Esta es la historia de un joven y certero cazador, a quien la justicia convirtió en bandolero. Y es la historia de un grupo de alegres bandoleros y un gran amor.
Deberían ustedes conocer el bosque de Sherwood en primavera, cuando esta cubierto de pimpollos y los ciervos pastan entre los árboles con sus crías.
Un día así, Robin Hood, un joven de veintitantos años, hijo de un leñador, caminaba por allí con su arco de fresno y sus flechas con plumas. El sheriff de la ciudad de Nottinghram convocaba a un concurso de tiro con arco, y Robin estaba seguro de que iba a ganar. En el camino, se encontró con un grupo de guardias del sheriff, todos vestidos con sus trajes de paño azul, quienes comían un jabalí asado bajo un gran árbol.
Los guardias se burlaron del pequeño Robin y de su arco imponente. "¿Adónde as, pichón, con tu arco fabricado en casa y fechas de juguete?", le gritó uno de los guardias. Robin contestó que sabia manejar ese arco como el mejor, y le juró por la Virgen, a la que amaba, que sería el ganador del torneo en el pueblo y volvería a casa con el barril de cerveza que entregaban como premio. "Miren a este pichón", dijo otro guardia, "todavía tiene sucia la boca con leche de su madre y ya presume como un hombre de verdad. ¡Tú no podrás llegar a tensar la cuerda de un arco de guerra!", grito, dirigiéndose a Robin.
Y de inmediato le apostó una moneda de oro a que no sería capaz de acertarle a un ciervo viejo, con gran cornamenta, que pasaba a unos cien metros, en un claro del bosque. Robin, que conocía a su arco mejor que a su propia alma, calzó en la cuerda una flecha con plumas, apuntó un segundo y disparó. El arco cimbró como la cintura de una muchacha al bailar; en el silbido de la flecha rasgó la calma y el ciervo cayó muerto en el pasto.
Lejos de maravillarse por un tiro ta perfecto, el guardia que lo había desafiado se enojó; dijo que no le pagaría la moneda y que desapareciera de su vista porque acababa de cometer un delito: los ciervos de los bosques no se podían cazar, ya que todos eran propiedad del Rey de la vieja Inglaterra.
Robin sintió que le hervía la sangre, pero se dio vuelta para irse. El guardia, que también estaba furioso pero algo borracho, levantó su arco y le lanzó una flecha, mientras gritaba: "Toma, y que te vaya bien". la flecha pasó muy cerca de Robin, que cargó rápidamente su arco y disparó una flecha, que fue a clavarse en el corazón del guardia. Los otros quedaron paralizados por la sorpresa y, cuando lograron reaccionar, el chico había desaparecido en el bosque.
Corriendo entre los árboles, llorando, Robin escapó. Mientras corría, no pensaba siquiera que ya nunca podría volver a su casa. El bosque de Sherwood sería su hogar, como el de muchos bandoleros en aquella época. injusta y violenta.
Robin corrió y corrió y luego se sentó: "Lo hecho, hecho está", se dijo. "Y el huevo roto no puede volverse a armar".
De inmediato su cabeza fue puesta a precio. Se ofrecían doscientas monedas a quien lo entregara vivo o muerto. Pero Robin descubrió muy pronto que en el bosque había muchos que, como él, eran buscados por haber cazado un ciervo para calmar su hambre o porque no podían pagar los abusivos impuestos que exigía el Rey.
En menos de un año, mas de cien de aquellos perseguidos habían formado una banda y habían proclamado a Robin como jefe. Era el mejor traidor y el mas valiente. Por supuesto, se dedicaron a asaltar a los viajeros que pasaran por Sherwood. Sin embargo, como todos ellos eran pobres campesinos, o pobres leñadores, o pobres zapateros, hicieron un juramento: solo robarían a nobles, curas y funcionarios, y con el botín ayudarían a sus hermanos, los oprimidos.
Una mañana, Robin se despertó inquieto en su cabaña. Después de que él y sus hombres se lavaron la cara en el agua fría de un arroyo, Robin habló:
"Hace dos semanas que no tenemos una buena aventura. Así que esta mañana voy a salir en busca de diversión. Si oyen el sonido de mi cuerno, vayan en mi ayuda."
Robin caminó toda la mañana por el bosque sin encontrar ninguna aventura. Sólo se entretuvo con el canto de los pájaros y el suave movimiento de las hojas. Así, llegó a un arroyo atravesado por un tronco que servía de puente. Sobre el tronco, se erguía un hombre grande y musculoso,; empuñaba una gruesa rama que le servía como arma y bastón.
"O retrocedes y me dejas cruzar, o te atravieso con una flecha", le dijo Robin.
El otro rio. "muy valiente", contestó. "Es fácil matar con una flecha desde esa distancia a alguien que solo tiene un palo para defenderse".
Robin se sintió herido en su amor propio. Peló una rama de encina de casi dos metros y saltó sobre puente.
Los hombres se trenzaron en lucha durante una hora, hasta llenarse la cabeza de chichones y los brazos, de moretones. Robin logró pegarle al forzudo un tremendo golpe en las costillas, que hubiese hecho caer a cualquiera, pero el otro ni tambaleó. Enfurecido, Robin se arrojó sobre él, pero el forzudo logró esquivarlo y Robin, con palo y todo, cayó de cabeza al agua.
Nuestro muchacho del bosque, debemos decirlo, tardaba tanto en enojarse como en desenojarse, porque era en realidad un chico que amaba la diversión y un combatiente leal. Parado en el arroyo, mojado como un pez, se miró y comenzó a reír. El grandote también rio. Estaban en eso cuando entre el follaje aparecieron los bandidos de Robin, encabezados por el leal Will Stutely. Todos vestían ropas de algodón verde porque ese era el color de la Hermandad del Bosque. Estos muchachos eran unos formidables juerguistas. Y pronto se la tomaron con el grandote del palo, que tuvo que golpear a algunos para que lo dejaran de molestar.
Robin le dijo: "Amigo, eres un gran peleador. Te ofrezco unirte a mi banda. Por tu fuerza extraordinaria serás mi segundo".
"Quiero ver", dijo el extraño. "Si eres mejor con el arco que con el palo".
"muy bien señor insolente", contestó Robin. "Veamos primero si puedes tú lanzar desde aquí una flecha y acertarle al nudo en la corteza de aquel árbol, allá".
El desconocido aceptó la apuesta. Tomó el arco, lo tensó y la flecha fue a clavarse justo en el centro del blanco, a cincuenta metros.
"Ojala puedas mejorar ese tiro, le dijo a Robin.
"Mejorarlo no, pero quizás pueda deshacerlo", contestó nuestro muchacho.
Robin preparó una flecha, disparó y, ante los ojos atónitos del desconocido y de sus propios hombres, la punta flecha partió a lo largo la que estaba clavada en el árbol y la convirtió en una lluvia de astillas. Todos aplaudieron y el forzudo, sin mas, se sumó a las huestes de Robin. Will, que era quizás el bromista mas incansable del grupo, dijo entonces:
"Para estar con nosotros, de bes aceptar un nuevo bautismo. Como eres tan pequeño y débil como un bebé, te llamaremos Pequeño. Serás Pequeño Juan".
Al otro la broma no le gustó mucho. Pero aquello no quedó ahi. Will organizó esa noche la fiesta de bautismo. Celebraron comiendo carne de venado y bebiendo cerveza. Y entre risas y bromas, varios de los hombres del bosque levantaron en alto al Pequeño Juan, como un gran bebote, y lo presentaron a uno de los bandidos que hizo el papel de cura, ya que tenia la coronilla pelada como un fraile. "Yo te bautizo, Pequeño Juan", dijo el falso sacerdote. Y volcó sobre la cabeza del grandote un jarro de negra cerveza.
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La leyenda de Robin Hood
AventureLos bosques de Inglaterra en el siglo XII, poblados de bandidos y rebeldes, dieron origen a esta leyenda popular, que a lo largo de los años fue sumando aventuras, hasta convertirse en un clásico de la literatura juvenil. un dibujante y escritor nor...