Secreto.

9 1 0
                                    



La descompostura que la llevó a esa situación desesperante quedará rondando en mi alma en esta tierra y en cualquier otra.

Yo la vi morir en su interior, había dentro de su organismo carne vacía en pedazos. Es cruel, es impresionante pero es real. Yo percibí su mirada cuestionando palabras silenciosas, ahogándose en su opinión. Yacer en su cama, sufriendo en silencio. Observé todo pero jamás dije nada.

Era zamarreada por las bestias externas. Y ella tan sensible, toda su ira se iba a su estómago. Toda su trágica historia se alojaba allí. Vivía sin comer porque todo lo que pasaba a su órgano vital era producto del dolor constante.

La postura erguida ya era parte de su día. Recostada en un sin fin de plumas y almohadones. Cuando se levantaba, en su espalda quedaban plumas pinchando suavemente en sus remeras de gaza fina. Siempre de colores apagados, se camuflaban en su oscuridad. Pero resplandecían de su piel pálida y seca.

Contaba los días de agonía, cada uno era una lucha contra el destino.

Levantaba la mirada sangrienta, sus párpados caían como las hojas de los árboles. Como la cáscara de cualquier fruta, solo tapaba lo que había dentro de ella. Porque lo pertinente de sus párpados estaba pintado de marrón y con la luz del sol a veces era verde.

Se miraba unos segundos al espejo, respirando con dificultad. Todas las cosas que pasaban por su cerebro agotado merecían un tiempo para escapar de allí y no volver a entrar.

Una pastilla, otra y mil más atravesaban como rocas su garganta. Le costaba tragarlas, tomaba botellas llenas de agua para lograr que llegaran a algún lugar. Nunca hicieron efecto.

No recuerdo cuántos meses ella soportó ese infierno. Solo sé que no quedaba más que huesos en su cuerpo y su débil sonrisa cuando decidí llevarla a un especialista.

De vez en cuando abría la boca y veía su lengua blanca y sus dientes negros. Jamás ella había estado tan mal. Lloré al ver esa imagen.

Su rostro se escondía dentro de sus pómulos, los ojos hundidos en moradas ojeras al igual que sus labios.

La recostaron cálidamente en una camilla blanca y le colocaron todo tipo de cables y tubos. Supuse que cada uno realizaría un trabajo dentro del cuerpo de María.

Ella estaba dormida, sus ojos se desviaban rápidamente y luego quedaban vacíos. Hasta que sin contenerme los cerré con mi dedo serenamente. Sentí que estaba pegando los párpados de un cadáver.

Nadie decía nada. Yo tampoco esperaba palabras, solo quería acciones que volvieran a la realidad a María.

El ruido constante de la máquina que estaba a unos pasos de mí me ponía nervioso. Mi pierna temblaba sin parar y hacía sonar mis manos provocando con cada ruido una tranquilidad absoluta.

Mi mente capturaba como fotografías el paso a paso de su desgastada cara, al principio tan resplandeciente y luego, luego tan demacrada. Para mí una flor que solo le faltaba agua. Algo de riego para volver a nacer fuerte y colorida como antes.

De sus mejillas solo quedaba una frágil y delicada capa de piel, un poco sonrojada, un poco pecosa. Siempre la vi tan entusiasmada y feliz que creo que nunca caí de verdad en que ella era María. Quería pensar que era una simple desconocida a la que yo le debía algo. Y por eso estaba ahí, para devolvérselo.

Me hicieron salir varias veces de la habitación, dejándome con un ánimo inestable y bipolar.

Recordaba e imaginaba los ojos de ella, verdes fumigantes cuando había luz y color miel en la oscuridad. Siempre brillantes, sonreían como su boca porque me generaban emociones inexplicables. Pero esos faroles comenzaron a apagarse en las idas apresuradas al baño para rechazar todo alimento que tuviera la simple intención de digerirse. María nunca dejó de vomitar. Yo nunca hice nada.

Notaba que sus resistentes brazos ya no soportaban siquiera un roce ya que en un pestañeo los hematomas brotaban. Me daba miedo, su cuerpo era el único que la ayudaría a enfrentar la vida y lamentablemente se estaba desvaneciendo interna y externamente.

Siempre estaba en silencio, pensando. Ella distinguía el correr del aire con la cantidad de oxígeno que transportaba. Era una experta en la observación, nada ni nadie se le pasaba por alto. Sus pupilas se dilataban cuando necesitaban atrapar una imagen y luego simplemente quedaba guardada en su mente. Con cada detalle, con un aroma, un sonido, un color. Con todo lo que era parte de ella.

Las células que nos permiten ser humanos y nacer a la vida, que nos conforman, estaban alteradas en el sistema existencial de María. Eran malignas, formaban un gran tumor en su estómago. Lo estaban disolviendo, ya no quedaba absolutamente nada de él. Nada.

No sé por qué ella seguía respirando pero lo hacía. Seguramente no quería irse aún, no estaba lista, tenía miedo. No lo sé.

Dejamos, mejor dicho, dejé que sufriera por tanto tiempo. Aunque seguía latiendo su pequeño y eficaz corazón, ella ya se había ido. Estaba esperando una señal o quizás una persona, para así, poder descansar eternamente.

Le introdujeron una aguja en una de sus sobresalientes venas y la sangre salía espesa. No tardó demasiado en descontrolarse, su piel perdió la pigmentación. Miré una última vez sus labios y me lancé sobre ellos sin pensar. Dejé un mensaje secreto dentro de su espíritu. Luego caí al suelo llorando de desesperación. Miré hacia arriba, seguía viva. Su lengua se iba hacia atrás y los médicos trataban de agarrarla para que no se ahogara con ella. Vi su mano abrirse, tal vez buscaba la mía, tal vez. Pero la sostuve. Ella apretaba suavemente como un bebé recién nacido mi mano y luego la soltó. Me levanté despacio, sus dedos blancos, la sangre no circulaba más por su cuerpo. La perdí. Me acosté a su lado y sellé sus labios con un susurro. El mensaje secreto se fue con ella. Pero el cáncer no la venció. Solo se fue porque le conté la verdad. Y no debía permanecer en el mundo, debía irse con ella. Porque en ese lugar abstracto lleno de esencias, allí estaba a salvo mi secreto.

Mi deseo se cumplió, de alguna forma necesitaba descargar mis mentiras. ¿Qué más que se las lleve un alma? Perfecto.





SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora