«Nadie conoce a Charlie C. Sin embargo, una vez intentas olvidarla, aparece en todas partes.»
Ojalá y haber sabido esto cuando llegué a Madrid. Y parece que fue ayer. Parece que tan solo hace un día de ese decisivo momento en el que miré a mi padre, a mi madre, y a mi hermana y les dije "me voy a estudiar fuera". Ante la mirada de horror de mi madre, supuse que convendría una aclaración, puesto que no me iba a estudiar mucho más lejos que a la capital, Madrid. Tras esto, mi padre me miró con esa cara de juicio que ponen todos los padres y me sonrió.
No conozco a ningún fotógrafo famoso que se haya dado a conocer estando en un pequeño pueblo de Valencia. Todos son del bello Madrid o de la romántica Barcelona. De las ciudades grandes, con escritores y poetas en cada esquina que retratan lo emocionantes que son sus vidas cuando no hay ningún extraño que la perturbe, con músicos que bien podrían ser contratados por discográficas mundiales y con malabaristas en cada cruce. Por eso mismo decidí hacer las maletas y huir allí, con la esperanza de llegar a convertirme en un fotógrafo con buena reputación, aparecer en las revistas con cara de interesante y frases míticas en rótulos enormes.
Al ver mi habitación vacía, pensé en cuántos momentos había pasado allí. El tiempo que había estado con esos colegas que hasta dentro de varios meses no volvería a ver, mi primer beso, mis primeras fotos,... Todo. Y ahora no quedaba ni un póster colgado en la pared, ni una chincheta clavada ni un solo libro fuera de la estantería. Cerré la maleta con decisión y me subí al coche con mi hermana.
-A ver si te sacas ya el carnet, hermanito, que en la capital es necesario si no quieres destrozarte los pies o dejarte un dineral en el metro.
-Son las seis de la mañana, Nadia, no tengo ganas de pensar en sacarme otra cosa más que la carrera y volver.
En la radio sonaba Devil in disguise, de Elvis Presley, y nunca volveré a escuchar esa canción sin recordar las mariposas en el estómago que tenía en aquel momento. A día de hoy, esa canción me hace recordar demasiado, y no me gusta recordar demasiado.
-Se te va a echar de menos, renacuajo.
-Si te llevas dos años conmigo y tengo diecinueve años, no tienes ninguna razón para llamarme así.
-Ya me entiendes, Jacob. -Su voz cobró un tono frío y casi pude ver una lágrima caer de sus cansados ojos. Comprendí lo que iba a ser no ver cada día a mi familia, a mis amigos, ni a las personas de mi entorno. Nunca antes había sopesado tanto lo difícil que puede resultar la vida lejos del círculo con el que has compartido tantos años. Aún así, dejé la melancolía para la estación y le recordé que estaríamos a menos de 500 kilómetros.
Prefiero no recordar la despedida porque la verdad es que nunca me han gustado del todo. Ese sabor amargo que tienes antes y después de decir adiós, ese sentimiento que se te queda mientras estás sentado en el tren, rodeado de extraños y mirando a la nada. Ese momento en el que cada canción que sonaba en mi móvil me recordaba a una persona que tardaría mucho tiempo en volver a ver.
Llegué a mi nuevo apartamento. No puedo decir que fuera mi apartamento ideal, pero era mío por unos meses y esa sensación era increíble. Una señora de piel muy tersa para su edad y ojos muy maquillados me esperaba en la puerta del que sería mi nuevo hogar.
-Hola, ¿Jacob? -Preguntó nada más verme salir del estrecho ascensor.
Intenté dejar la maleta en el suelo para saludarla como era debido, pero se me cayeron al suelo un par de abrigos que llevaba en la mano y el paraguas que sostenía en la otra.
Tras ayudarme a recogerlo todo, abrió ella misma la puerta que correspondía al piso 4º A, y me invitó a entrar.
Era exactamente como salía en las fotografías de internet: una mierda. Pero en aquel instante me pareció el mejor apartamento del mundo. Una entrada pequeña y oscura que conducía a un comedor-cocina tampoco muy grande, que sólo recibía luz de una pequeña ventana que daba a un patio. Detrás de la vieja televisión había una ventana un poco más grande pero muy mal colocada, puesto que debido a la posición de la tele, debía permanecer siempre cerrada. Así mismo me lo explicó la señora con una voz estridente y sin haberse presentado siquiera. Para acceder al diminuto baño, tenías que acceder por la única habitación de la casa, ocupada casi al completo por una cama de sábanas blancas.
De lo único que no me podía quejar era de la limpieza del sitio, estaba cuidado muy pulcramente y no había una mota de polvo.
La señora se marchó y yo me quedé mirando a la maleta repleta de ropa.
(Al día siguiente conocería a Charlie.)
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De cómo conseguí olvidarla
Non-Fiction«Nadie conoce a Charlie C. Sin embargo, una vez intentas olvidarla, aparece en todas partes.» Jacob Saavendar no sabe en qué se ha metido. Su único objetivo es ir a Madrid para alcanzar su sueño: ser fotógrafo. Y allí la conoció. Y desde entonces, e...