Capitulo 1

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El château se encontraba en las afueras de Melun, casi en los límites del bosque de Fontainebleau, a menos de una hora de la bulliciosa París. Contaba con tres plantas —la última abuhardillada bajo un tejado de pizarra gris, al estilo de la zona—, además de con una amplia finca, jardín, terraza de más de sesenta metros cuadrados con vistas al río, una capilla medio en ruinas y una casita de piedra para los guardeses. Conservaba el clasicismo de un hôtel particulier del siglo xix, no tan recargado como un palacio, pero dotado de ese encanto señorial y ese amor por los materiales de calidad que habían caracterizado el gusto de los burgueses antiguos. Se encontraba, además, en excelentes condiciones de conservación y bien comunicada: a menos de un kilómetro había una parada de autobús que llevaba al centro de la ciudad. Su valor era muy elevado, más de dos millones de euros. Eso le había explicado el albacea días atrás a Cécile Jourdan cuando le anunció que era su nueva propietaria. Nunca hubiera imaginado que su difunta abuela, la señora Bauvan, una mujer con la que apenas había tenido contacto en los últimos tiempos, hubiera decidido dejársela en herencia.

Su esposo, Luc, había sido el primero en decidirse a visitar el legado tras recibir la inesperada noticia, que le llegaba como caída del cielo. Hacía años que tenía el deseo de mudarse al campo y de residir en una casita o un château donde poder hacer reuniones al aire libre con sus amigos.

—Es por aquí —dijo Luc, al volante del Audi, mirando a un lado y otro del cruce en busca de los carteles indicadores—. Está más cerca de lo que pensaba.

Quería comprobar cuánto se tardaba en ir desde allí hasta las oficinas de la empresa. Pisó a fondo para llegar cuanto antes.

Cécile sintió un cosquilleo en el vientre cuando vio aparecer la fachada de piedra blanca y roja tras la larga avenida flanqueada por álamos, al lado de la rústica casa de los guardeses, y el jardincillo y las tres estatuas que brotaban entre los macizos y los parterres. Luc había dicho la noche anterior, mirando las fotos que les había mandado el albacea, que parecía el decorado de una película de terror; a ella, en cambio, le evocaba el espíritu de las novelas de Dumas, Zola, Balzac…

Excitado, Luc se detuvo frente a la escalinata de la fachada, menos ostentosa que la de los castillos ingleses. Allí aguardaba un hombrecillo sonriente, vestido con un pantalón gris y una amplia camisola manchada de tierra, que portaba una azada al hombro.

—Hola, ¿los señores Jourdan? —preguntó el hombre, en tono entusiasta, como si hiciera mucho tiempo que no veía personas en los contornos.

—Y usted será el señor Leclerc —dijo Luc, ya fuera del coche. Se le acercó y le estrechó la mano con firmeza de ejecutivo cerrando un buen contrato. Cécile fue detrás de él, y también saludó a Leclerc—. Encantado de conocerlo. Qué buena pinta tiene la casa —dijo Luc, mirando a un lado y a otro, desde el jardín a las mansardas, de un ala a la otra.

—La difunta realizó reformas hace un par de años —explicó el guardés—. Dejó la mansión como un palacio. Y mire que estaba casi en ruinas cuando llegó. Pero a la señora Bauvan le gustaban las cosas bonitas, las flores, las pinturas… Ya verá cómo decoró el interior.

—En fotos parecía algo tétrico todo —objetó Luc—. Pero ya nos encargaremos de arreglarlo, ¿verdad, cariño?

Era la primera ocasión durante la charla en la que su esposo se dirigía a ella. Cécile asintió sin ganas. El señor Leclerc se había quedado repentinamente serio.

—A la señora Bauvan le gustaba así —se atrevió a decir, para sorpresa de Cécile: ¡un hombre llevándole la contraria a Luc!

—Pero ahora ya no le pertenece —replicó este, al instante, sin perder la sonrisa—. Vamos a echar un vistazo.

Las dos vidas de Michel (avance) - novela romántica paranormalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora