Era una fresca mañana de otoño, iba caminando por la ribera río abajo, pisando hojas de los sauces que ya empezaban a quedar desnudos. Caminaba, más bien danzaba al son de los conciertos grosso de Vivaldi que sonaba en mis audífonos.
Siempre me ha gustado disfrutar de las cosas simples y a la vez tan complejas, simple como la caída de una hoja y complejas como una sinfonía de Brahms, de Mozart o de cualquiera de los grandes compositores.
Siempre me he visto envuelta entre dos épocas, muchas veces me siento como una doncella del siglo XIX. Ese día mientras caminaba, me sentía como una señorita en su paseo matutino a la orilla del río bajo los sauces, con un largo vestido de buena tela o con ropa de montar y botas firmes disfrutando de todo a su paso.
El solo del violín resuena en mi oído y me pierdo en ello, me siento como esas notas, siendo una nota de violín, viajando, deleitando a todos a su paso.
Soy una mujer bastante difusa, pero que al final se logra hacer entender entre tanta cosa que digo.
Como decía, recuerdo que esa mañana (como muchas otras, en las que voy al mismo lugar) hice algo inusual, que jamás hago porque nunca antes se me había ocurrido. Comencé a deshacerme de toda mi ropa, hasta la desnudez y me adentre a las heladas aguas del río, una locura para las fechas en las que estábamos pero mi curiosidad pudo conmigo, pues quería saber por mi misma si era o no una locura.
Me sumergi en las aguas escuchando la intensidad del Allegro de "La Caccia", podía hacerlo mi Walkman era a prueba de agua, lo usaba en mis horas de natación. Despreocupada de que alguien me viera floté boca arriba, ya que las posibilidades de que alguien me viera eran remotas, nadie de mi familia me saldría a buscar porque sabían que iba a ese lugar regularmente y sabían que no debían molestarme, yo se los había pedido amablemente. Me dejé llevar por la corriente unos metros y entonces escuché que algo había sido lanzado al río, más bien sentí y me hundí por el susto. Cuando salí a flote me di cuenta quien era.-¡¿Cómo me encontraste Timothy? !- pregunté totalmente ruborizada, estaba desnuda y además él pudo verme mientras yo estaba flotando.
-Este....yo-yo vi tu ropa allí y-y te vi flotando, me-me asusté. Pensé que te-te había ocurrido algo Isabella- me dijo completamente avergonzado.
-¡Vete! Necesito salir de aquí- le dije a punto de llorar. La música no me ayudaba, intensificaba mis emociones, me sentía como las notas de ese violín algo frenética, pero con sentimiento fuerte.
-Lo-lo siento- y se fue trotando medio corriendo.
-Por Dios, moriré de la vergüenza cuando hable con él- pensaba mientras me terminaba de calzar las botas.
Tim es mi mejor amigo, un chico inteligente, de pocos, en realidad casi ningún amigo sólo conocidos o compañeros de universidad, introvertido, tenía piel morena, ojos marrones y me sacaba un poco más de media cabeza de altura. Lo conocí en la secundaria, un chico sumido en sus pensamientos, sentado en el último puesto que daba a la ventana por la cual miraba, y como casi cualquier cosa, me dio curiosidad saber de él y las razones de estar en esa situación.
En mi reproductor ahora pasaba el doble concierto para violín de Bach y yo corría a mi casa, una bonita cabaña de madera nativa que mis padres habían construido cuando aún eran novios, para vivir juntos y formar su familia. Al entrar un olor inundó mis fosas nasales, olía a queque de miel y nueces, y eso sólo significaba una cosa: Leticia.