Memorias

108 10 0
                                    

Habría sido un día normal, si no fuera por el hecho de que estaban todos los aldeanos en la calle, mirando en un silencio sepulcral aquella procesión que encabezaba la diosa Atenea junto a los Caballeros Dorados. La joven de espejuelos se quedó callada y cabizbaja mientras solo escuchaba los pasos de todos ellos resonar por el lugar.

Estaban honrando la memoria de todos aquellos quienes perecieron en esa batalla cósmica que hubo, donde varios Santos Dorados murieron y por ello también algunos aldeanos. Porque los trataban como si héroes fueran.

Pero ese homenaje iba dedicado a aquél Santo de Sagitario, quien se sacrificó para poder salvar a la diosa que ahora dirigía unas simples palabras a todo el Santuario.

Sus ojos marrones buscaban al Santo de Leo, quien no fue difícil de encontrar entre toda esa multitud, porque era imposible poder esconder a alguien así de alto como él lo es.

Aquellas palabras de aliento que dijo la diosa de la sabiduría y la guerra hicieron estragos en su corazón, ocasionándole lágrimas. Se había llevado una mano al pecho para agarrarse su corazón. Solo observaba con detenimiento al rubio cenizo quien miraba sin fijación a las personas que estaban congregadas en el lugar.

La ceremonia fue corta, pero tocó el corazón de todos. Poco a poco los aldeanos se iban yendo del lugar, mientras que una escolta se llevaba a la joven diosa de vuelta al Santuario que sobrevolaba el lugar. La joven de espejuelos sostenía una solitaria y blanca flor entre sus manos.

En la mente del joven león no ocurría nada. Solo pequeñas memorias de su hermano y él. Su hermano riendo, ayudándole con tareas y el entrenamiento. A su hermano siendo él mismo, ese tonto y desvergonzado ser que le dio cariño y protección. Ese mismo que dio su vida para que la diosa pudiese vivir y proteger ese Santuario que tanto amaba.

Sin darse cuenta, una solitaria lágrima bajaba de uno de los ojos azules de ese joven león.

La pecosa notó que el león no se movía y eso le alarmó un poco. Miró a todos lados y notó que ya no quedaba una sola alma en ese lugar.

Temerosa, la joven se acerca a su señor, aquél que venía casi todos los días a la juguería donde trabajaba. Que ahí fue donde se conocieron y donde él cayó a los encantos de ella. Tan así que hasta le propuso llevársela a su casa en el Santuario para que le preparara esa rica comida que ella solo sabía hacer.

El joven león alzó la vista y noto a la joven acercársele. Sonrió un poco melancólico, pero solo bajó a donde ella y despojándose de aquella armadura brillosa y dorada, es que la abraza con fuerzas. La joven se sorprendió pero no dijo nada, solo sonrió algo y le devolvió el abrazo de la manera más amorosa que podía darle, porque sabía que el chico en ocasiones extrañaba a su hermano y hoy no era la excepción.

—Ahora está descansando en la paz que merecía, Aioria —La joven rompió el silencio con aquello tan simple pero tan realístico...

Pero era la verdad, ella tenía razón. Ahora el Santo de Sagitario estaba descansando como lo merecía, recordado como un héroe y estando en paz. El Santo de Leo solo asiente con la cabeza mientras la abrazaba con más fuerzas. Porque él mismo sabía que en un momento de su vida llegó a pensar que su hermano había traicionado al Santuario y que solo era un fraude, pero andaba equivocado y eso le dolía.

Le dolía el saber que por esos pensamientos había manchado la imagen que tenía de su hermano. De la única familia que le quedaba y que de la noche a la mañana, desapareció.

La joven empezó acariciarle el cabello con suma paciencia, haciendo justo como él le hacía en ocasiones. Porque necesitaba tranquilizarlo, porque el temblor que el león producía no era normal y si seguía así, una tormenta eléctrica podría formarse en ese cielo solitario. Solo continuó con las caricias hasta que notó que el león por fin se había relajado de ese ataque de temblor que tuvo.

La joven se separa con delicadeza de él y le coloca aquella solitaria y blanca flor en las manos. Solo sonríe con calma mientras que el león lo revisaba.

Comprendió lo que ella quería decirle. Sonrió con dulzura y se le acercó. Posó sus labios sobre los de ella y al rato se dirigió a su oído y susurró varias palabras...

"Hagamos nuestras propias memorias."



MemoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora