-¡Marcos, que estás empanado!- exclamó Julia.
El chico de cabello castaño salió de su aturdimiento y bajó las escaleras con lentitud, calculando cada paso, hasta llegar a la acera. Acto seguido, se acercó al coche en el que Julia, su mejor amiga, ocupaba el asiento del copiloto; el padre de esta estaba al volante, por lo que el joven fue relegado al asiento trasero, aunque aquello no le importó.
De hecho, acarició la tapicería de los asientos con suma delicadeza y se quedó embobado con su tacto hasta que Ramón, el padre de Julia le avisó de que debía ponerse el cinturón de seguridad.
El joven tardó más de la cuenta en comprender lo que decía, pero finalmente abrochó la cinta negra que cruzaba su pecho en ese cacharrito, escondido entre los asientos, que le pareció de lo más curioso.
-Oye, ¿te pasa algo?- le preguntó Julia, asomándose entre los asientos delanteros.
-No- respondió él.
-Estás raro- concluyó la muchacha antes de volverse hacia el frente.
Durante el trayecto en coche, el castaño admiraba la disposición de las calles y la cantidad de personas que paseaban por ellas a pesar de ser invierno. Todo era tan raro para él...
-Llámame cuando queráis que os recoja- dijo el padre de Julia cuando el coche ya se había detenido.
-Vale, papá. Hasta luego.
Los dos amigos bajaron del vehículo y caminaron hasta llegar a una cafetería. Julia sacó su teléfono móvil y una rapidez que dejó embelesado a su acompañante, envió un mensaje de WhatsApp a ese contacto marcado con corazones, avisando de que ya había llegado al punto de encuentro.
-Muero de ganas por conocerla- confesó la joven.
-¿Conocer a quién?- preguntó el chico.
-Hmm, no sé. Quizá a esa chica de la que llevo enamorada unos seis meses y a la que conocí por Internet- soltó la joven-¿ Acaso te has dado un golpe en la cabeza y has quedado más bobo de lo normal o qué?
-Yo... eh.
-Perdona, no quería sonar borde pero es que estoy muy nerviosa, no sé cómo va a salir esto. Debería darte las gracias por acompañarme- la joven le dedicó una gran sonrisa a modo de disculpa y él le devolvió el gesto.
-¿Cómo se llama?- preguntó el muchacho, aún con una sonrisa.
-¿Te has olvidado de todo lo que ha pasado este último año, verdad?- rió Julia- Raquel, se llama Raquel.
-Raquel...- repitió él, sumergiéndose de nuevo en sus pensamientos.
-Estás raro- dijo ella al igual que había hecho minutos atrás en el coche.
-Yo no lo creo. Oye, ¿tienes... dinero?
-Sí- respondió dudosa-, ¿por qué?
-Quiero probar uno de esos- señaló un puesto ambulante de algodón de azúcar.
-Eh... vale, toma- su amiga le entregó un par de monedas y él, más contento que nunca, caminó hasta el hombre rechoncho que vendía aquellas nubes tan apetecibles para el joven.
Disfrutó con calma de aquella delicia, asombrado ante cómo el azúcar se deshacía en su boca a una velocidad pasmosa.
Estaba tan distraído contemplando los pequeños detalles, como el hecho de que sus dedos estuvieran pegajosos por el azúcar o como aquel chihuahua con jersey y patucos que paseaba por la calle al lado de su dueño, que no se dio cuenta de que Raquel ya había llegado.