La soledad de una vida eterna

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La brisa de los arboles acariciaban todo mi cuerpo, los crujidos de las hojas secas que cae con el tiempo, siempre fue lo mismo... pasaba constantemente por ese bosque, cada vez que salía de el colegio. No me gustaban las bicicletas ya que no tuve una buena experiencia con ellas, la primera vez que intente montar en una fue en el garaje de mi casa, el espacio era muy reducido y siempre me golpeaba con tantas cosas que siempre guardábamos allí pero nunca las utilizábamos, nunca aprendí a montar bien.

Ese fue el motivo por el cual aprendí a observar siempre lo maravilloso que nos ofrecía el bosque, olores a hierba fresca, canticos de pájaros, soledad, más que todo soledad.

El único que atravesaba el bosque era yo, nunca vi a nadie por aquellos lugares, claro que en muchas ocasiones imaginaba ver personas pero al rato veía que no se movían entonces seguía mi camino sin preocuparme.

Bueno, como les iba contando, el bosque fue siempre el camino más cercano hacia mi hogar, me demoraba unos quince minutos desde el colegio hasta mi casa.

Mi casa era de un color como blanco con una puerta grande de madera, como esas que tiene las iglesias, con decoraciones y todo eso, al entrar siempre en la puerta estaba mi perro clay que era un pastor alemán ya muy viejo y se la pasaba todo el día durmiendo en la puerta.

Mi casa tiene tres alcobas. En una de ellas habitaban mis padres en las más grande por cierto, con una cama amplia y cómoda, con cortinas en las ventanas de color rojo, ya que ese era el color preferido de mi madre, y con un baño color azul, en la otra estaba mi abuelo que muchas veces lo dejaban hablando solo porque siempre inventaba más de lo debido, su habitación era la más deprimente, tenía solo fotos de quien en algún tiempo fue su primer y único amor. Por último estaba mi pieza, tenía una cama pequeña, un escritorio donde hacia mis tareas y leía, también tenía una grabadora donde escuchaba mucho audiolibros, novelas, noticias y muy de vez en cuando música. La residencia también tenía otro baño, aparte de el de la pieza de mis padres, un garaje que nunca utilizábamos, una cocina, y por último la sala, el lugar más incomodo donde nuestras visitas simplemente nos repugnaban.

En el colegio siempre fui un niño muy alejado, no le hablaba a nadie ya que todos hablaban siempre de temas que simplemente no me importaban, pero si, hubo alguien que me entendía, su nombre es Roberto con ojos color miel, con algunas pecas, una boca y una nariz muy normal, no le gustaba ningún deporte motivo por el cual tenía sobre peso, el vivía al lado de la iglesia y como mis padres me obligaban siempre a ir a la eucaristía me encontraba con él.

Diario nos veíamos, en el colegio, en la casa de él, en la iglesia, sea cual sea el lugar pasábamos muy bien, el no iba a mi casa, porque sus padres eran sobre protectores y tenían miedo a que algo le pudiese pasar en el bosque, mas sin embargo eso no importaba.

Todos los Sábados a causa de nuestra ausencia al colegio, teníamos todo el día libre y como una de nuestras pasiones eran las películas siempre en las noches, eran sábados de película con la que ya teníamos un tema que discutir toda la semana próxima, alejándonos de las demás personas que solo discuten sobre mujeres si a esas se les podría llamar mujeres, son más bien unas putas en progreso, unas futuras vagabundas vendiendo su cuerpo a falta de saber. Claro que no todas las mujeres eran asi, era más bien repartido entre rameras y mujeres que podrian ser guiadas por rameras, este era un circulo vicioso en el que Roberto y yo nunca entrariamos, a causa de nuestra carencia en el salon.

Mi colegio, era un tipico colegio público revolucionario con profesores frustrados y aburridos que en vez de dar clase cuentan experiencias de vida, de sus propias vidas, Roberto y yo nos preguntábamos si todas los institutos serian igual al nuestro, pero esta pregunta no fue nunca respondida en nuestra infancia, solo nos daríamos cuenta una vez ya estando fuera de él.

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⏰ Última actualización: Jun 23, 2013 ⏰

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