LA OBRA DEL ALQUIMISTA
El reino de Dios no vendrá a nosotros a menos que comencemos a hacer desaparecer nuestros reinos humanos.
Aldous Huxley
La forma más mundana de Dios son cuatro letras: D.I.O.S. Pero es al mismo tiempo el envase de algo mucho más importante: una idea, una inserción. Dios es una pequeña semilla implantada en nuestras mentes que ha podido germinar y crecer con dosis constantes de miedo e ignorancia. Su fruto ha cobrado las cuotas más altas de sangre y ha conseguido que las definiciones más compasivas de nuestra existencia se transformen en vientos sutiles y cambiantes que impulsan a los barcos de los poderosos. Dios es, ante todo, el concepto más rentable que se ha vendido durante toda la historia de la humanidad.
1
En el momento en que vi las aguas llenando el enorme espacio formado por las montañas, no sentí el más mínimo miedo. Es más, comencé a compartir la infantil alegría que embargaba a mi padre desde que había recordado la fecha.
“¿Se acuerda qué día es hoy?” Me preguntó con un dejo de complicidad.
Algo en mi memoria se activó y sin esperar un solo segundo giré mi rostro para poder contemplar el espectáculo a través de los cristales de la puerta del templo.
Lo que hacía unos minutos era un río de aguas oscuras postrado al fondo del cañón, se había transformado en un profundo océano que convertía los picos de las montañas en islas sin cartografiar; en un nuevo mapa que erosionaba rápidamente las fronteras.
Yo también sentí como si lo hubiera estado esperando toda la vida. Me quedé hipnotizado observando los mantos cristalinos posando su pureza sobre las copas de los árboles, cubriendo las carreteras y cambiando el paisaje para siempre. Sin ningún tipo de misericordia, el líquido asesinaba las reses que miraban con curiosidad el evento mientras continuaban rumiando el prado de los potreros. A lo lejos se vio cómo, por última vez, el humo que desprendía el horno de un trapiche era cortado de repente y se transformaba en una insignificante mancha sobre el cielo más azul y despejado que jamás había visto. Un hombre que araba el campo en compañía de su hijo apenas tuvo tiempo de abrazarlo antes de ser devorado con tanta sutileza, que el roce de un guante de seda hubiera sido un insulto.
Todo esto y mucho más vi desde esa pequeña capilla junto a mi padre y mi esposa; un objeto tras de otro desapareciendo para siempre, y no nos importó.
2
Lo primero que aprendí de la religión es que es una institución de rituales para mujeres, creados por hombres que las detestan. No porque las desprecien, sino porque les temen.
En alguna ocasión, en mi más temprana niñez, mientras observaba por la ventana de mi salón, escuchaba en algún lugar del recinto el cuchicheo de una voz femenina departiendo de alguien a quien jamás había conocido. Hablaba del amor con el que condenaba al infierno a aquellos que no le seguían. Decía que había tenido un único hijo (a pesar de que lo llaman nuestro Padre) quien también era Dios. Lo raro era que a él también le rezaban, al igual que a la madre y a todos los que se los habían tragado los leones en su nombre, o a aquellos martirizados en defensa de su iglesia (excepto, claro está, a los que ellos mismos habían torturado y asesinado); y que sin importar lo que los demás pudieran llegar a pensar o sentir (porque la fe es creer ciegamente), a Él era el único a quien podíamos adorar.