Liz (1)

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El día que te conocí llovía a horrores. Las calles estaban inundadas, los árboles perdían sus ramas, parecía que nunca dejaría de llover.

Era un miércoles. ¿O era jueves? Bah eso no es importante.

El caso es que mamá había organizado una "gran fiesta de adultos" y aunque la ciudad quedara bajo agua el evento no se cancelaría. Sus palabras, no las mias.

Vancouver es una ciudad lluviosa, pero tampoco para que mi queridísima madre me mandara a comprar verduras y salmón para la ocasión.

No importó cuanto me queje de que hacían dos grados, de que me podía morir ahogado, o de que me iba a mojar hasta los intestinos. No había caso, y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba con un paraguas algo roto camino al mercado. 

No tenía idea lo que me esperaba.

Una fuerte ventisca giró mi paraguas y lo arrancó de mis manos, haciendolo volar y engancharse en un árbol.

Las frías gotas me empaparon en segúndos. Dios como odiaba la lluvia.

Decidí volver a casa por otro paraguas, doblé la esquina y te vi. Tu cabello oscuro chorreando de agua, tus profundos ojos grises, las pecas que descansaban en tus mejillas. 

Tenías la mirada puesta en el cielo, y sostenías un inmenso paraguas gris, como tus ojos.

Me acerqué a ti con cierta timidez, y pronuncié estas exactas mismas palábras:

- ¿Te molesta si me cubro con tu paraguas para cruzar la calle?

Abríste grandes los ojos y me miraste asustada, me pegasté con el paraguas en la cabeza y salíste corriendo. Menudo paraguaso que me diste Liz.

¿Tan mala pinta tenía?

Aquel día volví a casa luciendo como un perro mojado, sin salmón, y con un moretón en la cabeza.





21 paraguas (y medio)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora