Un profundo sentimiento de desdicha se apoderó de ella. Sentía impotencia, miedo, desgracia, frustración. En su mente cabían ideas incluso suicidas, una guerra mental con armas ausentes tomaba control absoluto sobre su ser. Internamente, destrozada.
Para nada sencillo. Alejado de lo dichoso. Un sentimiento agrio, cortante, hiriente, tan amargo y desolador. Tan desbordante. Un acto tan ruín. Una lágrima. Y una rotura. Una llaga. Directa al corazón.
Desbordada. ¿Y ahora, qué? Para una menor, no parecía existir esa salida de emergencia. Esa luz de salvación, ese haz de eseperanza. Ahora, extintinción.
Culpa. Quizá hubiese hecho algo mal. Quizá no hubiese hecho algo bien. Quizá nunca hubiese querido darse cuenta. Quizá, pese a todo, el caos residía allí, mas sus ojos permanecían cerrados. ¿Qué podía hacer ella para ayudar? Nada. Absolutamente nada.
Quiso correr. Ir lejos. Lo que sus condiciones permitiesen. Y no regresar. Jamás. Mas, ¿hacia dónde?
Todo lo que ella conocía y por lo que había luchado, permanecía en ese lugar.No conocía un mundo más allá. No existían opciones alternativas. Experimentó, pues, un sentimiento de reclusión. Cadenas invisibles apresándola junto a aquella oscura situación.
Increíble como un estado de ánimo puede variar de esa manera.
La curiosidad mató al gato.
Ella no debió haberse acercado.
No debió escuchar.Y se echó al suelo.
Y lloró.