Daphne la Conejita estaba admirando su reluciente
esmalte violeta de uñas cuando Benny el Tejón pasó
zumbando montado en su bicicleta de montaña
roja y la hizo caer de cuatro patas.
-¡Maldito tejón fastidioso! -excla¬mó-.Alguien tendría que desinflarte las ruedas.Daphne se cae de bruces
El día que Peter Lanzani estuvo a punto de matarla, Lali Esposito renunció para siempre al amor no correspondido.
Estaba esquivando las placas de hielo del aparcamiento de las oficinas de los Chicago Stars cuando Peter salió rugiendo de la nada en su novísimo Ferrari 355 Spider de color rojo valorado en 140.000 dólares. El coche, envuelto en el sonido chirriante de los frenos y el rugido del motor, dobló la esquina salpicando fango. Mientras intentaba esquivarlo, Lali perdió el equilibrio, topó con el guardabarros del Lexus de su cuñado y cayó entre una nube de gases del tubo de escape.Peter Lanzani ni siquiera redujo la velocidad.
Lali se quedó mirando cómo se alejaban las luces traseras, apretó los dientes y se puso en pie. Una de las pern¬ras de sus carísimo pantalones Comme des Garlons se había manchado de nieve sucia y barro, su bolso Prada estaba hecho un asco y una de sus botas italianas tenía un arañazo.
-¡Maldito futbolista fastidioso! -murmuró entre dientes-. Alguien tendría que desinflarte las pelotas.
¡Él ni siquiera la había visto, y por descontado no se había fijado en que había estado a punto de matarla! Aunque, por supuesto, eso no era ninguna novedad. Peter Lanzani no se había fijado en ella desde que empezó a jugar en el equipo de fútbol de los Chicago Stars.
Daphne se sacudió el polvo de la pelusa de su colita de algodón, se limpió el fango de sus brillantes escarpines azules y decidió comprarse el par de patines más rápidos del mundo. Tan rápidos como para poder atrapar a Benny y su bicicleta de montaña...
Lali contempló durante unos pocos segundos la po¬sibilidad de perseguir a Peter en el Volkswagen Escarabajo de color chartreuse que se había comprado tras vender su mercedes, pero ni siquiera su fértil imaginación podía conjurar una conclusión satisfactoria para aquella escena. Mientras se dirigía a la entrada principal de las oficinas de los Stars, sacudió la cabeza avergonzada de sí misma. Ese tipo era atolondrado y superficial, y sólo le importaba el fútbol. Punto: se habían acabado los amores no correspondidos.
No es que fuera realmente amor lo que sentía por aquel patán. Más bien se trataba de un patético encaprichamiento, cosa que podría ser excusable a los dieciséis años, pero que resultaba ridícula en una mujer de veintisiete años con prác¬ticamente el coeficiente intelectual de un genio.
Vaya genio.
Una ráfaga de aire caliente la envolvió mientras se disponía a cruzar la serie de puertas de cristal que, decoradas con el escudo del equipo, consistente en tres estrellas doradas superpuestas sobre un óvalo azul celeste, conducían al vestíbulo. Lali ya no pasaba en las oficinas de los Chicago Stars tanto tiempo como lo había hecho cuando todavía iba al instituto. Incluso entonces se sentía como una extraña. Era una romántica empedernida, y realmente prefería leer una buena novela o perderse en un museo que ver deportes de contacto. Naturalmente era una acérrima aficionada de los Stars, pero su lealtad era más producto de su entorno familiar que de una inclinación natural. El sudor, la sangre y el choque violento de hombreras eran algo tan extraño para su naturaleza como... bueno... como Peter Lanzani.
-¡Tía Lali!
-¡Te estábamos esperando!
-¡No te imaginarías nunca lo que ha ocurrido!
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Diferentes - Laliter
Lãng mạnLali Esposito tiene fama de meterse en líos. Es verdad que se desprendió de una herencia de quince millones de dólares… pero vaya, nadie es perfecto. Aún así tiene una vida casi perfecta, esa es Lali. Aunque sus libros de la Conejita Daphne podrían...