-¡Chicos!-grité agitada al subir las ecaleras interminables.
Pero nadie respondió. Cuando llegué a la puerta, la abrí y entré. Estaba oscuro, pero encontré una de las linternas viejas. No los vi a primera vista, pero no me rendí. Busqué por debajo de una cama, allí no estaban. También revisé en un armario oxidado, roto. Pero también estaba vacío. No se me ocurrían otros escondites.
-¡Matías, Lautaro, salgan ya de donde estén!, no estoy jugando a las escondidas, le voy a contar a mamá-volví a hablar, pero, no habían respuestas.
De pronto, alguien tocaba la puerta de esa habitación. Me asusté, y comencé a pensar cosas malas, como acostumbraba. Que había algún ser malo, o incluso que aparecieran Mati y Lauti muertos, cosas horribles.
-Amm, ¿Mati, Lautaro, son ustedes?¿Mam...á, papá?-pregunté desorientada.
La puerta comenzó a rechinar, de modo tal que, se abrió.
-¡Susana, mamá y papá están haciendo la comida, me pidieron que te llame!-dijo Matías agitado.
-¿Por qué respiras tan mal?-pregunté más calmada.
-Es que con Lautaro jugamos a la mancha, y... corrimos.
-¿Por qué tenés esa cara hermana?-dijo Lautaro.
-Por nada, bajemos a comer-les dije.
¡Qué susto!. Sentí un alivio al saber que no era lo que yo imaginaba. Una vez tranquila, bajé las escaleras, cuando escuché una voz que parecía la de una niña, y decía: "¡socorro!". Corrí hacia abajo, pues los nervios y el miedo me superaron y no me dejaron ir a investigar.
-¿Ya está la comida?-interrogué a mamá.
-No, pero falta poco. Por si preguntas, tu papá está afuera reparando, mmm, bueno algo de la camioneta.
-Gracias mamá-dije caminando hacia afuera.
Aunque quería contarle lo que antes había escuchado, no podía, ¿y si no me creían?, ¿y si me decían que no existen los monstruos? No, también tenía miedo de eso.
Salí al patio. Todo estaba oscuro, era de noche. Los ruídos de los búhos eran terribles, los murciélagos chillaban como el ruido de una pelota rebotadora.-Pa, ¿qué haces?-pregunté
-Arreglo la bujías de la camioneta.
Luego de comer, era la hora de dormir. Decidimos cuáles eran nuestros cuartos. Yo me quedé con la habitación de la izquierda con dos camas; una para mi y la otra para mis hermanos. El cuarto de la derecha (al que había ido hace un rato) quedó para mamá y papá, ya que les dije que no me gustaba.
En nuestra habitación, de mi lado, coloqué mi veladorcito, un reloj, en mi cama una almohada mía y mi sábana también. En una cajita que me habían regalado para mi cumpleaños, puse una foto de mis amigos del colegio, para no olvidarlos nunca.
Esa noche, no pude dormir. No por tener miedo o algo así, sino porque estaba incómoda. Me molestaba algo que seguro había en la cama, pero, debido a la oscuridad, no me atreví a averiguar qué era.
-¡A despertarse dormilona!-gritó Lautaro.
-¿Q...qué?-pregunté recién despierta.
-Estás durmiendo desde hace mucho.
-¿Ya de día? ¡Pero si recién me despierto! Y yo que no logré dormir nada...-dije cuando me acordé que tenía que ver por qué estuve incomodícima toda la noche.
Entonces, revisé con la mano por debajo de la sábana. Pasé la mano hasta que encontré algo duro.-¡Lo sabía!-me dije.
Con fuerza, tiré del objeto para atrás. Era pesado, pero era chiquito. Estaba cerrado con candado, así que llamé a mamá y a papá.
-¡Miren, vengan, les enseñaré!-dije cuando estaban por entrar al cuarto-aquí está, pero... ¿qué es?
-Oh, vaya. ¡Nuestra hija ha encontrado el baúl dorado!-dijo mamá.
-¿De quién era?-les pregunté.
-Eran los recuerdos de tu abuela, fotos, álbumes. Lo habíamos perdido y no lo encontrábamos. Recuerdo que lo buscamos debajo de esta cama, pero no había nada, qué raro. Nadie ha venido aquí, salvo nosotros, desde que tu abuela falleció-dijo papá.
-Debe estar cerrado, pero, por suerte, guardamos la llave desde que lo perdimos, hasta que un día tú lo encontraste. Ten, tomá la llave-dijo mamá dándome las llaves de su bolsillo.
-Gracias. ¡Guau, cuántas fotos!-dije sorprendida.
-Míralas, nosotros dos nos tenemos que ir al supermercado, pero cuida a Matías y a Lautaro-admitió mamá.
Después de que mamá y papá se fueran, las observé mejor. Había de todo en esas imágenes: paisajes, parientes, mascotas, objetos antiguos, vestimentas, comidas, etc. Pero en el fondo del baúl se hallaba un pequeño papel viejo, se notaba que era de algún anotador, que decía: "ten cuidado, no todo es lo que parece"
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Mi destino
Espiritual-¿Por qué no puedo abrir la puerta?[...]-pregunté -Porque no, y punto. Yo ya te expliqué.[...]-respondió papá