La melodía de Clarisse

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Hace mucho que perdió la cuenta del número de veces que ha flexionado sus dedos, pero eso no la detiene. Prosigue con su ejercicio, ignorando los comentarios que los otros postulantes hacen sobre ella, ignorando el dolor de sus nudillos y muñecas. Deseando ignorar también el sonido perfecto del violonchelo que deleita a los jurados en esos momentos, y al miedo... Uno que juró no la vencería, y sin embargo, es justamente lo que está haciendo.

Nadie sabe lo que pasa por la mente de la inspiración de muchos adolescentes. Ninguno tiene idea del desosiego que la carcome al ser la presa más deliciosa del más cruel de los depredadores. Clarisse River está aterrada de fallar.

¿Y cómo no estarlo cuando la vida misma la había convencido de que nació para tocar? ¿Por qué no creerle y disfrutar de su talento? ¿Y cómo rayos no estar destruida cuando de la noche a la mañana, se dio cuenta de que era una mentira? ¿Qué pasa cuando eso que te hacía especial, se destruye frente a tus ojos?

Ella apenas cree que aquello que la hacía feliz, le cause tal ansiedad ahora. Cada paso, pensamiento o palabra se ha vuelto un problema malditamente difícil de resolver. Las dudas crecieron de donde no existían y se extendieron tan rápido, que en apenas unas horas, ya no era la misma y todo indicaba que jamás volvería a serlo, porque la vida se había burlado dándole un regalo precioso, sueños grandes y el espejismo de un futuro brillante, que en quince minutos que duró la consulta médica, le arrebató sin pizca de compasión.

Cruza ambas manos sobre su regazo y mira a la siguiente participante colocar su barbilla en la hombrera del violín al tiempo que piensa en el día anterior. Quizá sea que las horas que la separan de ese momento son escasas, o que el suceso la marcó tanto que incluso luego de una larga noche de pesares, los recuerdos no la abandonan; sino que se fortalecen lastimándola. Son tan claras sus memorias que aún puede verse en aquella habitación cuadrada, con su madre al lado y al hombre de bata blanca de pie verificando sus resultados. El corazón se le congela al evocar los rayos X, a sus dedos que en más de una ocasión la llevó a recibir aplausos, premios y reconocimientos, y que ahora se muestran débiles.

Un silencio es la que la saca de su encierro mental. Reconoce esos vacíos de sonido, son aquellos que indican el final de una melodía. La puerta se abre haciéndola temblar. Quedan apenas otros dos participantes además de ella, pero sabe que no es el turno de ninguno de los muchachos, sino el suyo.

—Número ocho, Clarisse River —Confirma una voz—. Cinco minutos para el inicio.

Aspira aire unas tres veces y cuando cree que podrá seguir sin caerse, se levanta. Alisa su vestido obviando el ardor que le produce rozar sus yemas ampolladas contra cualquier superficie y sigue al hombre de bigotes que le sonríe, esperando tal vez, brindarle ánimo; ya que es más que obvia la incertidumbre que habita en su rostro junto a las ganas de salir corriendo. Pero no huye, sino que avanza con garbo hacia las tablas que muchos concertistas pisaron alguna vez. Es a solo dos pasos de subir las graderías que sabe ha llegado la hora de tomar una decisión: Seguir adelante cuanto tiempo sus falanges lo soporten, o eliminar desde la raíz cualquier esperanza.

Una diminuta sonrisa que responde cualquier duda surge de entre sus labios, hace una ligera reverencia al tiempo que alguien pronuncia su nombre y acto seguido, se sienta en la banca. Los espectadores llenan apenas cinco filas y cada jurado ocupa tres mesas, mas eso no es lo que la mantiene con la vista fija en los asientos. Es él, el mismo hombre que la ha perseguido en sueños. Viste de traje como el resto, pero ella sabe que no lo es; el desconocido levanta sus manos y le sonríe provocándole un escalofrío. Empero no retrocede, al contrario, deja que sea el piano quien ocupe su mente.

Clarisse ha elegido seguir a pesar de la enfermedad y las heridas que todavía no cicatrizan.

Si bien ese extraño predijo a través de pesadillas lo que pasaría en la consulta del doctor, si bien seguir tocando le causará demasiado dolor, si bien quizá no termine la carrera... No importa, pues mientras pueda tocar aunque sea un poco, seguirá dedicándose al arte.

A diferencia de la gran mayoría de postulantes, River tiene la habilidad de conmover hasta la fibra más dura de la persona menos interesada... o del ser más frío de ese auditorio. Cada negra, blanca, corchea o semicorchea, tiene un significado especial para ella, puesto que a partir de ahora nunca sabrá cuándo será su última vez con aquel amigo que creyó la acompañaría toda la vida. No obstante, a pesar de su temor a errar, no pierde el ritmo, lo cual asombra a uno de los siervos del Miedo que se deja cautivar por la jovencita que cierra los ojos adentrándose en su propio mundo, entreabriendo los labios como si cantara, moviendo la cabeza causando que sus ondulados cabellos dancen al ritmo de la sinfonía y disfrutando cada nota como si no hubiera un mañana. Está frunciendo el ceño y el sudor perla su frente, sus mejillas tienen una pincelada rosa y parece a punto de sucumbir al llanto; sin embargo, hace fluir la melodía con la misma naturalidad que el agua de una cascada o el viento entre las palmeras, como si estas fueran las letras de una canción perfecta.

Las yemas le escocen e incluso siente que se han vuelto pegajosas, pero no se detiene ni vacila. Es en los segundos finales que se percata del hilito de sangre que corre por sus dedos y han dejado rastro en el blanco de la madera. Suspira hondo y gira su cuerpo hacia un público que permanece en silencio. Se levanta tambaleante, hace una inclinación con la cabeza y justo cuando se propone salir en silencio hacia el lavabo, los vítores la sobresaltan. Sus claros iris se posan sobre esa oscura figura cuya sonrisa se ha apagado. Toda amenaza se ha ido y tiene sus razones. Clarisse lo logró, venció sus temores y por lo tanto, lo venció a él. Para buena suerte suya, hay otras víctimas que tomar en el mundo, ella no es la única y no todos logran ganarle.    



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