Apenas siento la boca, invadida por el sabor metálico de mi sangre.
Mis brazos, los que minutos antes eran golpeados sin piedad al tapar mi estómago en un intento de protección, ceden cuando intento levantarme del suelo, y me quedo allí, mirando al techo, con lágrimas en los ojos que no se atreven a salir.
"Puta niñita, ¿otra vez llorando?" me había dicho, como tantas otras veces, con su mirada perdida y su voz ronca.
Nada más escuchar el sonido de la puerta principal, mi madre entra a mi habitación.
Al fin se ha ido.
Ella lleva el botiquín en una mano, y sin articular palabra me ayuda a levantarme y empieza a curar mis heridas.
No dejo de quejarme por el escozor.
"El dolor es para los débiles" retumban sus palabras en mi cabeza, y aprieto los dientes al instante, intentando hacer caso omiso del ardor que siento en mis labios cuando ella posa el algodón para quitar la sangre.
Una vez se ha ido, me pongo de pie a duras penas y voy a mirarme en el espejo.
Me paso minutos frente a él, viendo como heridas que ya estaban cicatrizando han vuelto a abrirse, acompañados de unas cuantas nuevas.
Vuelvo a acostarme en mi cama, y como cada día, el verbo dormir está en una encarnizada lucha con el invicto sustantivo terror, que me obliga a pasarme toda la noche vigilando la puerta, esperando que no aparezca por ella.
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El irritante sonido del despertador me obliga a abrir los ojos, y me levanto, haciendo caso omiso al dolor que siento en todo mi cuerpo.
Mis rodillas gritan por clemencia cuando me dispongo a andar, y mis codos se les suman momentos después, formando un coro de llantos que no cesan.
Cada movimiento es una tortura, pero si no le hago frente, estaré perdido.
Me meto en la ducha y abro el grifo, dejando que un torrente de agua caiga por mi espalda, entumeciendo de nuevo mi cuerpo magullado.
Limpio a conciencia cada una de mis heridas, para después taparlas con una espesa capa de maquillaje.
Recuerdo como hace unos años empezaron a meterse conmigo por este tema. Las risas de mis compañeros me seguían por los pasillos, acompañadas de los típicos comentarios. El que más se repetía era gay, y me molestaba bastante, y eso era lo que les impulsaba para seguir diciéndome todo aquello.
Después de vestirme, arrastro los pies por el pasillo hasta llegar a la entrada, donde cojo una magdalena y salgo por la puerta.
Intento que parezca que todo va bien.
Sonrío a mis amigos al verlos, les saludo de esa forma dejada con la que siempre lo hago, escucho lo que han hecho durante el fin de semana... lo de siempre, pero hay algo distinto escondido entre palabra y palabra, y creo que no soy el único que se ha dado cuenta.
A la hora de comer, Ástrid, a la cual tengo el orgullo de considerar mi mejor amiga, se acerca a mí, con un gesto de preocupación, lo cual me inquieta.
-Hey, ¿qué tal?-dice, intentando parecer casual.
-Bien, supongo.
-Eso no es lo que me han contado.
-No sabía que me había convertido en la noticia del día ¿a qué debo ese honor?- contesto irónico.
-Van diciendo por ahí que tienes heridas en los brazos.
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Enfermedad.
Short StoryPor más que hagamos nuestros muros más grandes, que la lista de falsas sonrisas sea cada vez más larga, todo tiene final. Algunos son mejores que otros.... pero siempre acaba, y en ese momento, una suave brisa acariciará tu piel como nunca antes lo...