Complice de tu sonrisa

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Cada mañana él se acerca con su música a todo volumen. Moviendo la cabeza de arriba abajo siguiendo el compás de la música que tanto le llena por dentro. Saludaba uno por uno a sus compañeros hasta que se topaba con ella.

Una fina sonrisa se dibujaba en su rostro. Algunos creían que se mofaba. Talvez no de ella, sino más bien "con ella". Otros, simplemente creían que el joven sentía algo muy especial por su compañera.

¿Qué tan cerca estaban de la realidad? Nadie estaba seguro de saberlo, pues él se encargaba de confundir a todos en su lugar de trabajo diciendo cosas melosas respecto a la chica o en ocasiones invitándola a salir. También había días en los que siquiera se veían u otros en que sólo se saludaban con un tosco "buenos días".

Sus actos eran para confundir a más de una persona, incluyéndola a ella.

Incluyéndolo a él.

La comunicación entre ambos jamás fue torpe o sobreactuada. Simplemente se daba apenas y se encontraban. Las palabras fluían como agua de río; armoniosas y con naturalidad. Se miraban y sonreían. Él se reía de ella y ella sonreía con él. Sus bromas eran en doble sentido, y nunca se sintieron incómodos. Sabía muy bien como era ella. Incluso la misma chica se consideraba menos femenina en comparación a sus compañeras. Él le decía que estaba bien.

"Eres perfecta".

Y ella reía.

"¿Perfecta? ¿Para quién?"

Ella pedía ser abrazada y él cumplía con cada capricho alcanzable que solicitaba. Masajes, abrazos, besos en el cuello, cosquillas en la mano. Todo era sin mayor compromiso. Sólo el de dos buenos amigos que al verse no podían evitar sonreír.

Ella no estaba soltera. Él sí.

Ella amaba a su pareja. Él amaba...

Jamás lo dejó claro.

El tiempo pasó entre ambos y las caricias se tornaron más afectuosas. Ella lo intuyó e intentó dejar de hablarle. Evitándolo para que éste entendiera que no era precisamente eso lo que buscaba en él. Pero no logró alejarse de él por mucho tiempo. Con suerte superó el mes. El cariño que floreció por ese hombre era mayor al sentimiento de incomodidad que sentía al saber que en él habría nacido la confusión.

O la confundida era otra.

Él insistía en expresar sus sentimientos abiertamente por ella sin importar que sus demás compañeros le oyeran. No eran sentimientos de amor, pero sí de "algo más que amigos".

Al verlo tan seguro nació en ella la inseguridad.

Las manos que sentía en su espalda, al ser abrazada, no eran las mismas manos que meses atrás le acariciaban. Eran más fuertes, más seguras, más...

Algo había cambiado en su mirada, en su voz, en sus palabras.

Todo le resultaba excitante y divertido, y ella jamás trató de ocultarlo.

Sonreía con cada palabra que él decía. Con cada acto. Con cada broma. Su sonrisa ya no era solo suya ahora también era de él.

El tiempo entre ambos continuaba pasando y ella seguía rechazando las palabras de afecto que él le dedicaba. Una noche, como cualquier otra, quedaron para compartir en el departamento de él. Bebieron unas cuantas copas y fumaron algo más que sólo cigarrillos. Ambos sonreían y pedían que la noche no acabara nunca.

Las palabras se fueron soltando cada vez más con el pasar de los minutos, las caricias fueron subiendo de tono y las sonrisas fueron disminuyendo para transformarse en leves gemidos por parte de ambos. Ella lo dejó y él disfrutó del dulce momento que le fue otorgado para dibujar con sus dedos el contorno de su piel. Intentó en lo posible no incomodarla, pero ella jamás se sintió así. Estaba a gusto con cada caricia. Sus manos recorrieron su cabello jalándolo de vez en cuando para relajar un poco el intenso ambiente que se estaba forjando en tan diminuto departamento. Sonreían. Intentaban decir algo sensato pero nada resultaba coherente. Sólo querían guardar silencio y dejarse llevar por tan dulce momento. Ella sonreía inquieta y él le acariciaba el rostro. Acercaban sus caras para sentir el calor de sus mejillas. Él besaba su rostro y bajaba hasta su cuello. Ella gemía por dentro e intentaba no demostrarle lo excitada que estaba.

Sus caricias eran ardientes. Pareciera que en cualquier momento terminarían enredados bajo las gruesas frazadas que habían tirado en el suelo del living, pero no fue así. Ambos respetaban lo que tenían y se mantendría así hasta que ella dijera lo contrario. La felicidad de sentir a ese hombre dentro de ella estaba en sus manos. Pero, él jamás entendió que ella no era buena tomando decisiones.

-Estoy mojada a más no poder.

Le dijo en un arrebato de locura. Y él no supo qué decir.

Ambos rieron y se hundieron en sus pensamientos. Fantaseando con el cuerpo del otro, imaginando que no sólo estaban allí; tendidos en el suelo mirando el techo pensando qué más hacer para llenar ese vacío que comenzaba a crecer.

Cuando ella escuchó mencionar su nombre su corazón se sobresaltó. Él le cogió la mano y la llevó hasta sus labios para besarla como en los ridículos cuentos de hadas en donde nos enseñan que el amor es fácil de entender y que una persona será la indicada -y suficiente- para toda la vida.

Intentó besarlo y su cuerpo no se lo permitió. Él entendió y se conformó con la intensión.

Sabía, mejor que nadie, que no era fácil entregar el corazón. Siquiera en lo que sería "algo de una sola noche". Ella no era así y él lo sabía. Y le gustaba. Aunque, en ese momento lo detestó.

-No tenía idea del estado en el que estábamos metido, ¿sabes? Pensé que sería más fácil.

-Da igual. Tú tranquila.

Siempre le daba a entender que él estaría allí para cuando ella decidiera al fin hacer algo más que sólo conversar. Aunque, ¿por cuánto tiempo más él la esperaría?

La noche culminó.

La mañana siguiente ambos se levantaron como si nada hubiera pasado. Ella tomó una ducha y él ordenó un poco su hogar. Al salir ella pidió ser acercada al metro más próximo y él aceptó. Subieron a su auto y hablaron de lo mismo que han hablado siempre.

Se despidieron con un abrazo un poco más entregado que los anteriores y con voces un poco más apagadas.

En definitiva algo había cambiado.

¿En él? ¿En ella? ¿En ambos?

El tiempo se encargaría de ello.

Cuatro días después se volvieron a ver. Él llevaba gafas y ella no pudo interpretar su mirada. Se abrazaron de forma diferente. Ella intentó ver, buscar su mirada y él tan sólo sonrió. Preguntó cordialmente cómo estaba y ella respondió. Se sonrieron y él continuó caminando en dirección a su lugar de trabajo. Ella se quedó de pie observando la ancha espalda de aquel hombre que ese día, como nunca, le pareció aún más encantador de lo que siempre le ha resultado ser.

Fin.






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