Se sentía cobarde, idiota. Sólo gracias a su estúpida timidez. Para él, sus opiniones no tenían importancia, como si todo lo que dijera fuera basura que resbalaba fuera de sus labios con un único destino: el descarte. Sus manos acariciaban las teclas de su computadora, escribiendo rápidamente. Las ideas viajaban de su mente a esa absurda pero útil pantalla. Palabras que se mezclaban con rapidez. Tecleaba furioso, desahogando todos y cada uno de sus pensamientos. Sus ilusiones, sus frustraciones. Tecleaba, ajeno al resto de sus compañeros a su alrededor. Cada uno en lo suyo, tan ausentes, tan vacíos.
Debería estar haciendo el ensayo de historia como el resto, debería. Pero el solo pensarlo le molestaba profundamente. ¿De qué le servía a él saber sobre gente muerta hace ya muchos años? No le servía, para nada.
Levantó la mirada un momento, mirando a su alrededor. La arrugada profesora se encontraba sentada en su escritorio, examinando a todos sus alumnos. Su mirada era fría, penetrante. Tomó un sorbo más de su asqueroso café. Sebastián lo había probado un día, cuando, al salir rápido de su casa, no había alcanzado a desayunar y tuvo que hacerlo en el buffet del instituto. No le había gustado en absoluto.
Siguió observando, siempre se limitaba a eso. Era muy tímido como para preguntar lo que hacían o consultar en clase, por lo que había aprendido a observar, porque observar y mirar no era lo mismo, y él lo sabía. Su mirada se cruzó con la de Sol, que lo había estado mirando. Apartó la mirada instantáneamente. ¿Ella lo miraba a él? Bajó la cabeza, concentrándose en la pequeña historia que había comenzado, pero su mente no estaba ahí, sino que estaba en la rubia que se sentaba tres asientos más atrás. Volteó lentamente: quería saber si había sido imaginación suya o si realmente había pasado. Entonces la vió. Sus ojos verdes lo observaban a través de su flequillo. Soltó una leve risita y lo saludó con la mano. Él la imitó, aún sorprendido, apenas alzando un poco su mano. La chica pareció pensarlo un momento, hasta que una idea apareció en su cabeza. Rápidamente, bajó la cabeza y, tan de repente como el contacto visual había aparecido, se fue.
Sebastián volvió a su computadora, atontado. Ya no podía hacer nada más, el boceto de su historia había quedado en el aire, ya ni recordaba de qué se trataba. En los dos años que había pasado ya en el instituto, no había cruzado palabra con nadie a menos que sea para prestar algún útil, o por algún trabajo, obligado.
El "bip bip" de un celular sacó a la profesora de su ensoñación. "Admito las computadoras para que trabajen más rápido, pero si no ponen los celulares en silencio, ese beneficio se les acabará".
Con el ceño fruncido, el chico sacó su celular del bolsillo de sus pantalones. La alerta de un nuevo mensaje estaba presente. Lo miró, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Volteó y vió como la rubia le guiñaba un ojo, regalándole una sonrisa. Tenía que ser el comienzo de algo, ¿no?
Número desconocido: (Sol :D)
Hey, Sebastián, esta clase apesta, ¿verdad?
Enviado a las 10.53
Sebas
Sólo un poco...
Enviado a las 10.55
Has agendado un nuevo número.

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Historias cortas
Short StorySon sólo pequeñas (muy pequeñas) historias que se me ocurren de vez en cuando.