EL UCRANIANO DEL CUARTO GRIS

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Una noche siendo las doce menos cuarto sonó el teléfono, cerca de su cama en una pequeña mesa de noche solía dejarlo antes de dormir, Edward trabajaba en el departamento de crímenes violentos de la policía de Nueva York, por lo que no era extraño para él recibir llamadas a deshoras. Con la depresión económica vivida para la época, América se había convertido en un lugar de escape para miles de europeos que arribaban a sus costas pasando frente a la estatua de la libertad; corrían los años treinta y el clima de depresión derivo en inseguridad y violencia en las calles de la gran manzana.

La llamada referente al caso de un joven ucraniano desaparecido sorprendió a Edward, pues no se trataba de ningún crimen violento; más cuando se acercó a la escena en el 658 de staten island comprendió lo necesario de su presencia, era un cuarto enteramente pintado de gris, había un gran charco de sangre en el suelo, justo frente a una cama bien hecha, sin señal de haber sido utilizada y de un sillón como recostado sobre el suelo de aquella lúgubre habitación. El misterio se apodero aún más de él al percatarse de que el cuarto no tenía ventanas y la única entrada o salida era la puerta en la que se encontraba de pie, la cual no presentaba indicios de haber sido violentada y ante una escena tan macabra, llamaba la atención que ningún rastro de sangre parecía alejarse del lugar, era como si la víctima nunca se hubiese ido de allí, pero, y ¿En dónde estaba el joven ucraniano?, ¿qué sucedió en aquel cuarto?

Realizadas las labores forenses de peritazgo y criminalística, solo hallaron un preservativo junto a la sangre, el que presumieron era de la víctima; al indagar con la gente del vecindario se pudo determinar que el joven ucraniano había llegado a Nueva York como inmigrante apenas algunos meses atrás, alquilo un cuarto en staten island por dos dólares al mes, con un casero que conoció gracias a uno de sus compatriotas con el que se conoció en el barco, solía salir muy temprano cada mañana en compañía de su amigo al que casi siempre se le veía con una sudadera café con un bulldozer gravado en la espalda, solo regresaba a casa después de consumir algunas copas en un bar irlandés famoso por ser el sitio de reuniones para los apostadores clandestinos.

Luego de una semana Edward volvía de casa y en la estación lo esperaban sus superiores quienes parecían intranquilos e irritables por lo tormentoso de la situación, la prensa arremetía contra el departamento de policía que parecía impotente a la hora de hallar algún indicio del paradero del joven ucraniano o del autor del presunto delito. Edward entró a la sala de juntas donde reunidos se encontraban el jefe de policía, el alcalde y algunos detectives, se sirvió un vaso con agua, se acomodó en la silla junto al jefe, con voz tranquila y sosiega pronunció estas cuatro palabras -está hecho, fue resuelto- todos quedaron atónitos, se miraban unos con otros presos de la excitación por lo escuchado; mientras tanto Edward se prestaba a hacer mención de lo hecho para resolver el asunto.

Días atrás, Edward había frecuentado los lugares por donde solía vérsele al joven, preguntando, indagando y haciéndose pasar por otros logró obtener información valiosa. Con el cantinero del bar, se enteró que el chico pasaba mucho tiempo bebiendo con unos amigos, a quienes identificó como atléticos y a los que siempre se les veía con una sudadera puesta, la que tenía la imagen de un bulldozer cocido en la espalda, justo como lo indicaron sus vecinos; con los apostadores supó de una vieja bodega en la que se realizaban eventos y en la que uno de ellos le pareció ver al joven desaparecido, Edward se dirigió allí de inmediato. Al llegar pudo notar que se trataba de un club de peleas en las que muchos apostaban, por lo que se movía mucho dinero en el lugar, igualmente notó que varios de los asistentes portaban las sudaderas con el retrato del bulldozer del que le habían hablado.

Mientras continuaba con su relato, entró por la puerta de la sala de juntas un muchacho alto, muy blanco, de cabello rubio y un poco maltratado, acompañado de un detective.

-¡El joven ucraniano! –exclamaron en una los presentes en la reunión.

-Sí, el joven ucraniano. –respondió Edward, y continuo. Tal vez aminore su culpa el saber que este joven solo fue víctima de un plan al que con engaños fue arrastrado por quienes querían sacar provecho de él. Pero como ya es hora de cenar y mi esposa cumple años hoy, daré los detalles más extensos de esta historia en un momento más adecuado.

En la noche de la supuesta desaparición, el joven había vuelto temprano a su cuarto por algunas cosas que le eran de gran utilidad, su cepillo dental y algo de ropa limpia como si tuviese pensado no volver en varios días, en un descuido dejo caer un preservativo lleno de sangre, mismo que le habían proporcionado minutos antes los directores del club de pelas "El bulldozer", con el fin de llevar a cabo la treta ya premeditada.

Mientras me dirigía al club de peleas, caí en cuenta de la gran importancia que el preservativo al lado del charco de sangre representaba, pues por casos similares que he tratado en el pasado, ya me había enterado de ciertas trampitas que se realizaban con el fin de obtener la mayor ganancia posible. Desde ese momento me quedo todo claro. El joven ucraniano entró como esparrin al club de peleas "El bulldozer" que funcionaba en su vecindario, luego de varios meses de entrenamiento habían decidido ponerlo en un combate oficial, sin embargo, esto no se debía al increíble talento del joven.

Los dueños de "El bulldozer" habían pagado una fuerte suma de dinero al mejor peleador del club rival para que en el tercer asalto del encuentro se desplomara como consecuencia de un knockout que le propinaría el joven ucraniano, y como las apuestas lo tenían como favorito, solo era enviar a un tinterillo desconocido a realizar una apuesta fuerte en favor del menos apreciado de los peleadores y así resultaría en dinero fácil para los dueños. Para aquella labor, y aprovechando la nacionalidad que compartían, utilizaron al compañero de casa del joven ucraniano, al que hicieron pasar como su hermano, esto con el fin de justificar tanta confianza en su apuesta; aquello del preservativo no era más que una jugarreta para hacer más creíble el golpe, pues una vez se produjera estallaría en sangre de oveja la cara de quien vencido yacería en el piso del ring.

Luego de cobrar el dinero, como suele hacerse en estos casos y ante la duda de los contrarios, escondieron al joven ucraniano, a su compañero de casa y al peleador vencido del club rival en un gimnasio de poca monta a las afueras de una ciudad vecina, en donde lo encontré mientras caminaba a la tienda en busca de víveres, luego de cuatro noches en vigilia siguiéndole los pasos. Todo resultaría perfecto, a no ser de su bondadosa vecina que esa mañana se dirigió al cuarto del joven a ofrecerle el desayuno, mientras golpeaba la puerta esta se abrió de repente, quizás por lo mal asegurada debido a la prisa que llevaba el joven ucraniano el día en que salió, dejando ver el charco de sangre en el suelo que puso en alerta a la mujer quien de inmediato le hablo a la policía. ¿Me explique con claridad?

-¡Increíble!-exclamó el alcalde-. Mientras ordenaba el arresto del joven y de quienes participaron de la estafa.

Pero, ¿Cómo llego Edward a ser ese gran policía?; aquel del que todos hablan y al que todos acuden, el que resuelve los casos difíciles que nadie más puede resolver; esa, es otra historia...

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