La casa abandonada

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 Invierno de 1989. Las valijas estaban llenas, pesadas, obesas, con ganas de esplotar. Estábamos empacando mamá, Mati, Lauti, papá y yo, pues nos íbamos de casa. Pusimos las 25 maletas en la camioneta de papá, subimos y nos fuimos de una casa tan hermosa, llena de grandes recuerdos.
Matias y Lautaro (mis hermanos que eran mellizos) se paraban en el coche y asomaban su cabezita en la ventanilla del auto, y, al mismo tiempo, sentían cómo el viento atravesaba poco a poco sus caras.      

-¡Chicos!, no saquen sus cabezas afuera, puede pasar un auto y se las saca-dijo mamá sonando metafórica.

Mis hermanos rápidamente entraron sus cabezas, tenían miedo.Papá manejaba, siempre que lo hacía no se le podía hablar, sino lo desconcentraríamos. Mamá revisaba su dinero, en esos tiempos, $10 era demaseado.        
 Yo estaba tranquila, al fin y al cabo, era la más calmada de la familia. Miraba por dentro los distintos paisajes que me rodeaban. Era conocida por llamarme "doña imaginación" ya que imaginaba de todo un poco. Mis compañeras me tenían envidia porque cuando había que realizar cuentos, yo los inventaba en un instante. Pero a mi no me gustaba tanto este don, debido a que a veces mi imaginación se salía de lugar. Podía imaginar que de los edificios, saldrían espíritus a buscarme por mi especialidad, o que un día, saldrían los de mi casa, a comerce a mi familia. Y muchas otras cosas que prefiero ni contar.
 El día se estaba oscureciendo, las nubes celestes se transformaron en grices y taparon a el sol que tanto brillaba, estaba por llover.  

-¿Ya llegamos?-pregunté con curiosidad.  

-Ya casi-respondió mamá.                                                                                                                                                                                                                                             -Nos vamos a una casa a la que nos íbamos de vacaciones. Pero de seguro que no se acuerdan porque fue hace mucho tiempo, cuando ustedes eran más pequeños-dijo papá. 

Pero yo no me acordaba de eso. Ni un poco. Hice mi mayor esfuerzo, pero no recordé una casa a la que iba cuando era chiquita. Luego de un largo rato, papá estacionó la camioneta en un garage viejo y despintado. Después dijo un "llegamos" anunciando que habíamos concurrido a nuestra nueva casa.  

-¿Esta es la casa?-pregunté sorprendida.   

-¡Ah vamos! Susanita, no le des importancia a eso, ¡está bunísima!, te aseguro que será el mejor hogar que hayas visto jamás-me dijo papá.

Estaba desprolija, descolorida, las partes del techo se estaban por derrumbar, las escaleras hacían un ruido muy feo al subir o bajar, las puertas rechinaban con el viento. Más que una casa, parecía una cabaña arruinada, que no tenía arreglo. Algo así como la casa abandonada.

Entonces entramos, mamá y papá habían acordado bajar las valijas luego de echarle un vistazo a la casa. Matías y Lautaro ya estaban dentro de ella corriendo y santando sin parar. Mamá les grito, por poco rompían una madera del suelo. Papá revisó el baño, no era la gran cosa pero tenía un hinodoro desgastado, un lavamanos sucio y una bañera oxidada que igual servían. Mamá caminó hacia la habitaciones, las midió con la mente para después saber qué ocupar en ellas. Al término de revizar el baño y las habitaciones fuimos todos a la cocina, oxidada, gastada, sucia, fea, de la misma manera que las otras partes de la casa. Mamá y papá fueron a la camioneta a bajar las maletas.                      

De repente se escuchó un ruido que venía de uno de los cuartos. Lautaro y Matías se dirigieron allí rápidamente a ver lo que sucedía.    

-¡Alto!-les grité, pero no me olleron.

Subí las escaleras para traerlos devuelta hacia abajo, antes de que se metieran en problemas...

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