Capítulo 4

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Anahí todavía tenía puesta toda su ropa, pero no podía recordar haberestado tan excitada alguna vez en su vida.Lo había estado completamente cuando ella y Poncho tuvieron relaciones sexualespor primera vez, respondiendo fácilmente a sus caricias y a sus besos, pero tambiénhabía sido muy inexperta y había estado nerviosa, las dos cosas la distrajeron unpoco del puro disfrute de sus respuestas físicas.Nunca se había sentido así, como si justo ahora no pudiera tener a Poncho, enrealidad suplicaría por él.Él parecía sentir lo mismo, ya que su boca y sus manos se volvieroninmediatamente más exigentes. Le encantaba lo fuerte que él era, lo mucho quepodía sentir la tensión en su esbelto cuerpo. Se retorció contra él, buscando laestimulación donde pudiera.Con un jadeo ronco, el rompió el beso y acercó ligeramente su cuerpo hacia el deella.—Espera un segundo —dijo con voz ronca.Ella hizo un sonido de impaciencia—No quiero esperar un segundo.El gimió casi sin poder hacer nada mientras ella se restregaba contra él.—Yo tampoco. Pero necesitamos un condón, ¿no?Ella maldijo en voz baja y se controló a si misma lo suficiente para poder relajar sucuerpo y bajar la pierna con la que lo había rodeado a él.—Sí. Sera lo mejor.—No tengo ninguno conmigo ¿Hay en la casa?Ella lo dudaba, ya que Nicolas no vivía aquí, a menos que él hubiera escondido algunaen una oscura esquina durante la escuela secundaria. A ella le gustan los tipos comoGaston, que no llevan normalmente consigo condones, lo que parecía indicar que élno tenía la costumbre de tener relaciones sexuales en un abrir y cerrar de ojos.Además, su falta de preparación no importaba ya que ella lo tenía cubierto.—Tengo uno en mi bolso. En el cuarto de la entrada.Con su tobillo lastimado, y estando realmente excitada, no quería abandonar elcómodo sofá junto al fuego, por lo que se sintió aliviada cuando Poncho se movió con cuidado lejos de ella y se levantó.Ella sin embargo se rió por lo bajo cuando vio que él se movía con rigidez.Él le dirigió una mirada ofendida.—Autosuficiente, ¿recuerdas? —bromeó—. Tienes que ir a buscar tu propio condón.Él se rió con voz entrecortada mientras desaparecía en la cocina, que conectaba conel cuartito de la entrada, y seguía sonriendo cuando volvió unos segundos después.Le entregó el bolso negro de diseñador, y encontró un paquete de cartón concondones en el bolsillo lateral con cremallera.—¿Siempre llevas condones encima? —preguntó.Ella sintió que se estaba ruborizando, aunque estaba segura de que él no podíadarse cuenta porque ya estaba enrojecida por el fuego y la excitación.—Una mujer siempre está preparada —dijo ella remilgadamente.Ni una sola vez había usado un condón de los que llevaba encima, pero él no teníapor qué saberlo.—Una excelente filosofía.Se inclinó para poner su bolso sobre la mesa antes de que cambiara su posición porPoncho.Él se sentó de nuevo en el sofá y tiró de ella a sus brazos una vez más, rodandosobre su espalda para que él estuviera encima de ella otra vez.—Maldita sea, Anny —dijo con voz ronca, sus labios apenas por encima de los deella—. Te deseo tanto.Su tono de voz y sus palabras hacían que a ella le doliera el pecho. Su pulso estabarevoloteando, trató de mantener las bromas, ya que se sentía mucho más segura quecon la intensidad que estaba creciendo.—Ya lo sé. Tu pantalón no esconde mucho, ya sabes.Él le estaba dando pequeños besos presionando su boca sobre sus labios, en lacomisura de sus labios y en las mejillas. Pero se rió de sus palabras, haciendo que sualiento se deslizara contra su piel.—Desafortunadamente, lo sé muy bien.—Pero lo bueno es que no tiene sentido ocultar algo tan impresionante. —Él gruñó en respuesta.Ella estaba tan contenta con su reacción, y la idea de tener un poder tan fuerte paracontrolar al hombreÉl cerró los ojos, pero ella trató de notar lo que a él parecía gustarle más, lo queprovocaba que su respiración aumentara o que su cuerpo se sacudiera.Finalmente, él abrió sus ojos.Él se reajustó encima de ella, y ella se rió, luego sacó la sudadera de ella por encimade su cabeza.Él frunció el ceño al ver la camiseta de manga larga de lana que ella llevaba debajo.—¿Estás lo suficiente lista para mi...?—Sí. Realmente no podría enfriarme más.Ella le ayudó a sacarle su camisa y se rió con deleite ante la expresión ofendida de élal ver que ella llevaba una camiseta de punto debajo.—¿Cuántas camisetas te pones?—Estaba helada —explicó. La risa hizo que se relajara e hizo que estuviera menosconsciente de la importancia de lo que estaba sucediendo. Sin embargo se quedósin aliento mientras que él le quitaba la última camiseta y se quedó mirando conavidez hacia sus pechos desnudos.—Eres tan hermosa. —Se inclinó para besarla, ahuecando un pecho en su ásperamano. Su boca bajó por el cuello de ella y luego más abajo, hasta que tomó unpezón en su boca.Ella se arqueó mientras él lo acariciaba con su lengua, sensaciones tan intensas quela sorprendieron a ella.La acarició hasta que ella casi se retorcía, sus caderas moviéndose sin descanso,tratando de buscar algún tipo de alivio para el pulso de deseo.—Poncho —gritó—. Esto se está volviendo una tortura. —Tiró de sus hombros,tratando de levantar su cabeza de sus pechos.Él estaba sonriendo, casi de forma depredadora, cuando levantó la cabeza paramirarla con pasión.ella le sacó la lengua, como había hecho cuando tenía seis años y él y Nicolas no ladejaban jugar con ellos.Los hombros de él se estremecían de la risa, pero se inclinó para besarla con fuerza.—No deberías tentarme así —dijo sobre su boca—. Especialmente cuando estásusando esas trenzas.Ella dio un fuerte suspiro, rompió el beso y llevó su mano hacia una de las largastrenzas.—Mierda. Olvidé que llevaba estas cosas estúpidas.Se quitó las gomas y empezó a desenrollar el cabello.Gaston volvió a reír.—No me importa...—No voy a tener sexo con mi cabello con trenzas. —Se las arregló para deshacer lastrenzas, mientras Poncho aprovechaba el tiempo para quitarse la sudadera y unacamiseta.La última vez que había visto su pecho desnudo tenía diecinueve años. Había sidoimpresionante entonces, pero ahora era incluso mejor.—Eres hermosa —dijo, mirándola con ojos dulce mientras ella se peinaba con losdedos—. Con trenzas o sin ellas.Ella se sentía un poco como si estuviera en ebullición, por lo que buscódesesperadamente una respuesta ingeniosa. Cualquier tipo de respuesta que pudieradistraerla de la mirada de sus ojos.No podía pensar en nada.Así que, cuando Poncho la besó de nuevo, deslizando su mano bajo la cinturilla desus pantalones de pijama, se sentía demasiado estúpida y boba.Gimió en su boca cuando los dedos de él exploraron entre sus piernas.—¿Estas lista? —preguntó con voz ronca, dándole un par de suaves besos.—Sí. —Se arqueó hacia arriba por el placer y la impaciencia—. Por favor.Él alargó su mano para tomar el condón mientras ella se quitaba sus pantalones ysu ropa interior. Entonces le ayudó a él con la suya,

Tormenta de hielo (Ponny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora