Cartas(1)

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Año 1930

11 de octubre de 1930 - (19 años)

A su tío Leopoldo Barón, Duque de Maqueda. (1)

Queridísimo tío Polín:

Te podía haber escrito antes, pero he pasado unos días de continuo movimiento, y ahora que ya estoy en mi casa y tranquilo y se empieza a normalizar mi vida estudiantil, y a sosegar mi espíritu, me atrevo a molestarte con estos renglones.

¿Qué quieres que te diga? Lo que yo vi y pasé en la Trapa, las impresiones que tuve en ese santo monasterio, no se pueden, o por lo menos, yo no sé explicarlas y solamente Dios lo sabe.

De todas maneras, te daré cuenta de lo que hice y de lo que vi.

Me dejasteis en el tren con el pariente de tía María a quien no hice ningún caso, pues cuando le dije que iba a la Trapa, se extrañó mucho y me dejó en paz.

Llegué a la estación con un calor sofocante; dejé las maletas al jefe de equipajes, y con mi abrigo, el maletín de viaje y con mucha ilusión, cogí, sin hablar con nadie, la carretera. Son tres kilómetros y creí que no llegaba nunca. ¡Vaya un sol! Unos metros antes de llegar a la puerta del convento, me detuve en un riachuelo que existe en un borde de la carretera, me refresqué, y una vez descansado llamé a la portería y salió un hermano muy cariñoso al que di la carta tuya para el Padre Armando. Me pasó a un cuartito que tenía en la portería, donde por lo visto el hermano Bartolomé -así se llama el portero- estaba cosiendo en una ventana, pues allí se veían agujas, carretes y todos los menesteres. Después me hizo subir a una salita que hay en la hospedería donde esperé al Padre Armando, el cual se portó conmigo como no merezco. Le dije lo que tú ya sabes; se ve que te quiere mucho, y al que manifesté mis deseos de permanecer unas horas en el monasterio.

Desde este momento es cuando yo comencé a ver y a sentir una íntima vergüenza de mí mismo, cuando al entrar al saludar al Señor en la iglesia, vi a los monjes cantar en el coro, y aquel altar con aquella Virgen, vi el respeto que tienen los monjes en la iglesia y, sobre todo, oí una salve que... querido tío Polín, sólo Dios sabe lo que sentí... Yo no sabia rezar.

A las once de la noche me levanté, me vestí y me bajé a la iglesia creyendo que eran las dos de la mañana. Después a las cuatro me dijo la misa el Padre Armando, a la cual ayudé.

Vi, claro está, todo el convento. Al Padre Abad, al hermano Carmelo que no estaba en la sastrería porque está enfermo. Le di un abrazo y por señas (2) me dijo que te lo devolviera. Lo vi todo. Tú ya lo conoces mejor que yo; así es que no te puedo decir nada nuevo. A las ocho pasaba un automóvil por la carretera para ir a la estación y Dios que es tan bueno quiso que lo perdiera y me tuve que quedar toda la mañana hasta las dos de la tarde.

Entonces me fui al campo; vi a los monjes con sus grandes sombreros, trabajando al sol. Si vieras qué pequeños parecen en esas llanuras tan grandes con tanto cielo; y, sin embargo, a los ojos de Dios, debe de ser otra cosa. Y no creas que yo al verlos y admirarlos sentía envidia, no, pues tú me has enseñado una cosa muy importante y que te la he oído decir muchas veces: que a Dios se va por muchos caminos y de muy distinto modo; unos volando, otros andando y otros, la mayor parte, a tropezones, y como así lo quiere Dios, pues así lo quiero yo.

Por fin tuve que dejar el monasterio y a pie cogí otra vez la carretera; no fui triste, pero sí con ánimo de volver, y de volver unos días.

Lo que yo gocé en la Trapa no te lo puedes figurar, pero si les conoces a ellos y me conoces a mi, puedes hacerte un poquito de cargo. De ese día me acordaré toda la vida y en los ratos que tengo de desfallecimiento, me acuerdo de mis hermanos, de su monasterio y de sus costumbres, y me animo mucho.

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⏰ Última actualización: Nov 07, 2015 ⏰

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