Creepypasta: Cacería

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Mi familia tiene una clásica tradición, común en las familias acomodadas de mi país, que es ir de cacería cuando un individuo varón del grupo cumple los trece años de edad. Me venían llenado la cabeza desde mis ocho años con este violento ritual, el cual siempre detesté, desde que tengo memoria. Bueno, en realidad desde que acudí junto con mis padres y mi hermano mayor a la ceremonia realizada en honor a mi primo, que cumplía, obviamente, trece. Eso fue hace cuatro años, y la verdad que fue una experiencia desagradable para mí, ver como mataban a liebres, zorros y otros indefensos e inocentes animales. Hoy, tengo trece años, y mis padres ya están planeando la tradicional cacería, para que se realice como mucho en un mes. Siento una combinación de temor y pena, porque no me animo a disparar un arma y porque no quiero matar a esos animales, que no hicieron nada para ganarse su muerte de esta forma. Pero tampoco quiero decepcionar a mi familia, porque si me opongo a este rito, el enfado de mis padres sería tan grande que a lo mejor no me lo perdonarían, hasta me desheredarían. Encima mi reputación entre las familias acomodadas de mi ciudad caería en picada.

El tiempo pasó, y llegó el día que debía cumplir con mis deberes. Mi padre había preparado todo el equipaje la noche anterior; tomó algunas armas de su colección, balas y otras municiones, algunos desagradables atuendos de pieles (que para mí aun conservan cierto olor animal), carnadas y señuelos para atraer a los animales, y otros artilugios, los cuales desconocía, y menos aun su uso. Mi madre estaba exaltada y alegre. Mientras ella me besaba y abrazaba, yo intentaba rechazarla suavemente, no me gustaba en absoluto que me festeje lo que iba a realizar. Cuando mi padre dio la orden, nos subimos todos (mis padres, mi hermano mayor y yo) al auto. Salimos poco después del alba, y tomamos rumbo directo a un bosque que estaba a no más de treinta kilómetros de la ciudad. Un horrible clima dominaba los cielos; nubes muy grises, tan grises que casi parecía de noche.

Al llegar, mis tíos, primos y abuelos estaban esperando para darme la bienvenida. Todos tenían en sus manos diferentes regalos, que me los regalaron a medida que saludaba a cada uno de ellos. Eran objetos particulares y que estaban relacionados con la caza; brújulas, collares de dientes, cueros, etc. El ambiente y la situación cada vez me repulsaban más, pero yo mantenía mi sonrisa de oreja a oreja siempre. Cuando la bienvenida terminó, mi padre anunció el comienzo de la cacería.

Él, mi hermano y yo, dotados de todo lo necesario, comenzamos nuestro camino por un sendero angosto, que era como la puerta al bosque abierto. Una vez allí dentro, era toda espesura de plantas y niebla, además del cielo gris que ya mencioné antes. Mi padre me dijo que lo ideal sería que yo cazara un zorro, para realizar correctamente mi ceremonia. La búsqueda de una animal diferente a una libre se hacía difícil. Al cabo de una hora, todo lo que habíamos visto había sido matado por mi hermano, que gozaba de gran puntería, imposible lo contrario ya que era excesivo el fanatismo que tenía por este "deporte". Mi padre se desesperaba, no veía la hora de toparse un zorro. Tenía tantas ansias que si veía uno lo mataba él, en vez de dejármelo a mí para yo lo cace. El tiempo pasaba aun más, y el bosque se volvía más oscuro y más tupido a medida que caminábamos. Terminamos alejándonos mucho del punto de partida, más de lo esperado. Nos detuvimos un minuto, y sí, evidentemente estábamos perdidos, al menos por ubicación visual. Disponíamos de brújulas y demás, pero este lugar mi padre no lo conocía. De repente, mientras mirábamos un mapa, sentados en la hierba, escuchamos unos movimientos bruscos a unos metros de nosotros. Esos sonidos no podían ser provocados por un animal pequeño. Tal vez era al fin el zorro que deseábamos para mí (yo también lo deseaba, quería de una vez por todas terminar esto). Intentamos acercarnos lentamente, para no ahuyentar al animal, pero cuando estuvimos a corta distancia, vimos nuevos movimientos, más lejanos que los anteriores. Optamos por correr y tratar de alcanzarlo. Nos desplazamos fugazmente entre la maleza, pero tras algunos segundos, perdimos rastro del animal, sin éxito alguno. De repente, cuando estábamos por sentarnos a descansar, de entre los árboles, salió inesperadamente una flecha que impactó violentamente a mi hermano en su clavícula. Inexplicable el momento. Mi hermano se tiró instantáneamente al suelo, de espaldas. Mientras mi padre miraba sorprendido, se podía notar como sus venas del rostro se empezaban a hinchar y a acumular sangre y furia. Yo no salía del asombro y del susto. Ni siquiera nos fijamos cómo ni de dónde había llegado el proyectil, pusimos nuestra máxima atención en el herido, que gritaba y sollozaba del dolor. Estaba estable, pero tras casi un minuto, desmayó. Mi padre sostenía la cara de mi hermano con su mano, mirando a sus ojos, viendo como se cerraban lentamente. Cuando se cerraron por completo, mi padre clavó sus ojos en los míos, y me aterró tanto al ver una expresión irreconocible, jamás vista en él, una combinación de odio y temor. Me dijo:

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