La Cita

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Hablar de la bella y enigmática Cassandra se había vuelto deporte escolar. Los temas variaban desde los más curiosos como ¿Qué le impulsa a estudiar medicina? hasta los más guarros como ¿Qué tal será en el sexo?, y era normal, es decir, en la facultad de medicina de la universidad Greenplains abundaban los hombres. Las mujeres preferían otras carreras como periodismo o publicidad y las pocas que elegían la carrera de medicina no destacaban por su físico, precisamente. Aun así, ahí estaba Cassandra Estebes, una muchacha que traía de vuelta y media a propios y extraños, siempre sola porque las pocas mujeres la rechazaban por envidia y los hombres se sentían intimidados por ella; aunque claro, valor no falta cuando se trata de típicas charlas de machos, siempre y cuando la mujer en cuestión no se entere.

Este hecho, la soledad que rodeaba a Cassandra, no parecía molestarla en lo absoluto. De vez en cuando se le podía ver leyendo algún libro a la sombra de un árbol en el campus o en la cafetería de la escuela, aunque jamás se le vio comiendo en ese lugar ni en ningún otro. Por supuesto que a su lado llegaban los infaltables pretendientes con historias sobre las inexistentes fortunas de sus padres, sobre lo bien que se la pasaron durante unas vacaciones que nunca tuvieron y diversas otras mentiras cuyo propósito era la de impresionar a una mujer que solo atinaba a reír de la ridiculez a la que algunos hombres estaban dispuestos a llegar con tal de una esperanza de ligue.

Rick Stevens por otro lado, un muchacho que no participaba muy activamente ni de las conversaciones más pervertidas ni de las mentiras, se preguntaba muchas cosas sobre ella, preguntas de las que sus cuadernos y libros eran los mayores testigos. No era difícil darse cuenta que su interés iba más allá de la simple curiosidad, lo suyo era un enamoramiento con todas las letras. Su situación era más notoria cuando el jovial y algo tímido comportamiento del joven estudiante daba un giro al escuchar a terceros juntar en una conversación el nombre de su musa y la palabra sexo, o algún afín.

—Así como la ves, esas son las más putas... —Escuchó en una oportunidad con un sonsonete burlón, seguidos de unas risas y unos cuantos «sí» y «fáááácil».

Ricky quiso obedecer a ese impulso que brotó como una explosión desde la boca del estómago y le quemaba el pecho y el rostro. Ganas no le faltaron para saltarle y hacer lo que haya sido necesario para castigar a quien se hubiera atrevido a referirse de manera tan despectiva de la mujer que quería, pero se tuvo que contener en ese momento. El profesor Tanner, que enseñaba algebra en la facultad de economía, fue quien con una sonrisa lasciva y una gota de saliva que escapaba por la comisura de su boca, pronunció semejante afrenta en contra de Cassandra.

—¿Sí o no, Stevens? —La regordeta y callosa mano del profesor Tanner se estrelló brusca pero amistosamente contra la espalda de Rick quien perdió el equilibrio por un segundo. El estudiante, con su enojo convirtiéndose en furia asesina, tuvo que hacer de tripas, corazón y terminó asintiendo con una sonrisa. Nadie lo notó en ese momento pero los dientes que mostró en esa sonrisa parecían fusionarse por lo apretados que estaban unos contra otros.

Otros fueron los resultados aquel otro día cuando Ricky Stevens escuchó que Mark West y Peter Benson especulaban sobre las habilidades sexuales de Cassandra Estebes. Ninguno de los antes nombrados eran profesores, ergo, ellos sufrirían la ira de Ricky.

Fue una pelea rápida, los puñetazos, rodillazos y patadas daban siempre en el blanco casi sin resistencia alguna y no podía ser de otra manera tomando en cuenta la diferencia numérica de dos contra uno, por lo que el pobre Ricky tuvo que volver casi a rastras a casa y con veinte dólares menos en la billetera.

Cuando uno está enamorado la razón entra en un sueño profundo, las locuras y estupideces brotan como la sangre de una herida abierta y eso puede perjudicar mucho, no solo al enamorado sino a quienes lo rodean y a la persona que dice amar. Entre las opciones que se te da está conformarte con un amor platónico y perder la oportunidad de llamar la atención de esa persona. Puedes arriesgarte a recibir un sí o un no, pero teniendo la satisfacción de que al menos lo intentaste. O te vuelves un acosador, lo cual te llevará por caminos que es mejor no describir ahora. Ricky eligió, por suerte o desgracia, la segunda alternativa y tras varios intentos fallidos por acercarse a ella, por fin pudo estar lo suficientemente cerca y lo suficientemente decidido para hablar con ella.

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