Capítulo 3

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—¿Dónde está? No puedo creer que esto esté sucediendo —dijo Matt caminando de un lado para otro en la sala de su casa.

—Tranquilízate, hijo —pidió Maura—. Verás que en menos de nada regresa.

El hombre dudó seriamente que lo que decía su madre fuera verdad.

Lo cierto era que su esposa se había marchado de la casa el día anterior. Matt había llegado en la noche para encontrar que Cristina no estaba y que el lugar había una nota sobre la cama.

Matt,

No puedo seguir así.

No es justo. Esta imposibilidad de tener hijos solo terminará por destruirnos a los dos.

Lo mejor que podemos hacer es divorciarnos. Dentro de un tiempo tendrás noticias de mi abogado.

Adiós.

—No entiendo por qué —dijo el hombre nuevamente, arrugando la nota entre sus manos mientras se sentaba en uno de los sofás—. Yo... jamás creí que ese asunto la estuviera afectando tanto.

Unos días atrás, la noche de la recepción en la empresa, Cristina le había dicho que ese mes tampoco había quedado embarazada. Como siempre, estaba muy afligida y él se había dado a la tarea de mimarla para consolarla.

—Mi amor —había dicho él—, no te aflijas, llegarán tarde o temprano. Y si no llegan, puedo tenerte para mí solo.

Después la había besado y se habían ido a dormir. Los días siguientes no se volvió a tocar el tema.

Por eso por su mente no había pasado el grado de tristeza que experimentaba su mujer por aquello.

—Ella siempre se duele cuando tiene la confirmación de que no espera un hijo. Yo trato de consolarla, y en apariencia la aflicción desaparece en un par de días. No creí que esta vez el dolor la obligara a reaccionar de esa manera —dijo Maura.

—Yo tampoco... aunque la noté callada y retraída, no pensé que fuera eso, ni mucho menos que estuviera pensando en hacer algo como abandonarme. ¿Acaso es tan insoportable para ella el que yo no pueda procrear? ¿Su amor por mí es tan pequeño que no puede soportar el que no le dé hijos? El médico dijo que no había nada malo conmigo, que era solo cuestión de tiempo. Pero...

—No, hijo, no te culpes... —aconsejó Maura sentándose junto a él y poniendo una mano sobre su hombro—. Ya verás que es una simple depresión, que en cualquier momento regresa, o se comunica con nosotros.

—Dejó de amarme mamá. De alguna manera volvió a apartarme...

Desde la noche anterior la idea no había dejado de rondar la cabeza de Matt. Cristina lo culpaba por la falta de hijos. Y eso la había llevado a terminar con el amor que ella había sentido por él. Así, la convivencia para ella se había convertido en una tortura, y por eso lo había abandonado.

—¿Cómo dices eso? Ella te ama.

—Si me amara, no me habría abandonado. Entre los dos habríamos buscado una solución. Aunque la notaba triste cada vez que me daba la noticia de que no había logrado concebir, su pesadumbre no había durado más de dos días y nunca se había convertido en algo que pusiera una barrera entre nosotros.

Su esposa jamás había dado señas de no amarlo. Más bien todo lo contrario. Siempre era cariñosa, solícita y tierna con él. Sus besos, sus caricias y su pasión jamás habían disminuido. ¿Cómo podría haber adivinado que el amor se había acabado y que ella planeaba abandonarlo?

—No Matt, te equivocas...

En aquel momento, entró Francisco, el padre de Cristina e impidió que Maura siguiera hablando.

—Ya me comuniqué con todas sus amigas, incluso con las que no tiene contacto desde hace mucho tiempo, y ninguna sabe nada. Tampoco los empleados de los restaurantes, ni los proveedores, ni los conocidos, ni nadie.

Matt miró a su suegro con algo de desconsuelo.

—Necesito que me repitas una vez más, qué te dijo en su llamada.

El día anterior, en la tarde, Cristina había llamado a su padre y le había pedido el favor de encargarse de la cadena de restaurantes, propiedad de Francisco, que eran manejados por Cristina desde hacía diez años. No le había dado mayores explicaciones, salvo que se encontraba cansada y que quería alejarse de todo durante unos meses. Le había dicho que no se preocupara por ella. En ningún momento había mencionado su intención de abandonar a Matt, y por la mente de Francisco no pasó aquella idea.

—Es que no puede ser posible —añadió Matt al escuchar el relato de Francisco una vez más.

—Lo peor es que la policía no admite una denuncia pues fue ella quien voluntariamente abandonó la casa —dijo Francisco—. No tenemos mayores herramientas para buscarla.

—Yo no me voy a detener. Voy a buscarla hasta el fin del mundo si es necesario. Sea como sea o me demore el tiempo que sea, la voy a encontrar —dijo Matt.

—¿Y si le das espacio? —propuso Francisco—. Es evidente que Cristina se siente muy mal. Quizás necesita tiempo a solas para pensar. Cuando se sienta lista regresará.

—En esta nota ella habla de divorcio —dijo Matt agitando el trozo de papel—. Y no lo voy a permitir.

Matt salió del lugar visiblemente afectado. Francisco y Maura guardaron silencio un rato, perplejos y a la vez asustados.

—Jamás pensé que Cristina pudiera hacer algo así —dijo Maura.

—Ni yo. La verdad es que desconozco a mi propia hija. Desde aquel terrible incidente en la adolescencia, se había portado bastante bien. Nunca la creí capaz de abandonar a Matt.

—¿Acaso crees que lo abandonó en un acto de rebeldía?

—¿Por qué si no? Matt piensa incluso que dejó de amarlo.

—¡Tonterías! —dijo Maura—. Ella se siente culpable por no poder darle un hijo al hombre que ama.

—¿Lo crees así?

—Estoy segura. Pero Matt no entiende razón. De alguna manera lo comprendo, está nervioso, asustado. Espero que Cristina se comunique pronto para tratar de persuadirla a que regrese.

—Espero lo mismo, porque yo también estoy muy intranquilo. Mi pobre hija, en sabrá Dios dónde... Solo espero que no le pase nada malo.

Maura sintió que un escalofrío la recorría. Ella también deseaba lo mismo. Cristina no estaba en condiciones para estar fuera de casa. Rogó en silencio al cielo para qué todo aquello tuviera un buen desenlace.


Volverás a Amarme en NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora