Bien entrada la madrugada, Daphne se coló en la madriguera de Benny el Tejón con el rostro cubierto con la temible máscara de Halloween...
Daphne planta un huerto de calabazas
Un débil rayo de luz del pasillo se proyectaba encima de la alfombra. Lali podía distinguir una forma grande bajo las mantas. Su corazón latía fuerte por la emoción de lo prohibido. Vacilante, dio un primer paso hacia dentro.
La misma energía peligrosa que había sentido cuando, a sus diecisiete años, había activado la alarma de incendios, la recorrió de arriba abajo. Se acercó un poco más. Sólo una miradita y se marcharía.
Peter estaba tumbado de costado, de espaldas a ella. El sonido de su respiración era profundo y lento. Recordó las viejas películas del Oeste en las que el pistolero se despierta con el menor ruido, e imaginó a un Peter con el pelo aplastado apuntándole al estómago con una Colt 45.
Fingiría que era sonámbula.
Él había dejado los zapatos en el suelo, y Lali apartó uno con el pie. Hizo un ligero frufrú con el roce de la alfombra, pero Peter no se movió. Lali apartó la pareja, pero él siguió sin reaccionar. Había pasado el peligro de la Colt 45.
Las palmas de las manos le sudaban, y se las secó con el camisón. Entonces chocó suavemente con un extremo de la cama.
Peter estaba profundamente dormido.
Ahora que ya había visto qué aspecto tenía cuando dormía, se marcharía.
Lo intentó, pero sus pies la llevaron al otro lado de la cama, donde podría ver su cara.
Cristóbal también dormía así. Se podían lanzar fuegos artificiales junto a su sobrino y él no se inmutaba. Pero Peter Lanzani no se parecía en nada a Cristóbal. Lali se recreó con su fantástico perfil: una frente fuerte, unos pómulos angulados y una nariz recta y perfectamente proporcionada. Siendo futbolista debería habérsela roto varias veces, aunque no se veía ni un golpe.
Eso era una intolerable invasión de su intimidad. Inexcusable. Pero mirando su pelo castaño oscuro aplastado, no pudo resistir la tentación de apartárselo de la ceja.
Un hombro perfectamente esculpido asomaba fuera de las mantas. Sintió deseos de lamerlo.
¡Ya está! Había perdido la razón. Y no le importaba.
Ella todavía tenía el condón en su mano y Peter Lanzani yacía bajo las mantas... en cueros, a juzgar por aquel hombro desnudo. ¿Y si se metía bajo las mantas con él?
Eso era impensable.
Aunque, ¿quién iba a enterarse? Él tal vez ni siquiera se despertaría. ¿Y si lo hacía? Sería la última persona interesada en contarle a nadie que había estado con la hermana obsesa sexual de su jefa.
El corazón le latía tan deprisa que se sentía mareada. ¿Estaba pensando realmente en lo que hacía?
No habría ninguna secuela emocional. ¿Cómo iba a haberla si ni siquiera albergaba la ilusión de un amor profundo? Y en cuanto a lo que Peter pensaría de ella... Él estaba acostumbrado a que las mujeres se echaran a sus brazos, así que difícilmente se sorprendería.
Lali pudo ver la alarma de incendios colgada en la pared, justo delante de ella, y se dijo a sí misma que no la tocaría. Pero sentía un hormigueo en las manos y su respiración se había convertido en un jadeo. Se había quedado sin fuerza de voluntad. Estaba cansada del desasosiego, de los pies inquietos. Cansada de mutilarse el pelo porque no sabía cómo arreglar su vida. Harta de tantos años intentando ser perfecta. Su piel estaba húmeda por el deseo y por una sensación creciente de horror cuando se vio a sí misma quitándose las zapatillas de conejo.
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Diferentes - Laliter
RomanceLali Esposito tiene fama de meterse en líos. Es verdad que se desprendió de una herencia de quince millones de dólares… pero vaya, nadie es perfecto. Aún así tiene una vida casi perfecta, esa es Lali. Aunque sus libros de la Conejita Daphne podrían...