La visión de un ángel

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 Finalmente, el chico se despidió y entró en la tienda. Desapareció rápidamente tras el umbral de la puerta, sintiendo la mirada de Ceres clavada en su espalda. Apenas amanecía y ella ya había terminado todo lo que tenía que hacer aquel día. Permaneció de pie en medio de la calle un rato más, sin más compañía que la que le proporcionaban los árboles viejos y grises, que llevaban siglos en aquel mismo lugar. Ellos la coonocían como a una vieja amiga.

Si alguien la hubiera visto, habría dicho que parecía una diosa, o un ángel. No por cómo el sol de la mañana a su espalda desdibujaba su figura en lo alto de la colina, ni por cómo el viento hacía que su cabello rubio flotara tras de ella, ni siquiera por su porte regio y rasgos elegantes, propios de una princesa de cuento. No, se habrían fijado en su mirada. Pero nadie la vió excepto yo, porque ella sabía siempre cuándo aparecer.

Si es verdad que los ojos son las ventanas del alma, la suya era refugente y cambiante, fresca, efímera y poco común, como una tormenta de verano. Llegaban a lo más profundo de tu alma, brillaban, cambiaban de color cada vez que la mirabas. Azul, violeta, gris o negro, incluso cuando eran de un marrón común atraían tu atención como un imán.

Ella observaba algo que escapaba de la mirada de todos los demás y, mientras, el mundo dormía. Nunca se molestó en ocultarse. Entonces yo no lo sabía, pero aquellos momentos en los que me permitía verla eran una pequeña concesión que me hacía en vistas al futuro.

Tardé aún más tiempo en descubrir quién era aquel que hablaba con ella momentos antes de que yo llegara al lugar. O tal vez no hablaban, es posible que solo se miraran y ella dejara que él se perdiera en sus ojos, abriéndole la puerta a aquello que fuera lo que ella veía. Tal vez él encontrara su destino o su perdición allí. Puede no pasara nada. Puede que se besaran.

Entonces mi prematura muerte acabó con todo y nunca pude llegar a hablar con ella, o a perderme en sus ojos o a besarla, tal y como creo que hacía antes de despedirme y entrar en la tienda en aquellas visiones. Si ella me seguía esperando a la sombra de los árboles como cada amanecer, nunca llegué a saberlo


Cuentos en blanco y negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora