PRESENTACIÓN

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Fue hace ya varios años, durante una visita del poeta Marco Antonio Campos a casa, que el


tema de la correspondencia de Jaime surgió por primera vez como un asunto editorial. Marco


Antonio preguntó si habría mantenido un intercambio de cartas con algún escritor y Jaime


respondió que si acaso un par, y que no conservaba ninguna por obvias razones, pero de las que


había en cantidad eran aquellas que había escrito para mí. Jaime entonces me pidió que le diera


algunas, y yo, a regañadientes, accedí. Entonces escogió dos o tres para darlas. a Marco Antonio a


fin de publicarlas, a lo que me negué con firmeza. Las cartas eran mías, no de Jaime, y sería yo


quien decidiría sobre ellas. Él entendió y ya no insistió más.


Jaime y yo nos conocimos desde muy pequeños. Entre nuestras familias existían viejos lazos de


parentesco y amistad. Su madre y mi abuela materna eran primas en segundo grado, y mi padre


fue testigo de la boda de tío Julio y tía Luz. Ellos, a su vez, hicieron el papel de tutores de mi


papá, Luis, quien fue huérfano desde muy chico, en el importante acto de pedir la mano de mi


mamá, Esther. El primer recuerdo consciente que teníamos de nosotros, sin embargo, sucede a


la edad de diez y once años. Jaime decía que pensó de mí que era una güereja entrometida. Yo


pensé de él que era un niño grosero y orgulloso.


Años después, de estudiantes en la preparatoria, tuvimos un primer noviazgo, que no duró más


allá de unos meses. Ya en la ciudad de México, como universitarios, él en la Facultad de


Medicina y yo en Odontología, fue que verdaderamente nos unimos. De eso tratan estas cartas,


del inicio y progreso de nuestra relación, de nuestras inquietudes, del poeta que empieza a


publicar su trabajo, de la vida de entonces narrada por Jaime.


La mayor parte de este intercambio se dio durante la ausencia de alguno de los dos, ya fuese que


Jaime estuviera en Tuxtla y yo en México, o al revés, yo en Tuxtla y él en México. Las razones para


estas separaciones abundaban: uno de los dos tenía exámenes y no iba de vacaciones, o se


enfermaba y no podía viajar, o cambiaba de carrera, como Jaime, que pasó a la Facultad de


Filosofía y Letras después de casi tres años de Medicina. A veces también faltaba el dinero o un


problema familiar no nos dejaba compartir la vida en donde estuviésemos. Eran estas cartas lo que

nos unía en la distancia.


Conservo muchas, muchas cartas de Jaime. Durante sus viajes, desde donde estuviera, Cuba o


Brasil, Santiago o Montevideo, Pekín o Sofía, yo siempre encontraba algo en el buzón. También
recados, mensajes muy breves y simpáticos que dejaba en mi buró o en la mesa de la cocina.


Cuando nuestra economía lo permitió, me hablaba por teléfono diariamente, por la mañana o al


anochecer, desde Rotterdam o Madrid, Monterrey o Jalapa. Ahora que hago cuentas, siete años de


noviazgo, cuarentaiséis de matrimonio, desde bebés casi, pasamos toda la vida juntos hasta su


muerte.


Quiero agradecer a los editores por su interés y su apoyo para publicar estos viejos papeles. A


Bárbara Jacobs por su hermosa presentación, y a Carlos Monsiváis por su constante


generosidad.


Publico estas cartas porque estoy segura de que no traiciono a Jaime, ya que fue él quien


primero las vio publicables. Porque deseo compartirlas con los lectores de Jaime Sabines, que

vean una faceta poco conocida de él, y que sirvan para, comprobar que Jaime el poeta y Jaime


el hombre son en realidad la misma persona, el mismo hombre. El hombre que amé y que

extraño tanto.


Josefa Rodríguez viuda de Sabines, Chepita

Los Amorosos "Cartas A Chepita"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora