Las calles estaban sucias y mi vestido también, estábamos en un mercado, obviamente yo no iba ahí regularmente, los criados podían hacerse cargo de ello, y mi padre me prohibía ir a esos tipos de sitios, donde había tanta "variedad" de personas, decía que era por las distintas formas de ser, pero era muy obvio que lo que le escandalizaba era su piel, como a todos.
Eugenia había sido como mi segunda madre, cuidaba de mi cuando mi padre salia a combatir, y mi madre se ponía tan triste o enferma que no podía salir de la cama. Y es que Eugenia tenia ahora a su marido enfermo, quien era el que comerciaba y hacia los tratos, ella no sabia mucho, mas que lo general, y me pidió ayuda, la que preste sin dudar.
Sus dos hijos mayores estaban en Valparaiso, trabajando, ya les había mandado un comunicado acerca de la grave condición en que se encontraba su padre, pero ella no sabia si vendrían, o preferirían quedarse trabajando para ayudarla, cualquiera que fuera la situación, era bueno.
-Ya terminamos -Eugenia tenia el cabello oscuro moteado de blanco en un rodete, sostenía una pequeña bolsa que comprobaba que el día había sido productivo.
-¿Necesitas ayuda en algo mas? -Sostuve su mano para que cruzara un charco algo grande.
-No, tranquila, volvamos, tu padre podría enojarse si no llegas a tiempo.
-Eso no me preocupa... -Dije caminando a su lado por una calle angosta.
-Yo se que no te preocupa, y que la opinión de tu padre es lo ultimo que te interesa, pero al final es tu padre, nunca haría nada malo para ti, estas calles también pueden ser peligrosas, te pueden acusar injustamente de un robo. -Doblamos juntas una esquina.
-¿De un robo? ¿Y que te hacen?
-Bueno... Te amarran a un poste en medio de la calle y te azotan en la espalda.
-¿Como sabes eso? -No siempre capturaban a los ladrones, su método iba mejorando con el tiempo.
-Mi esposo lo sufrió, una injusticia -Miro hacia abajo unos segundos, pero luego se irguió- Sin embargo eso no tiene importancia, ahora camina derecha que estamos cerca a tu hogar.
Seguimos por la calle unos momentos, ella con la mirada hacia arriba y yo tratando de acomodar mi vestido para no ganarme un castigo.
Toco la puerta de madera y apareció Maria, la hija menor de Eugenia.
-Oh, señorita Victoria, por favor pase, sus padres la esperan en el comedor.
Me despedí de Eugenia y camine por el pasillo hasta el comedor.
-¡Dios mio, Victoria! Ve a cambiarte, tenemos algo importante que decirte, pero no con esas fachas -Mi padre estaba bien vestido, demasiado como para un almuerzo.
Subí a mi alcoba y encontré un vestido tendido, apareció Maria inmediatamente después que llegara yo y me ayudo con el vestido y el cabello.
-¿Sabes que van a decirme? -La veía cepillar mi cabello desde el espejo.
-Se algo, pero creo que seria mas prudente que se lo dijeran ellos.
Cuando era pequeña sus hermanos, ella y yo siempre jugábamos, siendo las únicas niñas, en ocasiones nos escapábamos para soñar con príncipes y castillos, nos cepillábamos el cabello, hacíamos peinados extravagantes y todo parecía mas sencillo entonces. Ahora ella se convirtió en mi "sirvienta", sus hermanos se fueron a trabajar lejos, y definitivamente no jugamos mas.
Terminó de arreglarme el cabello y me dirigí a la puerta para bajar al comedor.
-Suerte.- Dijo cuando ya estaba muy abajo para preguntarle la razón.
Cuando llegue mi padre estaba con la enorme barriga escondida en un saco oscuro y con la media calva peinada hacia la derecha. A su lado estaba mi madre con un vestido claro y con la misma mirada de resignación de siempre.
-Por favor Victoria, toma asiento.- Mi padre se acomodo en la silla.
Me senté al otro lado de la mesa a la espera de algo muy malo, no se porque.
-Querida, hay algo que tenemos que decirte, no es malo, simplemente... Puede cambiar algunas cosas.- Mi madre hablo con una voz dulce que me dio aun mas miedo.
-Josefina, por favor.- La calló mi padre y éste siguió hablando.- Estamos teniendo algunos problemas, nada importante, así que decidimos abandonar la ciudad e ir a la hacienda de los Iraola, sabes que actualmente esta en abandono, pero nosotros la habitaremos.-Se levanto de la mesa.- Partimos inmediatamente.
Mi madre se levanto seguida de el y no pude evitar alzar la voz para que me escuchen.
-¡¿Ahora?!
Mi padre volteó y supe que estaba en problemas.
-Si, ahora, así que sube y ayuda a los criados a bajar las maletas ¡Rápido!
-Si, padre.
Subí las escaleras y ayude con algunas maletas, por suerte me tenían compasión y me daban las cosas mas ligeras para cargar.
Terminado todo el trabajo no me dejaron subir al carruaje de mis padres, fui en el de la servidumbre, que enrealidad era mucho mas divertido.
No es que todos mis días fueran así, solo que mi padre en ocasiones se levantaba muy enojado y otras muy feliz, hoy fue muy enojado y yo la pague.
Maria se sentó al frente mio, en medio de dos criados de piel oscura, yo en medio de una mujer y un hombre, ambos también de piel morena pero no tanto.
Nuestro carruaje iba ultimo, así que, si hacían ruido, mis padres no oirían nada, o al menos no mucho.
Y era justo lo que hacían, empezaron a tocar la madera para que parezca música, algunos criados saltaban de sus carruajes y se colgaban en el nuestro, hasta el que conducía a los caballos nos ayudo haciéndolos caminar mas lento.
La vida era cruel con ellos pero no dejaban de reír y amar. Se besaban, se propasaban un poco, se molestaban, cantaban, tenían que servir a personas crueles, pero su felicidad seguía ahí.
Uno se coloco frente a mi demasiado cerca y yo lo aleje, todos callaron por un segundo, creían que era mi padre, pero yo nunca seria como el, así que lo tome de la camisa y lo acerque, lo cual hizo que todos comenzaran a reír y cantar nuevamente, como si nada hubiera pasado.
Al amanecer llegamos a las afueras de la hacienda, yo estaba dormida sobre el hombre de uno de los criados, y al darme cuenta, me sonroje notoriamente, todos retuvieron una risa.
-Victoria, ¿Te acuerdas de este lugar? -Maria estaba mirando detrás suyo, habían unos campos enormes y verdes, tal y como lo dejamos.
-Por supuesto, los caminos me parecían mas anchos entonces -Ambas reímos y veíamos el paisaje mientras recordábamos nuestra niñez en aquellas tierras.
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Cruzando Mares
Historical FictionVictoria Iraola nacio en 1780, fue hija unica del militar Leopoldo Iraola y Josefina Urrutia. Manuel Ugarte nació en 1778, el segundo de cinco, hijos de unos pobres comerciantes. Jamas nadie supo como comenzó, o como termino su amor, solo disfrutaba...