Noche en el Bosque [corrigiendo]

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Las ramas de los árboles, que aún no habían cedido ante la gravedad, danzaban en siniestra coreografía orquestada por el viento. Sus sombras, proyectadas sobre la tierra y las rocas, simulaban las alargadas garras de la muerte, acercándose cada vez más como intentando alcanzar a un hombre que corría poseido por el miedo y la desesperación. Su respiración agitada era la forma en la que el cuerpo le avisaba que era necesario un descanso. Pero no importaba lo fuerte que necesitaba para inhalar y lo fácil que parecía exhalar (perdiendo más aire de lo que recogía), su corazón parecía encogerse con cada latido, esforzándose por impulsar sangre, que no parecía llegar a todo su cuerpo. Sus piernas resultaban las más perjudicadas.

Su afán de seguir en movimiento era tal que no le importó tropezar con una raíz, cayendo abruptamente. Él siguió moviéndose, gateando. Sin embargo, no se percató que pequeñas piedras, ramas e incluso insectos lastimaban sus ennegrecidas manos y sus rodillas, las cuales empezaban a notarse entre las rasgaduras de la tela de sus pantalones.

Olvidándose del dolor, o mejor dicho aguantando todo lo que pudo, llegó hasta un gran árbol, el cual le sirvió de escondite temporal. El tronco de aquel árbol se erguía imponente a pesar de la penumbra nocturna de aquel bosque. Sus ramas más altas apenas se alcanzaban a ver debido a su altura y su tronco, de gruesa corteza oscura, era hueco, o al menos tenía una grieta o abertura en un lado. Esa abertura era lo suficientemente amplia como para que el cansado hombre pudiera entrar sentado y descansar, al menos unos minutos.

Una vez dentro quiso acurrucarse pero sus piernas estaban tan casadas que tenerlas flexionadas le provocaban calambres así que tuvo que abandonar esa idea. Al final pudo acomodarse con las piernas estiradas y el hombre volvió a sentir su cuerpo. Sus oídos podían captar el sonido de su propia sangre recorrer sus venas y arterias; sentía como los músculos de sus piernas palpitaban, recriminando el brutal esfuerzo al que fueron obligados hasta hacía pocos minutos. Lentamente su respiración fue normalizándose, no del todo pues esa sensación de estar siendo observado se mantenía latente, pero lo suficiente para dejarse llevar por el cansancio y el sueño.

Cuando sea grande, me casaré con papá. —Se escuchó la inocente voz de una pequeña niña de bellos ojos azules.

Mi amor, tú te casarás con el hombre de quien te enamores cuando seas mayor. Un hombre bueno, guapo e inteligente. —Le respondió una mujer quien se acercó y la cargo, dándole un beso en la mejilla mientras sonreía.

Pero mami, yo amo mucho a papi.

¡Crack!

Aquel crujido hizo que el hombre despertara con un sobresalto. Abrió los ojos muy grandes e intentó distinguir algo entre las sombras pero su búsqueda no dio resultado alguno. Su respiración comenzó a agitarse por ese natural temor a lo desconocido, aumentado porque él sabía que se escondía, su desconocimiento se basaba en lo que eso era capaz de hacer.

¡Crack! ¡Crack!

Ahí estaba de nuevo, esta vez fueron dos crujidos y se oyeron un poquito más fuertes. Lo estaba buscando, se estaba acercando. El hombre se encogió dentro de su escondite, abrazó sus piernas en un impulso a riesgo de sufrir algún calambre.  En un instante, olvidó los últimos quince o dieciocho años en los que había negado la existencia de una divinidad y comenzó a rezar. Rezó toda oración que no había olvidado con la intensión de ser protegido, de ser encontrado y rogó que, si era necesario, ningún calambre le impida escapar.

¡Crack! ¡Crack! ¡Crack! ¡Crack!

Cada sonido era más fuerte que el anterior, en cualquier momento podría saltar frente a él y terminar esa persecución. El perseguido sudaba frío, la piel apergaminada de su rostro parecía tensarse y sus manos, entrelazadas en posición de oración, se separaron como dos jóvenes enamorados cuando son encontrados, por sus padres, dándose un beso inocente.

Noche en el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora