Aparece al anochecer

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Ella se convierte en una droga dura para mí cada vez que pasa conmigo una noche de sexo. Y eso es decir poco. A menudo no sé qué pensar o qué sentir cuando me encuentro a solas con ella. Es callada, seria, terriblemente visceral, más que cualquier hombre excitado. Es puro fuego, un fuego que quema mi carne y mi piel cada vez que me abraza, cada vez que me besa, cada vez que su húmeda vagina me arropa cuando la penetro. Cada vez que nos evoco juntos, yo rendido ante ella, y ella arrodillada ante mí, siento un hormigueo en el vientre y la sangre se me agolpa en la polla.

Se suele decir que son los hombres los que follan a las mujeres. No es cierto, o no en este caso. Ella es la que me folla a mí. Ella controla. Ella dirige. Ella me ordena lo que debo hacer con su cuerpo y con el mío. Tal dominio sobre mí es algo que no puedo ni deseo frenar. Aparece al anochecer, siempre al anochecer, cuando el sol decrece hasta hundirse por el horizonte. Se marcha antes de que amanezca, pero para entonces yo ya estoy tan extenuado que apenas puedo moverme de la cama.

Esta noche ha regresado, como todas las demás desde que la conozco. Está preciosa, pálida, con la mirada vidriosa por la excitación y con los labios jugosos, listos para besar y succionar. Estoy en mitad de la habitación, viendo cómo poco a poco se me acerca. Los pantalones me empiezan a molestar y la cabeza hace un rato que ha dejado de responderme. La deseo, y la deseo con tanta fuerza que temo no poder controlarme. ¿Qué digo? ¿Alguna vez, acaso, he tenido control sobre mí mismo cuando he estado con ella? La respuesta está clara: no.

Aunque los pantalones me estorban, no me los quito. Sé que a ella le encanta quitármelos. Y espero, quieto como una estatua, a que ella tome la iniciativa. Al fin se planta ante mí, me mira un momento a la cara con una sonrisa burlona en los labios, y es entonces cuando desciende, hasta arrodillarse ante mí. Lleva ambas manos a mi vientre desnudo y poco después comienza a desabrocharme los pantalones. La polla me arde y me palpita. El corazón emprende en mi pecho una carrera frenética. Ella introduce una de sus cálidas manos por mi bragueta abierta, y finalmente me la saca, a la vez ruda y suavemente. 

Desde arriba contemplo la escena. La miro a ella, con la mirada lasciva y la boca cada vez más llena de saliva, y miro la longitud palpitante de mi miembro erecto, cerca de sus labios, tan sumamente cerca que mi glande percibe la deliciosa humedad de su aliento. Un escalofrío me recorre la espalda, y los músculos de los glúteos se me contraen. Quiero que me la toque, que la acaricie, que haga con ella lo que sabe que me vuelve loco. Veo en ese momento cómo se lleva las manos al borde de la camiseta, quitándosela de un tirón y dejando desnudos sus pechos. Son redondos, grandes, de piel suave y apetecible. Sus pezones son marrones, y parecen estar duros. Observarlos desde mi posición, a caballo entre la dominación y el servilismo, hace que mis ganas de ella crezcan más y más. Su lengua rosada aflora entre sus labios y, antes de poder verlo, me lame la punta. El placer es efímero, pero agudo, y suspiro, aún mirándola. Vuelve a lamérmela, esta vez de arriba abajo, intensamente, con lentitud, saboreándomela. Y yo vuelvo a suspirar más fuerte, tanto que de mi garganta brota un gruñido.

La boca de mi silenciosa felatriz se abre; comienza a meterse la polla, procurando pasear sus labios por cada centímetro de mi piel enrojecida. Cierro los ojos, gimo, acaricio sus cabellos, y termino empujándola por la nuca para que la mamada aún sea más intensa. Empieza a hacer movimientos cadenciosos, imitando con la boca su propia vagina, mientras con la mano izquierda me acaricia los testículos. Llega un momento en el que me los aprieta, y esa mezcla de dolor y placer llega a excitarme hasta límites insospechados. Y la empujo de nuevo con la pelvis, tal vez buscando que se la meta toda hasta la misma tráquea. Descubro así que, mientras succiona, su mano derecha frota su clítoris. Oigo cómo de su garganta salen pequeños gemidos de goce. Me mira desde abajo, con mi polla en su boca, con la mano en su clítoris, con toda mi masculinidad rendida a sus caprichos.

Me es imposible aguantar más. Necesito ser poseído, dominado, deseado. Necesito entrar en ella, pasearme por su vulva mojada, quedarme en su vagina, besar y amasar sus pechos, eyacular en su boca. La necesito. Voy a llevarla a la cama. Más bien, me lleva ella. Caemos. Abro sus piernas, y dejo a la vista sus labios vaginales. Los deseo. La penetro. Me folla. Me bebe. Y dormimos.

Al amanecer, se desvanece. 

Aparece al anochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora