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Despegué por unos momentos los ojos de la pantalla del ordenador y miré hacia la ventana sin poder evitar suspirar. Al parecer, un día más, el clima me iba a hacer regresar del trabajo a casa refugiado bajo mi maletín. Sí, un día más.

En la ciudad que actualmente resido no es raro ser testigo de fenómenos meteorológicos que no se darían normalmente en la época del año en la que te encuentras, como por ejemplo, el calor veraniego de marzo que te hace recuperar las camisetas de manga corta de la parte trasera del armario, aunque no está de más tener a buen recaudo alguna que otra chaqueta, por si acaso, pues nunca sabes lo que va a pasar con el tiempo aquí, en esta ciudad llamada Norwood.

Tras aquel descanso que me había tomado para divagar acerca del tiempo, volví la mente y la vista hacia mi puesto de trabajo. Levanté la manga de mi camisa para mirar el reloj, que indicaba que aún eran las 17:06. Me quedaban aproximadamente dos horas de papeleo, ordenador y todo tipo de trabajos que se os ocurran que pueden suceder dentro del contexto de una oficina. Una ardua tarea que yo realizaba con gusto por el simple hecho de lo bien pagada que estaba el realizarla. No dudé ni un segundo más, y posé mis dedos sobre el teclado para retomar el trabajo.

Permanecí aquellos últimos segundos atento de las agujas del reloj, hasta que por fin aquel instrumento de pulsera marcó las 19:00, la hora de terminar el trabajo. Uf. Un día más, agradecí a todas las divinidades cristianas y egipcias, griegas y romanas por haber finalizado otra jornada laboral. Después de haber apagado el ordenador, recogido mis cosas, ordenar mi puesto de trabajo y haberme despedido del jefe (por supuesto) descendí las escaleras hasta la calle. Lo malo de trabajar en lo alto de un bloque de oficinas con varias personas es que como no cojas sitio en el ascensor, te toca bajar por las escaleras. "Así hago ejercicio" es la excusa que saco para intentar no darle importancia a aquel acto, pero la verdad, bajar 10 pisos de un golpe cada día no es sano, sobretodo para las piernas, a las que usualmente les toca sufrir de agujetas.

Al llegar abajo, tenía la esperanza de que la lluvia hubiese cesado, pero un vistazo por la puerta de cristal bastó para despejarme de toda duda. Seguía lloviendo, y podía afirmar con toda seguridad que incluso con más fuerza que la última vez que ví aquellas gotas de agua caer. Volví a suspirar, pues como no había traído paraguas, me tenía que guardar bajo aquel maletín de tela. Y ya no era la primera vez. Anticipando la salida, me coloqué este en la cabeza, mientras con la otra mano agarraba el asa de la puerta dispuesto a abrirla, pero ambas acciones se vieron interrumpidas cuando una voz procedente de mis espaldas me hizo detenerme en aquello que estaba haciendo.

-Hey. ¿Necesitas ayuda?

Tenía razones más que suficientes para darme por aludido ante aquel comentario, pues solo había que examinar mi penosa situación. Aún así me giré, solo para comprobar que se refería a mí, pues pensaba que podría existir la posibilidad de que hubiese alguien más en el vestíbulo. Sin embargo, me percaté de que no era así. Únicamente pude observar que la figura de un hombre de pelo negro y corto, bigotillo y barba de 4 días me miraba fijamente, sujetando un paraguas en la mano. No se por qué, pero estaba seguro que ese hombre era la persona que había dicho aquellas palabras. Portaba aquel traje y sostenía aquel paraguas como si de un caballero de armadura y espada se tratase, pero fue la ridícula sonrisa de lado en su cara la que me hizo regresar de la Edad Media a la realidad. A una realidad en la que no sabía como reaccionar ante un ofrecimiento de ayuda de un desconocido.

-¿E-Eh?

Había entendido a la perfección sus palabras, pero ese "eh" fue todo lo que pude pronunciar en aquel momento, pues mi tímida y reservada personalidad me impedía saber como reaccionar ante aquel comentario, ya que por su culpa apenas me solía relacionar con la gente. Al fin y al cabo, un "eh" era mejor que no decir nada y servía para salir del paso, o eso creo. Pero mi cruel y despiadada mente me hizo pensar. Pensar y temer que quizás el contrario ahora me tomase por alguien raro debido a mi respuesta, por el simple echo de su significado: el no entender unas simples palabras que ofrecían ayuda.

Sin embargo, al comprobar de nuevo su cara, descubrí que no era así. Su media sonrisa seguía ahí, y podía afirmar con total seguridad que era incluso más amplia y ridícula que antes. Antes de poder darme cuenta, el contrario se acercó a mí, preparado para abrir el paraguas, como si ya supiese de antemano que yo iba a responder afirmativamente a su anterior pregunta. No había que pensar mucho para poder adivinar la respuesta de una persona que se encuentra en las mismas condiciones que yo: Rechazar resguardarme bajo aquel paraguas con el extraño, y correr con el maletín en la cabeza hasta mi casa, sin poder evitar mojarme, lo que me obligaría a ingeniármelas para tener el uniforme seco para mañana a primera hora, o aceptar y así ahorrarme lo que me pudiese ocurrir en la otra opción.  

Aún así... ¿Que creéis que hice?




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⏰ Última actualización: Dec 18, 2015 ⏰

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