Mis días son tan felices como los que Dios reserva y hace gozar a los elegidos; pase lo que pase, en adelante no podré decir que no he conocido el gozo y la alegría; el gozo y la alegría más puros de esta vida. Tú conoces mi Wahlheim; en él me he instalado en definitiva. Desde aquí sólo tengo que caminar media legua para ir a casa de Carlota, en la cual gozo de mí mismo; disfruto de toda la felicidad que puede gozar el hombre. ¿Cómo hubiera podido imaginar, cuando escogí Wahlheim para mis paseos, que se hallaba tan cerca del paraíso? ¡Cuántas veces al vagar sin objeto por esos lugares, bien fuera por la cumbre de la montaña o por la llanura, o más bien, más allá del río, he dirigido la mirada a ese pabellón que encierra hoy el objeto de todos mis deseos.
Mil veces he reflexionado, querido Guillermo, sobre ese deseo natural que tiene el hombre de ampliarse, de hacer descubrimientos, de abarcar y dominar todo lo que le rodea; y después, por otro lado, sobre ese segundo pensamiento interior que le asalta, de enterrarse a voluntad en ciertos límites, de no salir del surco trazado por la costumbre, sin ocuparse de lo que sucede y pasa a diestra y siniestra.
¡Qué extraña sensación! Cuando yo vine aquí y recorriendo por vez primera estas colinas descubrí un valle muy risueño, sentí de inmediato atracción por estos sitios, como por un efecto mágico. ¡Allá, a lo lejos, el bosque! "Ah, pensaba yo de mí, si pudieras pasearte por sus sombras". Más alto, la cima de los montes. ¡Ah, si pudieras pasear la mirada desde ahí por este extenso y exquisito paisaje... sobre esta cadena de colinas... sobre esos pacíficos valles... "¡Oh, qué placer de perderme... de extraviarme en esos lugares...!" Yo iba, venía, lo recorría todo sin encontrar lo buscado. Hay cosas distantes que vemos como un confuso futuro y nuestra alma llega a entrever, como por un velo, un extenso universo; todos nuestros sentidos aspiran a encontrarse en él y a él se dirigen; y en esos momentos nos gustaría despojarnos de todo nuestro ser, para penetrar en él y gozar por completo de la sensación deliciosa y única, y entonces corremos... volamos... Pero, ¡ah!, cuando hemos llegado al término del recorrido, estamos en el mismo punto; nos encontramos con nuestra pobreza en estrecho límites y agobiada el alma por el peso de ese fantasma que la oprime, suspira sin consuelo y ansía probar el bálsamo refrigerante que ha desaparecido frente a ella.
Así suspira el hombre errante, en medio de su existencia accidentada e inquieta, por su patria. En su cabaña, en los brazos de su mujer, rodeado de sus hijos, y en los deberes que le imponen y en las preocupaciones que le traen los deberes que exige su conservación, encuentra el verdadero gozo, la satisfacción real que buscaba de manera vana e inútil en todos los rincones de este enorme mundo.
Con mucha frecuencia, al despuntar el alba, salgo corriendo y voy a mi querido Wahlheim; voy a buscar yo mismo mis guisantes al huerto de mi huéspeda y me distraigo en mondarlos mientras leo a Homero; después me voy a la cocina a elegir una vasija, a cortar mi mantequilla y poner los guisantes en la lumbre; me siento al pie del hogar y los meneo de vez en vez. En esos momentos me represento a los fieros amantes de Penélope, degollando, despedazando y haciendo asar los bueyes y los cerdos. No hay nada en el mundo que me dé más placer que el considerar estos rasgos característicos de la vida, patriarcal, con los que gracias al cielo puedo sin daño entrelazar el tejido de mi vida.
¡Qué dichoso me siento de poder sentir la inocente y sencilla felicidad del moral que me ve sobre su mesa figurar la berza que él ha plantado! No disfruta sólo el placer de saborearla, sino del recuerdo de la hermosa mañana en que la plantó, de las apacibles tardes en que la regó y del gusto que le traía verla crecer y redondearse cada día. Todos estos placeres y fruiciones las saborea él en aquel solo momento.
29 DE JUNIO
Anteayer vino el médico de la ciudad a visitar al mayordomo y me halló sentado en el suelo, en medio de los niños de Carlota. Unos saltaban alrededor de mí o se subían en mis rodillas; otros me hacían gestos; yo les hacía cosquillas y la algazara era grande y la alegría, muy ruidosa. El doctor es un arlequín pedante que al hablar, cuida más de estirarse los puños de la camisa, de arreglarse las chorreras, que de lo que dice. Al verme en esta posición, jugando con los niños, le pareció que yo me rebajaba en mi dignidad de hombre sensato y juicioso; pero a pesar de que yo me di cuenta de ello, por sus modos, no cambié de postura por eso y seguí divirtiéndome. Le dejé decir todas las cosas razonables y justas que se le ocurrieron y me ocupé de volver a levantar el castillo de naipes que los niños habían derribado.
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Los Sufrimientos del Joven Werther
RomanceJohann Wolfgang Goethe el AUTOR del libro, nacio en Frankfurt del Maine el año 1749, Procedía de una familia humilde que se elevó a la clase de ricos gracias a los esfuerzos y méritos de su padre. Muchos lo han considerado uno de los grandes escrito...