Capítulo 1

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Capítulo 1.
REN

La calle era demasiado larga, y Ren casi se llevaba a una señora con él en su frenética carrera.
Podía escuchar las botas de los soldados de la Legión repiquetear contra el suelo de piedra, por más abarrotada estuviera la Calle del Mercado. El sonido atravesaba todas las risas, pláticas, canticos, gritos, todo, y llegaba hasta sus oídos claramente. Parecían burlarse de Ren como diciéndole ¿Puedes escucharnos? Estamos cerca. Casi te tenemos.
Ren apretujó más la Roca contra su pecho y no dejó de correr. La calle era demasiado larga.
El sudor le escurría por la cara. Hacía demasiado calor aunque ya estuviera anocheciendo. Las sombras de las personas y los puestos a los lados de la Calle comenzando a rodearlo y a desaparecer.
Ren creyó que podría convertir a la oscuridad en su aliada, escabullirse entre la gente y por fin escapar de los soldados. Pero apenas un poco de esperanza se alojó en su pecho, en el justo momento en el que los rayos de sol faltantes se escondían detrás de los altos edificios, las luces fosforescentes azules del Mercado se encendieron de golpe y lo enceguecieron por un momento.
Eran demasiado brillantes, pero Ren no dejó de correr. Casi tira un puesto de Tabletz y le volcó el carrito lleno de almohadillas y latas a alguien. Comenzó a recuperar la vista, unas manchas blancas apareciendo en sus parpados cerrados, pero no aminoró el paso.
¿Puedes escucharnos? Ya casi te tenemos.
¿Por qué la maldita Calle del Mercado era tan larga? Joder.
Ren sabía que esto no debería haber pasado así. Para esos momentos, él ya debería haberle entregado a su cliente el paquete (esa maldita piedra...), pero ahí estaba, huyendo por su vida.
No entendía cómo es que el plan había fallado. Lo tenía todo tan bien calculado, como siempre, cada cosa revisada. Era simple como entrar al Museo más importante del país, robarse una Roca del tamaño de su cabeza (que cabe recalcar es una reliquia y un objeto de estudio de Mutaciones), y luego salir y entregársela a su cliente a dos calles del Museo. Simple.
Simple (Que Ren creía haber hecho cosas peores y más peligrosas que robarse una gran piedra).
Y esa confianza fue la que evitó que se viera y aprendiera más de cinco calles alrededor del Museo. Ya saben, para rutas de escape por si esto ocurría.
El plan había resultado a la perfección (Ren mentiría si dijera que no se enorgullecía por ese hecho), hasta que había intentado salir. Y es que encontrarse Soldados de la Legión esperándolo fuera del Museo no entraba en ninguna parte del plan.
Su cliente lo esperaría dos calles al Este del museo, y Ren había salido corriendo hacia el Sur. Desde entonces habían pasado veinte minutos de carrera y unas cinco avenidas al Oeste, cada vez alejándose más de su destino. Lo peor del asunto era que la Calle del Mercado era la que se encontraba a las afueras, por lo que no había mucho lugar a donde correr más, solo dar la vuelta en la esquina y regresar por la calle continua.
Ren se maldijo por centésima vez en los últimos minutos. Si salía de esa, la próxima vez se aprendería el mapa completo del maldito Distrito.
La calle era jodidamente larga, y llena de gente, y al final del camino. Más allá solo se veían las sobras oscuras y tenebrosas de los arboles al inicio de El Bosque.
No. Me. Jodas, pensó Ren.
Y es que debería estar loco si pensaba por siquiera un segundo en utilizar El Bosque como ruta de escape. Mejor se entregaba directamente a los Soldados, o más fácil, se disparaba en la cabeza.
Ren no llevaba ninguna arma, así que su única alternativa era llegar al final de la Calle dar la vuelta en la esquina a su izquierda y correr o rezar a los Dioses para despistar a los Soldados.
Y es que si las deidades divinas le permitían regresar al punto de encuentro y su cliente ya no se encontraba ahí, la verdad es que sí se pegaba un tiro. (Sí, había cobrado la mitad por adelantado, pero ni eso, ni el total, valían el susto que se estaba llevando).
Además, ¿él para qué querría quedarse con esa Roca?
Y hay que decir que el problema no era que estuvieran persiguiendo a Ren. El problema era que lo perseguían Soldados de la Legión.
A lo largo de los años, se había enfrentado a las Fuerzas Policiacas de casi todos los Distritos del País (por algo era reconocido como el Ladrón más buscado de Xaindariee). Pero nadie realmente se enfrentaba directamente a los Soldados, porque era casi seguro que ibas a perder. Ellos estaban entrenados para matar Mutaciones. El perseguir a una escoria ladronzuela era casi como juego de niños para ellos. Además, tenían ese equipo transportador...
Lo que hizo pensar a Ren sobre por qué no lo habían utilizado contra él todavía.
Las botas seguían escuchándose, como cuando necesitas silencio y por más quieto esté todo, tú no puedes dejar escuchar cada pequeño ruido proveniente de un lugar específico. Y ya que a Ren solo estaba interesado en los Soldados, era lo único que podía llegar a escuchar con claridad.
Eso, y el frenético golpeteo de su corazón.
Demasiado calor, demasiado sudor, demasiada carrera, demasiada calle.
— ¡No dejen que llegue al final!
Ren no estaba seguro de cuántos Soldados lo perseguían, pero no recuerda haber visto nunca a grupos de menos de cinco.
Estaba a punto de llegar (por fin) al final del camino. Había menos aglomeración de personas cada que se acercaba más al borde. A la gente siempre les ponía nerviosa el acercarse a los puntos donde el Distrito terminaba y se alzaba la pequeña valla de piedra, porque más allá solo había terracería y El Bosque.
El nuevo plan de Ren era dar la vuelta en la siguiente Avenida, y de ahí correr a la siguiente calle, metiéndose entre los edificios. Esperaba que la calle continua no estuviera tan iluminada como esa.
Las piernas le dolían horrible, y los brazos por cargar la dichosa Roca (que era más pesada de lo que se veía). Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, y que se moriría ahí mismo. Pero apenas diera la vuelta en la esquina, Ren iba a correr más rápido, mucho más rápido de lo que lo había hecho en toda su vida, e iba a escapar.
Sí. Ren escaparía. No iba a pasar su vida en Mikaela y no soltaría la Roca. No. La Roca era suya ahora.
Sus propios pensamientos descolocaron a Ren (¿Suya?), pero entonces el final de la Calle estaba a menos de diez metros y ya no quiso pensar en nada más.
Escuchó que los Soldados gritaban algo más, pero Ren ya no les hizo caso. El final a 5 metros. A 2 metros...
Ren cruzó el último espacio de un salto y giró bruscamente hacia la izquierda, corriendo bajo la sombra lateral del edificio.
Por un momento, Ren quedó cubierto de oscuridad, corriendo por un punto en el que las luces de las farolas no llegaban, y El Bosque a varios metros del otro lado.
Al llegar a la otra calle, Ren pudo ver que de hecho no estaba tan iluminada como el Mercado, solo constituida de más edificios altos de ladrillos y algunos locales con mesas al aire libre. No paró de correr.
Pero entonces cuando más se adentraba en la calle, Ren se dio cuenta que al final de ésta, como espectros con siluetas difuminadas en la tenue luz, había dos Soldados de pie bajo una farola de luz amarilla.
El corazón se le cayó hasta el estómago.
Ren disminuyó el paso, pero no se detuvo. Había comenzado a idear un plan en el cual podría escabullirse de regreso a la Calle del Mercado e intentar volver a perderse entre la multitud, pero las botas volvieron a resonar esta vez a sus espaldas.
Como si fuera eso una señal, los Soldados bajo la farola comenzaron a caminar en su dirección. Aunque Ren no pudiera ver sus rostros, tenía la certeza de que ambos estaban sonriendo. Dejó de correr por fin y abrazó la roca más fuerte contra su pecho.
Lo tenían acorralado.
La calle estaba demasiado silenciosa, y Ren ya no tenía que prestar extrema atención para escuchar las botas chocar contra el suelo de piedra, en un caminar demasiado relajado.
¿Puedes escucharnos? Ya te tenemos.
Ren suspiró y cerró los ojos. Temblaba ligeramente, no muy seguro de si era por la rabia o por el miedo.
¿De qué mierdas están hechas esas botas? ¿De huesos?
Tenía que pensar en otro plan. Rápido. Entonces recordó los callejones.
Entre calles, había callejones dividiendo los edificios. Algunos al atravesarlos te llevaban directo a la calle contraria, como una forma fácil de cortar camino, y otros... bueno, eran simples callejones reales sin salida.
Había visto y aprendido sobre los callejones al elaborar sus rutas de escape, no solo de ese Distrito, sino en todos los que había trabajado antes. Pero claro, Ren estaba muy lejos del lugar donde se había aprendido las calles y no tenía idea si en ese preciso lugar había callejones.
Tendría que arriesgarse a probar. Después de todo, era su última alternativa.
Miró a ambos lados de la calle, a las filas de edificios que se alzaban ahí. Los Soldados estaban tomándose su tiempo, disfrutando del pánico que ocasionaban en Ren, sabiendo que no tenía escapatoria. Pero eso no era verdad.
Ren vio las entradas de dos callejones, ambos entre edificios a lados contrarios en la calle, y a unos 15 metros de su posición.
Sintió el alivio inundar sus músculos tensos, pero el tiempo seguía corriendo y tenía que apurarse a tomar una decisión.
¿Izquierda o derecha?
Por un momento el corazón de Ren le latió demasiado fuerte en sus oídos, como una advertencia. Sintió una fuerte opresión en el pecho, y el pensamiento de que ésta decisión sería decisiva para algo, otra cosa, cruzó su mente tan fugazmente como lo habría sido un parpadeo.
Derecha.
Sin pensárselo más echó a correr hacía el callejón a su derecha.
Parecía como si quisiera acercarse corriendo a los dos soldados frente a él, que por la impresión se habían detenido y puesto en posición como esperando que Ren fuera a atacarlos.
Pero en el último instante, Ren giró, adentrándose en el callejón. Solo para encontrarse a punto de estamparse contra una pared de ladrillos.
Un callejón sin salida.
La próxima vez. De todo el maldito Distrito. Lo juraba por los Dioses.
Se había atrapado él solo. Ya no sabía si reír o llorar.
He vivido una buena vida. Nunca he tenido a nadie que me diga que hacer y el departamensucho que compartía con Lia era bastante cómodo. La parte del Distrito N donde vivía no estaba tan repleto de basura como aparentaba, y nunca me hicieron falta clientes los cuales la mitad querían que hiciera algo que pusiera en riesgo mi vida e integridad, o que me acostara con ellos. He vivido una buena vida, pensó Ren. No. La verdad es que he tenido una vida de mierda.
El callejón estaba demasiado oscuro, la pared de ladrillo demasiado alta. Ren elevó la vista hasta las ventanas cerradas que se encontraban en las paredes de los edificios a sus lados. Tal vez, si era rápido, pudiera trepar hasta la cornisa de una de ellas y brincar sobre el muro...
Pero entonces, las pisadas (las jodidas pisadas de las jodidas botas hechas de huesos...) se oyeron a sus espaldas, justo a la entrada del callejón.
Ahora sí que se encontraba acorralado.
Ren se dio la vuelta lentamente, con los dedos apretados firmemente alrededor de la superficie lisa de la Roca, y esperó su inminente fin.
Los Soldados, había cinco de ellos (¡Ja!), esperando en el inicio del callejón. Y de verdad sonreían. Todo miradas frías, y mostrando sus dientes. Se notaba que lo estaban disfrutando. Dieron varios pasos lentos hacia Ren, como si fueran Mutaciones y acabaran de acorralar a su presa. Ren no se movió, no les iba a dar la satisfacción de que vieran que estaba entrando en pánico.
—Te tenemos —dijo uno de los Soldados, de cabello corto y oscuro. Es lo que Ren creyó serían sus primeras palabras dirigidas hacia él.
Ren sonrió, o intentó hacerlo. Una de las comisuras de su boca tembló visiblemente.
—Me tienen, claro. ¿No quieren celebrarlo con otra carrera? Los reto a que no pueden ganarme de regreso al Banco.
Los Soldados no se inmutaron, y es que Ren ya no sabía qué decir. Ellos ni siquiera parecían estar un poco cansados por perseguirlo durante tanto tiempo, mientras que Ren aún no lograba regular su respiración y los latidos de su corazón.
Y eso sumándole la adrenalina desprendiéndose por cada uno de sus poros, no estaba seguro de poder conseguirlo pronto.
—No seas insolente, Verultien. Ahora, entréganos la Roca y haz nuestro trabajo más fácil.
No paraban de acercarse y está vez Ren sí reaccionó a las palabras. Dio un paso atrás apretujando más fuerte la Roca y frunciendo el ceño. Los antiguos pensamientos sobre la reliquia regresando, aun sin encontrarles sentido.
No. Es mía ahora.
—¿Para que la quieren, de todos modos? Hasta donde sé, nunca le han encontrado un uso funcional.
Ren se sentía encaprichado por la Roca, como un niño que no quiere prestar sus juguetes. Pero no entendía por qué.
Había sentido algo extraño desde el momento en que la había sacado de su vitrina de exhibición en el Museo, como cierta energía proveniente de ésta. Pero aun así, Ren no tenía idea de para qué servía esa Roca rojiza (nadie lo sabía, de hecho), y mucho menos para qué la querría. Pero solo estaba seguro de que no quería soltarla, no podía dejarla, y que no tenía nada que ver con el hecho de querer conservarla debido a la frustración por los problemas que le estaba ocasionando.
Se preguntaba que si hubiera logrado llegar con su cliente, hubiera sido capaz de entregársela.
—Ese no es el caso —comenzó a decir otro de los Soldados, una mujer, con tono brusco. Todos los soldados tenían un tono brusco— Tendrás que entregárnosla quieras o no. Y parece que planeas que te la quitemos por la fuerza...
En ese momento ya se encontraban a menos de cinco metros de Ren, acercando sus manos para intentar tocarlo, pero él no dejaría que lo hicieran. Así que simplemente actuó por instinto.
Y sin querer realmente hacerlo, Ren gruñó y sus ojos comenzaron a resplandecer de color Rojo.
Mierda, no. No ahora, pensó, dándose cuenta de lo que había hecho.
Intentó ocultar de nuevo su brillo en los ojos, pero fue demasiado tarde. Los Soldados lo habían visto.
Los Soldados definitivamente lo habían visto.
Todos tenían unas expresiones que, de estar en otra situación, habrían hecho a Ren partirse de risa. Tenían la boca entreabierta y los ojos parecían a punto de salírseles de sus cuencas. Vio sus destellos Morados y Dorados, ninguno era Verde (algunas veces los ojos de las Esencias resplandecían cuando tenían emociones fuertes o se olvidaban de controlarlas).
Ren sintió que eso era lo único que le faltaba para joderse la vida completamente.
—Yo...
Eso fue suficiente para sacar de su trance al Soldado de cabello oscuro. Su Esencia era Dorada y aun no la había ocultado.
—¡Tú! ¿Por qué...? ¿Por qué... Rojo...? ¿Por qué tienes Esencia Roja?
—Yo...
Pero entonces Ren escuchó unos verdaderos gruñidos animales a su espalda.
Los Soldados le quitaron la vista de encima y la llevaron a un punto sobre su cabeza detrás de él en el muro. Sus rostros crearon sombras extrañas cuando sus ojos resplandecieron de nuevo.
Con un movimiento perfecto y sincronizado, cado uno sacó sus dos espadas guardadas en el cinturón del uniforme y las alzaron en posición de ataque.
A Ren se le fueron los colores de la cara y el estómago se le alojó en la garganta cuando escuchó otra vez el gruñido. No pudo evitar que sus ojos destellaran de nuevo.
—Verultien... —susurró uno de los Soldados pero Ren ya no prestaba atención.
Se giró muy lentamente, tan lentamente, y cuando por fin estaba de frente a lo que ocasionaba esos horribles sonidos, soltó un grito ahogado.
Un Mutación Enana, como normalmente se les conocían, estaba pegada a la pared de ladrillo, como si estuviera a la mitad de intentar escalarla.
Ren nunca había visto una Mutación de tan cerca. Y era todavía más aterradora de lo que se decía de ellas o de lo que había visto en imágenes.
Su cuerpo era como el de un enorme animal, algo como los lobos, pero más grande (y si es que les llamaban Mutaciones Enanas era porque existían otras mucho más grandes). Su pelaje color tierra se había caído en varios lugares de su cuerpo y se podía ver la rojiza piel resplandeciente sobresaliendo, la enormes garras negras de sus cuatro (¿o seis?) patas clavadas entre los ladrillos, su larga cola lampiña agitándose de un lado para otro lentamente.
Pero Ren no podía apartar la vista de sus fauces y ojos.
La cabeza era demasiado pequeña, pero el hocico era muy largo y cubierto de más piel rojiza. Y sus ojos... dos cuencas sin vida resplandeciendo en un fuerte color rojo.
A Ren se le erizó cada vello del cuerpo al darse cuenta que la Mutación lo estaba mirando. A él.
La Mutación lo estaba viendo fijamente. A él.
—¡Verultien! —gritó de nuevo el Soldado y eso fue suficiente para que Ren lograra moverse de nuevo. Justo a tiempo.
La Mutación dio un saltó directo hacia Ren y éste apenas lo esquivó. Giró hacia su izquierda y del impulso tropezó y cayó de espaldas. Cuando logró incorporarse un poco, posó su vista en la Mutación y luego en los Soldados totalmente horrorizado.
Y entonces, a una velocidad totalmente inhumana, la Mutación giró la cabeza y saltó sobre el primer Soldado, clavándole los dientes en el hombro y las garras en la pierna.
De pronto, había mucha sangre. Demasiada sangre.
Sangre en el suelo de piedra, sangre salpicada en la pared del edificio y en los pantalones de Ren, sangre saliendo disparada por la boca del soldado.
La Mutación olía como azufre y todo lo demás olía a sangre.
Sangre, sangre, sangre.
Ren se sintió mareado, el olor y el miedo lo estaban volviendo loco. Pero logró actuar demasiado rápido.
Tomó una de las espadas que se había deslizado cerca de él cuando el Soldado había caído al suelo, se puso de pie sujetando fuertemente la Roca y corrió tan rápido como pudo hasta la salida del callejón.
No se detuvo o volteó a ver cuando los demás Soldados se abalanzaron sobre su compañero y la Mutación.
La calle fuera estaba demasiado silenciosa en comparación a lo que se escuchaba dentro del callejón (gruñidos, muchos gruñidos y pisadas de botas de hueso). Pero solo por un momento. Porque entonces comenzaron los gritos.
De la Calle del Mercado comenzaron a girar por la esquina montones de gente, todos corriendo desesperados. Algunos se iban hacia la calle continua y otros tantos hacia la calle donde Ren se encontraba. Todos gritaban.
—¡Una Mutación! ¡Una Mutación!
Otra Mutación.
La ola de personas chocó contra Ren y lo tiró al suelo. La espada se le escapó de la mano y fue empujada por los pies de la gente que corría hasta que se perdió de vista. Ren protegió con su cuerpo la Roca, recibiendo golpes y patadas en los brazos y espalda de todo quien pasaba cerca de él, hasta que la ola hubo terminado.
Se incorporó sobre sus rodillas con el cuerpo adolorido, y soltó un gemido. Pero se quedó totalmente quieto y en silencio cuando escuchó a la otra Mutación.
Giró la cabeza hasta el final de la calle, y lo que vio le heló la sangre por completo.
A unos cuantos metros de Ren, asomando su gran, enorme, cabeza por la esquina, se encontraba una Mutación. Una Mutación Rey.
Ren deseó volver a estar dentro del callejón con la Mutación Enana, que si bien era aterradora, no era de proporciones monstruosas como lo era una Mutación Rey.
Estas Mutaciones eran inmensas, realmente gigantescas. Algunas llegaban a medir más de diez metros de altura y veinte metros de largo. La que encontraba ahí era de unos siete metros, con la piel totalmente al descubierto y rojiza con apariencia pegajosa y sucia.
Sus patas eran tan gruesas como troncos de árbol y duras como piedras. Su lomo se arqueaba hacia arriba, y alrededor de la piel del estómago se veían unos bulbos sobresalientes como abscesos a punto de estallar.
Eran simplemente repulsivas.
También, del lomó le sobresalían algo parecido a tentáculos cortos que se enroscaban con cada respiración.
Y luego estaban sus fauces.
Tenía unos dientes más grandes que la cabeza de Ren, y una boca en la que si la abría totalmente, estaba seguro que podría caber dentro de ella perfectamente. Era totalmente aterrador.
Pero para Ren lo que más lo petrificaba cada vez que los veía eran los brillantes ojos rojos que tenían las Mutaciones.
Todas tenían los ojos resplandeciendo en colores, como si estuvieran mostrando sus Esencias (como si de hecho tuvieran unas).
Algunos los tenían Dorados, o Morados, o Verdes, los colores comunes de Esencias (sin mencionar que los únicos colores). Pero la mayoría de las Mutaciones tenían los ojos Rojos, los únicos que eran diferentes.
Además de Ren, aparentemente.
Pero los ojos de esa Mutación al final de la calle no lo estaban mirando a él. No. Estaban puestos en una señora y un niño intentando entrar a uno de los edificios pero sin conseguir abrir la puerta.
—Por favor, por favor... —Ren desde su posición varios metros más atrás lograba escuchar a la señora repitiendo las palabras una y otra vez, cada vez con más desesperación en la voz.
Corran, pensó Ren. No se queden ahí. Corran.
Pero ninguno se movió de su lugar, y Ren se maldijo por no saber cómo ayudarlos.
Y luego pensó: Pero yo no tengo que ayudarlos.
La calle se encontraba totalmente libre, en cualquier momento podría echar a correr hasta el final y alejarse de las Mutaciones. Tenía el camino abierto ahora que los Soldados no lo perseguían y todo estaba en pánico. Sería tan simple.
Simple.
La Mutación dio un paso adelante y tiro una farola, las luces parpadeando un momento hasta que cayó y el vidrio que la recubría se hizo añicos.
Tan simple como darse la vuelta y correr tanto como pudiera.
El niño comenzó a llorar, la señora lo abrazó y se puso de rodillas.
Tal vez su cliente aún estuviera esperándolo y pudiera exigirle que le pagara lo que le debía, y entregar... el paquete.
La Mutación se acercó lo suficiente como para estar con la cabeza justo sobre la señora y el niño.
En menos de tres horas estaría en el Distrito N, comiendo frijoles fríos, hablando con Lia sobre cómo apestaba el señor que vivía en el departamento de arriba y siendo diez mil Zxains más rico.
Pero la señora hizo contacto visual con él, y Ren simplemente no pudo hacerlo.
Ah. Ren a veces de verdad odiaba su vida.
Igual ya no pensaba regresar la Roca.
Se puso de pie de un salto, sus músculos se resistieron un poco por el dolor pero decidió no prestarles demasiada atención.
Visualizó la calle y pudo ver que a unos cinco metros estaba la espada que había soltado. La Mutación se movió un poco más y Ren comenzó a entrar en pánico.
—¡Hey! —gritó, deseando con todas sus fuerzas llamar su atención.
Y la Mutación giró la cabeza y posó sus ojos Rojos en Ren. Bueno, al menos eso había funcionado.
Ren corrió hacia la espada y la apuntó en dirección de la Mutación con una mano temblorosa. No sabía qué podía hacer con la espada (¿apuñalarla? ¿Dónde?), pero cualquier persona se sentiría más segura empuñando una hoja de metro y medio de acero totalmente afilada, especializada para matar.
La Mutación no tuvo reacción, solo lo miraba con sus ojos grandes, como expectante a la siguiente estupidez que haría Ren.
—¡Sí, tú! ¡Acércate! —Ren esperaba seguir teniendo su atención hasta que llegara alguien a ayudarlos. Si es que lograba durar tanto tiempo vivo.
La Mutación parpadeó, pero giró en dirección de sus gritos.
Ren solo sentía adrenalina recorriendo todo su cuerpo, y los ojos le comenzaban a arder por mostrar su Esencia durante tanto tiempo. La Mutación se acercaba a él a paso lento.
Ren vio por el rabillo del ojo cómo la señora y el niño bajaban del porche del edificio y corrían a refugiarse dando la vuelta en la esquina. Suspiró con alivio. Al menos ya estaban a salvo.
Solo faltaba que él lo estuviera.
Ren daba pasos lentos hacia atrás, procurando no perder de vista a la Mutación en ningún momento, y sin bajar la espada.
Intentó, de verdad, buscar un poco de valor dentro de él y arrojarle la hoja o correr y apuñalarle la pata, pero no era un suicida. O al menos no tanto.
Su única alternativa era esperar. Como siempre en su vida.
Tal vez sí tuvo una buena vida.
Pero lo más probable es que no.
¿Dónde estaba quien iba a ayudarlo?
Cerró los ojos un momento. Realmente no queriendo pensar en nada.
Y entonces lo escuchó. Otra vez. Otra vez las botas.
Abrió los ojos de golpe, y vio a por lo menos veinte Soldados corriendo en su dirección, con espadas en alto, y las botas repiqueteando y listas para ser usadas junto a sus equipos transportadores.
Y Ren casi se ríe porque no creyó que las malditas botas lo hicieran tan feliz al escucharlas.
El Soldado que se encontraba al frente (Líder de Escuadrón, supuso), hizo una seña levantando su espada derecha, y todos los demás se detuvieron, excepto por cinco que pasaron corriendo entre sus compañero aún más rápido todavía.
Todos ellos, mostrando su Esencia Morada corrieron directamente a las patas de la Mutación.
Para ese punto, el monstruo ya se había alterado y comenzado a gruñir, a moverse frenéticamente. Los Soldados esquivaban sus patas moviéndose con gracia entre ellas, tan veloces que sus siluetas parecían desaparecer. Y de una, todos hicieron varios cortes profundos en las patas de la Mutación.
Ésta se sacudió, soltó gruñidos y alaridos, pero los Soldados ni se inmutaron, siguiendo dando vueltas esquivando las patas y tentáculos de la Mutación
El Líder de Escuadrón ordenó algo a la mitad de los Soldados restantes, estos comenzaron a correr a lo largo de la calle y en la siguiente avenida. Los restantes, comenzaron por fin a usar su equipo transportador contra la Mutación.
Tomaron impulso corriendo y, chocando sus botas fuertemente con la piedra del suelo, dieron un gran salto, elevándose en el aire. Algunos comenzaron a rodear a la criatura pero sin acercarse demasiado, intentando confundirla y que se fijara en ellos, mientras que otros se quedaron en los laterales de los edificios, esperando, sostenidos por una cuerda con gancho que salía desprendida de su cinturón.
Se podía ver y escuchar algo como aire descomprimiéndose saliendo de los talones de las botas y de unas pequeñas cajas cuadradas sobresalientes de su cinturón.
Ren no estaba seguro de cómo funcionaban esos aparatos, pero sí estaba seguro de que cuando lograra regresar, intentaría conseguirse uno.
La Mutación estaba poniéndose histérica y agresiva. Con uno de sus tentáculos saliendo del lomo, tomó a uno de los Soldados que revoloteaban por su cabeza y lo arrojó lejos por la calle.
En ese momento, el Líder, que estaba esperando colgando de un edificio, tomó impulso con la pared, dio un salto directo hacia la Mutación y encajó sus dos espadas profundamente en su lomo.
La criatura comenzó a retorcerse y a gruñir, pero no logró zafarse de las espadas. Soltó un alarido tan fuerte que le lastimó los oídos a Ren, dejándole un constante sonido como de un pitido una vez la Mutación había dejado de llorar.
Otra vez, había sangre por todas partes, pero esta vez oliendo intensamente a podrido...
Justo después, más Soldados habían saltado sobre el lomo de la Mutación y habían comenzado a apuñalarla.
Continuó retorciéndose y llorando hasta que un Soldado se paró justo sobre la cabeza y, sin vacilar, encajó su espada justo en el medio, entre sus ojos, mientras otro lo hacía en el cuello de la bestia.
La Mutación ya no hizo ningún otro sonido, y Ren vio cómo el brillante rojo de sus ojos se iba apagando hasta solo quedar la negrura de la muerte y la oscuridad.
Los Soldados comenzaron a evacuar, los del suelo corriendo a refugiarse, los demás cortando el aire sobre la cabeza de Ren en su huida cuando la Mutación se desplomó de lado en toda la extensión de la calle. Comenzó a evaporarse y a convertirse en acido, el olor a azufre mucho más intenso, como cada que una Mutación moría.
Muerta. La Mutación estaba muerta.
Solo entonces, Ren se dio cuenta que no se había movido de su lugar. Ni siquiera había bajado la espada, su brazo resistiéndose por el dolor. Dejó caer la hoja al suelo, y sostuvo con ambas manos la Roca.
Nunca había visto a verdaderos Soldados de la Legión en acción, atacando a Mutaciones reales. Había sido tan hermoso y perfecto que ni siquiera se dio cuenta en qué momento había ocultado su Esencia.
Pero eso no era lo importante. Lo que era importante era el intentar escapar...
Pero claro que Ren odiaba su vida.
Antes de hacer cualquier movimiento, alguien lo tacleó y tiró al suelo. En un momento, ya le habían quitado la Roca de las manos, con la cara pegada al asfalto de la calle, y le esposaban las muñecas en la espalda.
—Ren Verultien —dijo uno de los Soldados, pero Ren ya no supo quién. Era la primera vez que escuchaba a un Soldado llamarlo por su nombre completo.
Y sí, el repiqueteo de las botas volvió a abrirse paso hasta ocupar por completo su campo auditivo. Pero esta vez, porque tenía las botas justo al lado de su cabeza.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2016 ⏰

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