La noche primaveral tenía un toque mágico, parecía estática. Había una temperatura agradable y una pequeña brisa refrescante. Nada se movía ni hacía ruido, excepto yo que vagaba por las calles contemplando esa belleza que era solo para mí. En la noche no había gente en el pueblo y por eso me encantaba caminar, la soledad es más agradable cuando la compartís con alguien, y eso sentía, era extraño que estando solo me sintiera acompañado, quizás acompañado por mí mismo, por las personas de todo el mundo que sentían lo mismo, o quizás por el pueblo que contemplaba mi soledad como yo contemplaba su quietud.
Mis caminatas nocturnas me servían para pensar, allí encontraba tranquilidad para poder analizar y replantearme mis problemas una y otra vez, no tenía horarios ni límites, nadie sabía de mi existencia, era como estar en un universo que existía solo para ser habitado por mí y mis pensamientos.
Esa noche pensé muchas cosas, entre ellas el por qué no tenía amigos (en realidad si tenía, pero no creía que esas personas hubieran entrado en la categoría de "amigos"). Había muchas cosas que analizar. Primero la mayoría de los chicos me caían mal, eso me lleva a pensar ¿Por qué todos los chicos me caían mal? Y esa incógnita me lleva a pensar: ¿todos están mal? O ¿yo estoy mal? Este debate ocupo mi cabeza un buen rato. Siempre me sentí diferente al resto, sentía que yo era especial, aunque nunca supe que era lo que me hacía especial, era demasiado común para serlo, aunque si había algo que creo que me caracterizaba, y eran mis pensamientos, tenía la impresión de que pensaba muchas más cosas que le resto de las personas. Pero es incierto, porque no podía saber en qué pensaban las demás personas, aunque tenía algunas evidencias de mi teoría, por ejemplo en la clase de matemáticas preguntaba cosas que nadie cuestionaba, mis compañeros aceptaban que 2+2=4, pero no les importaba el proceso de cómo se obtenía el 4, en cambio yo necesitaba saber de dónde venía cada número, cada signo y hacia donde iba. Mis compañeros odiaban mis preguntas, porque siempre gracias a mi la profesora comenzaba a explayarse explicándome. A veces me decían que no le busque la quinta pata al gato, pero para mí era importante.
Entre tanto caminar llegue a mi lugar favorito, una calle alejada donde no hay casas ni iluminación ni nada, y al estar libre de la contaminación lumínica se puede apreciar el cielo. Las estrellas brillaban hermosas. De alguna extraña manera su belleza me hacía sentir inferior e infeliz. Seguí caminando, en un momento levante la vista y fue una casualidad de fracción de segundo en que vi una estrella fugaz. Fue lo más bello que vi en toda la noche, y comencé a llorar.