Emma se sentó con cuidado en la cama y respiró profundo, Miró con cierta mala gana el reloj de su mesita de luz: eran las 3:48 de la mañana. "Rayos", pensó. En eso, se llevó la mano al abdomen al sentir otra patada. El bebé estaba más que inquieto. Volteó para mirar a Killian: normalmente la oía despertarse, pero ese día se había quedado trabajando hasta tarde en la Comisaría con David y estaba totalmente rendido; recién comenzaba a acostumbrarse a la nueva rutina. Emma suspiró otra vez y con lentitud se puso de pie, tratando de no despertarlo. Se puso un saco fino (regalo de Granny) sobre los hombros y se dirigió a la cocina, con la esperanza de que una taza de té caliente los relajara a ambos.
El reloj de pared marcó las 4:30 AM. Emma le dio el último sorbo a su té y dejó la taza sobre la mesa, resignada. No había funcionado, su hijo seguía moviéndose sin parar. "Contra qué villano se te ocurrió pelear a esta hora?", pensó ella en voz alta. Hacía una semana y un par de días, se habían enterado que esperaban un varón, y desde ese momento no podía dejar de imaginarlo: a veces lo pensaba parecido a Killian, con los mismos ojos azules, profundos y expresivos, y esa sonrisa tan cautivadora; otras, lo veía parecido a su padre, de cabello rubio, ojos verdes como las hojas en primavera y porte de príncipe...
"Amor, ¿qué haces despierta?". La voz de Killian sacó a Emma de sus pensamientos. Estaba parado en la entrada de la cocina, con expresión preocupada y algo somnolienta. "¿Estás bien?", añadió al ver el rostro cansado de su esposa.
"Sí, es sólo que... el bebé estuvo inquieto toda la noche... No quise despertarte porque sabía que estabas cansado."
"Tal vez pueda ayudarte". Killian la tomó de la mano, la condujo hasta el pequeño living, se acomodó en el sillón y la hizo sentar en su regazo. Emma se recostó sobre él, apoyando la cabeza en su hombro; él colocó suavemente las manos sobre su abdomen, y acariciándolo, le dijo a su hijo: "Muy bine, es hora de que dejes dormir a tu mamá por un rato".
Aún con los ojos entrecerrados por el sueño, Emma observaba extasiada a su esposo. Nadie hubiera pensado que podía ser tan dulce; a decir verdad, ella tampoco al principio, pero luego fue la primera en descubrirlo. Sonrió al recordar el baile en el castillo del Rey Midas, el abrazo a la salida del muro de hielo, cómo siempre sus palabras reconfortaban su corazón... Entonces, se incorporó un poco para mirarlo a los ojos. "¿Te diste cuenta?", dijo. "Se calmó..." Una luz fugaz deselló en su mirada.
Killian sonrió y deslizó su dedo por su blanca mejilla. "Parece que él también estaba cansado".
Emma soltó una risa y se dirigió a su bebé: "Espero que esto no se vuelva un hábito, Liam. ¿De acuerdo?" Volvió a mirar a su marido, quien la observó extrañado al oír el nombre. "¿Qué sucede?"
"Lo llamaste Liam... ¿Cómo lo supiste?"
"Tu mirada habló por sí misma el otro día. Desde que supimos que era varón, no pensé en otro nombre, pues sé que no hubo persona más importante en tu vida que tu hermano, y que esta sería una hermosa manera de recordarlo y sentirlo cerca. Si se parecía a tí, no dudo que estaría muy orgulloso de que su sobrino llevara su nombre":
Los ojos de Killian se llenaron de lágrimas por la emoción. Amaba la forma en que Emma siempre sabía lo que pasaba por su mente y su corazón. "Ustedes son las personas más importantes en mi vida ahora: tú, Henry... y nuestro Liam".
Emma escondió la nariz en su cuello, sonriendo contenta, y él besó sus cabellos dejando las manos cerca de su bebé. Y así se durmieron, juntos en el silencio de la noche. Silencio que sabían duraría sólo unos meses más...