Calles vacías. Tumulto en la plaza. Yo, de pie esperando a que comenzara el evento social que todo el mundo esperaba. Cuervos se posan en los topes de las murallas.
De un momento a otro, aparece un carro conducido por dos caballos negros. Guardias aparecen para conducir a aquel chaval que sale de la parte de atrás del carro con la cabeza tapada de una tela negra y bien atada a su cuello con una cuerda, con las manos también atadas y con una camisa con mugre. Griteríos despectivos del populacho se alzan sobre él. ¿Qué había hecho? Ni siquiera ellos lo saben. El pueblo está sediento de sangre y no le importa la manera de la que la sacie.
Los pasos temblorosos del chaval demuestran su temor. Llega a su destino "acompañado", por decirlo así, de los guardias.
Aparece el alcalde de turno. Se hace el silencio. Toda la plaza está espectante a sus palabras.
Después de un corto discurso, se retira para observar el espectáculo. Llega el momento que todos ansían. Un hombre vestido totalmente de negro y con la cabeza tapada se acerca lentamente con su herramienta de trabajo. Se coloca cerca del chaval, al cual quitan la tela que llevaba, mostrando su rostro joven. Pese a su temor, este no suelta una mísera palabra, y se resigna a hacer lo que los guardias le dicen.
El hombre recosta su herramienta en el suelo, y se predispone a seguir el sonido de las trompetas, que auguran el comienzo de su trabajo. Los guardias hacen lo debido, y suena la pequeña melodía con la que se estremece toda la plaza.
En este momento se produce un eclipse total. Se oyen suspiros de emoción, y repentinamente vuelve a salir el sol.
Los cuervos alzan su vuelo.