aunque al menos no me maltrataban.

Cuando cumplí los veintiún años ya decidí que había sido suficiente sufrimiento por el que había tenido que pasar en mi corta vida me fui a la orilla del río a clavarme un puñal en el pecho, en el lado derecho; quería morir de forma dolorosa para rememorar lo que había sido mi vida. Notaba la sangre caliente brotar de mi pecho y la sentía caer por mi vientre, por mis piernas. Era cálida, una sensación que no conocía demasiado. Estaba tan acostumbrada al dolor psicológico, que el elevado dolor físico que estaba sintiendo me reconfortaba. Quizá me había vuelto algo masoquista con el paso del tiempo. En ese momento no oía ni veía nada, sólo sentía ese calor que me estaba destruyendo. Y entonces pasó. Nunca supe quién fue, ni de dónde vino. Ni siquiera cómo era físicamente. Pero llegó. Llegó hasta mí atraído por el olor de mi sangre, que ahora sé que se puede percibir desde kilómetros de distancia. Comenzó a sorber mi pecho, y la sensación de calor se estaba desvaneciendo, siendo sustituida por una sensación de frío y vacío inmensa. Supe que el momento de mi muerte llegaría más rápido y ya no me importaba. Fue entonces cuando me mordió. Ese mordisco se estaba llevando mi vida rápidamente. Empezaba a tener sueño, mucho sueño. Sería la última vez que mis ojos humanos estarían abiertos, que mis sentidos, ya casi del todo apagados, percibirían nada.

Abrí los ojos de nuevo, ¿Estaba ya muerta? ¿Era ya al fin libre de mi prisión humana?

Mi pecho no estaba herido, así que quizá estaba en la otra vida o más allá o como le queráis llamar. Pero noté que tenía una cicatriz. ¿Podía un espíritu tener cicatrices? Me atreví a abrir los ojos. Estaba a la orilla del río, mi camiseta rajada por donde horas antes me clavé el puñal y un considerable charco de sangre seca se entrelazaba con la tierra. Era muy temprano por la mañana, invierno y el sol quemaba demasiado. Corrí hasta la parte de abajo del puente a refugiarme de los rayos del astro rey demasiado confusa para darme cuenta de que no tardé más de dos segundos en recorrer los alrededor de cincuenta metros que me separaban del puente. Me acerqué al río y al ver mi reflejo me sorprendí. Estaba increíblemente pálida (más aún de normal dado mi albinismo), ojerosa, pero mis labios eran rosados... Me gustó verme así y sonreí. Hacía tanto que no sonreía... ¡Oh, por todos los cielos! ¡Mis colmillos eran enormes y muy afilados!

Definitivamente, no estaba muerta, o al menos no del todo. En efecto, aquella noche, aquella misteriosa persona me había salvado de la muerte, llevándome a la vida eterna, pero de una manera mucho diferente a la que siempre hubiera esperado, mucho mejor que la que me esperaba como humana.

En efecto, desde ese momento y para siempre, era una vampiresa.

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⏰ Última actualización: Nov 05, 2015 ⏰

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