Acto único

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Abrió los ojos casi como un reflejo de su subconsciente. Como si lehubieran dado un golpe en las costillas. La respiración se le detuvosin que se diera cuenta y después de unos segundos inhaló unabocanada de aire que se perdió más allá de sus pulmones. Matíasse quedó mirando el techo porque no había terminado de asimilar ellugar en el que se encontraba. Su habitación parecía estar másoscura de lo normal, lo único que podía distinguir era la tenue luzde la luna que se colaba entre las cortinas que cubrían la ventanaque, abierta de par en par, permitía el ingreso de una fresca brisaque calmaba su ambiente voraz.

Poco a poco se le aclaró la vista, era el susto que sentía en elestómago el que no le había dejado ver con claridad. Recuperó surespiración normal y se dio cuenta de que estaba en su casa, en sudormitorio, con los ojos fijos en el techo y sin saber qué hora era.Recordó que iba a pasar toda esa semana en la casa de sus padres.Aceptó dejar la soledad de su departamento por un par de días tansolo para complacer a su madre.

—Maldito calor —refunfuñó en un susurro.

Se levantó muy despacio de la cama y se dirigió hacia la ventana,corrió la cortina de un golpe y la brisa fresca de la madrugada ledio un segundo de tranquilidad. Inmediatamente se dirigió a ver lahora en su teléfono móvil: marcaba las dos de la mañana con onceminutos. Se sentó torpemente sobre el pequeño taburete que estaba alos pies de su cama, aún con el teléfono en la mano, se concentróen el silencio que lo rodeaba. Sus oídos se convirtieron en sus ojosy convertía el silencio en imágenes que pasaban por su mente. Depronto algo llamó su atención, era una respiración apacible ymelodiosa, una respiración que había escuchado innumerables veces,una respiración que conocía desde su infancia y que desataba sulocura. Era la respiración de Lourdes que dormía en la habitacióncontigua.

Sin pensarlo mucho se puso de pie y se dirigió a abrir la puerta desu dormitorio con un cuidado único, para no hacer ni el más mínimoruido, debía ser que no era la primera vez que abría una puerta aesas horas de la noche pero aún con tanta experiencia lo invadió untemor tonto al saber que sus padres dormían a menos de veintemetros. Al salir dejó la puerta entreabierta y caminó casilevitando, no eran muchos pasos los que lo separaban de aquellarespiración que deseaba escuchar en su totalidad. Al poner su manosobre la perilla de la puerta sintió la necesidad de retroceder,debía ser que estaba rompiendo un trato muy serio, pero le ganaronlas ganas de respirar el aliento de Lourdes y la abrió con el mismocuidado que había abierto la puerta de su habitación un par desegundos atrás.

Empujó la puerta muy despacio hasta dejar un espacio suficiente para pasar, pudo ver con mucha tranquilidad la ventana que estabatambién abierta y con la cortina corrida que dejaba entrar la luz dela luna de forma tímida. Estaba dándole la espalda a la puertacuando la cerró con un cuidado mecánico aterrador. Se quedó paradobuscando un lugar en el cual sentarse, sin dejar de ver la silueta deLourdes, que estaba de espaldas hacía él, sobre la cama, y con lavista fija en la ventana. Encontró, sin mayor dificultad, una sillaque estaba junto a la cama. Se sentó y se quedó allí, mirándolacomo lo había hecho en las noches de su adolescencia.

La habitación estaba en un estado de frescura que ha Matías leparecía muy agradable, tanto, que se acomodó en la silla y subiólos pies en la cama. No podía quitarle la mirada a Lourdes.

—Sabes que no debes de estar aquí —le dijo Lourdes con unsusurro casi imperceptible—. Tenemos un trato...

Matías se quedó como si no hubiese escuchado lo que ella le habíadicho.

—No puedes dormir —le preguntó ella.

—No... debe ser que estoy acostumbrado a despertar a esta hora—respondió Matías.

— ¿Y si mamá se da cuenta? —susurró Lourdes.

—No se dio cuenta en todos estos años, y si lo hiciera nocambiaría nada... yo te amo y tú lo sabes.

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⏰ Última actualización: Dec 08, 2015 ⏰

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Una triste historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora